"Ante una cultura indolora y del entretenimiento que nos distancia de la vida real" La Cuaresma de la desconexión
"Cuando en el año 2018 Isidro Catela publicó su libro Me desconecto, luego existo … no podría haber imaginado como detrás de esta expresión de índole cartesiana se da toda una cartografía de nuestra cultura y forma de vida con unos desafíos y retos sin precedentes"
"La realidad que tenemos sobre nosotros responde al modelo tecnocrático en el que desaparecen los vínculos entre las personas … Estamos ante una cultura indolora y del entretenimiento que nos distancia de la vida real hasta que ésta vuelve y golpea como siempre ha hecho"
"Detenerse, sí, y para conseguirlo en el mundo de hoy tenemos que desconectar … La Cuaresma es el tiempo para tomar distancia de nuestras miserias, de nuestros clavos y maderos que nos crucifican a diario y de decir: basta. Basta de condenas, de críticas, de chismorreos"
"La Cuaresma de la desconexión implica que prioricemos, que nos demos cuenta que podemos hacer un alto en el camino y prepararnos para entender el mayor sacrificio de la historia"
"Detenerse, sí, y para conseguirlo en el mundo de hoy tenemos que desconectar … La Cuaresma es el tiempo para tomar distancia de nuestras miserias, de nuestros clavos y maderos que nos crucifican a diario y de decir: basta. Basta de condenas, de críticas, de chismorreos"
"La Cuaresma de la desconexión implica que prioricemos, que nos demos cuenta que podemos hacer un alto en el camino y prepararnos para entender el mayor sacrificio de la historia"
| José Miguel Martínez Castelló, profesor del Patronato de la Juventud Obrera (PJO) de Valencia
Cuando en el año 2018 Isidro Catela publicó su libro Me desconecto, luego existo, título inspirado por su director de tesis, Agustín Domingo, no podría haber imaginado como detrás de esta expresión de índole cartesiana se da toda una cartografía de nuestra cultura y forma de vida con unos desafíos y retos sin precedentes.
Se están dando cursos y conferencias que hacen referencia a este sintagma tan breve y preciso que nos aboca al poder del mundo digital alimentado y auspiciado por la inteligencia artificial. No hay mejor momento para plantearse cómo vivimos nuestra fe que en la Cuaresma, tiempo de preparación a la pasión, muerte y resurrección de Cristo.
Y Franciscoya se ha adelantado, como siempre, a poner sobre la mesa la interrelación entre la salud de nuestra interioridad y espiritualidad junto con el mundo en el que vivimos. Les recomiendo hacer la comparativa entre dos textos que parecen desconectados, pero no lo están porque aparecen unidos como si de un cordón umbilical se tratara.
Por una parte, el mensaje de Cuaresma que Francisco publicó nada más y nada menos que el domingo 3 de diciembre, el primero del tiempo de Adviento, y por otro, el mensaje en la 57 Jornada Mundial de la paz del 1 de enero de este año, con el título, Inteligencia artificial y la paz.
A buen seguro que en su vocabulario y conversaciones cotidianas han señalado y tratado las virtualidades de la inteligencia artificial, desde del ChatGPT hasta los aparatos más inteligentes que nos facilitan la vida como Alexia y demás. Sin embargo, también estará atento a las alarmas y reservas que desde diferentes Gobiernos y organismos de la sociedad civil están alertando de lo que nos viene.
Francisco, de ahí su fuerza y rabiosa actualidad en todo aquello que toca y trata, nos recordó desde el primer día de pontificado, que no estamos ante una época más de cambio, sino ante un cambio de época, el mismo que alumbró Descartes en el siglo XVII y que describió a través de su Pienso, luego existo que definía un nuevo tiempo, la Modernidad, como el que tenemos ahora. De la misma forma que el pensador francés, nosotros tenemos que entender que hoy la cultura, los saberes y las relaciones humanas están cambiando, para bien y para mal. Y la Iglesia no puede quedar atrás en este viraje radical. Esto no implica que tengamos, como seguidores de Cristo, que asumir los derroteros del mundo.
Ahora bien, no podemos esconder la cabeza bajo el suelo y ponernos una venda en los ojos, pero sí tenemos la obligación de hallar lo que nos esclaviza y deshumaniza. De hecho, el mensaje de Francisco de Cuaresma se asienta en el intento de visualizar nuestras esclavitudes para descubrir lo que realmente nos libera y dota de sentido.
De forma magistral, el Papa apunta el camino del pueblo de Israel, el éxodo de su esclavitud a su libertad. Precisamente la Cuaresma, que comienza con el peso de las tentaciones de Jesús en el desierto y son las diferentes esclavitudes que nos atenazan y traspasan a diario, tiene que transformarse en la verdadera liberación de camino a la Pascua de la Resurrección: “Dios educa a su pueblo para que abandone sus esclavitudes y experimente el paso de la muerte a la vida. Como un esposo nos abre nuevamente hacia sí y susurra palabras de amor a nuestros corazones.
El éxodo de la esclavitud a la libertad no es un camino abstracto. Para que nuestra Cuaresma sea también concreta, el primer paso es querer ver la realidad”. ¿Cuál es nuestra realidad? ¿Cómo podemos afrontarla? ¿Nos aporta el Dios crucificado y resucitado principios y valores que orienten nuestra vida hacia un sentido humano y pleno? En definitiva, ¿por qué crees y qué te aporta el Dios de Jesús? ¿Y sigue teniendo actualidad en esta sociedad que parece, en muchas ocasiones, que haya perdido el norte en algunas de sus expresiones y manifestaciones?
"Estamos ante una cultura indolora y del entretenimiento que nos distancia de la vida real hasta que ésta vuelve y golpea como siempre ha hecho"
La realidad que tenemos sobre nosotros responde al modelo tecnocrático en el que desaparecen los vínculos entre las personas. Hoy hemos aceptado sin rechistar que toda nuestra acción no esté inspirada y orientada desde la otra persona, sino al albur de una pantalla que nos aleja y dulcifica la vida. Estamos ante una cultura indolora y del entretenimiento que nos distancia de la vida real hasta que ésta vuelve y golpea como siempre ha hecho.
Hoy vivimos en un tiempo donde se desdibuja la presencia del otro, la responsabilidad se evapora detrás de la lógica de los algoritmos. Nos comunicamos y hablamos sin la realidad personal que es fundamental e insustituible en la evolución personal y valorativa de toda persona. Para ello se requiere que tengamos en mente la necesidad de que somos limitados, finitos, puesto que somos seres vulnerables y necesitados de amor y cuidado. El endiosamiento del hombre es la causa principal de nuestra crisis y de la desorientación y el malestar que nos define.
"El endiosamiento del hombre es la causa principal de nuestra crisis y de la desorientación y el malestar que nos define"
Decía Francisco el 1 de enero: “La IA debería estar al servicio de un mejor potencial humano y de nuestras más altas aspiraciones, no en competencia con ellos. Nuestro mundo es demasiado variado y complejo para ser completamente conocido y clasificado. La mente humana nunca podrá agotar su riqueza, ni siquiera con la ayuda de los algoritmos más avanzados. Al final, la realidad es superior a la idea”. Y más adelante, apostilla: “Reconocer y aceptar el propio límite de criatura es para el hombre condición indispensable para conseguir o, mejor, para acoger la plenitud como un don en el contexto de un paradigma tecnocrático, animado por una prometeica presunción de autosuficiencia… El respeto fundamental por la dignidad humana postula rechazar que la singularidad de la persona sea identificada con un conjunto de datos”.
A medida que vamos leyendo estos dos textos de Francisco percibimos que detrás de cada línea y palabra dicha brota, como no podría ser de otra forma, una concepción antropológica fundamentada desde la trascendencia. En otras palabras, las grandes preguntas que nos definen van más allá de lo que la ciencia puede llegar a decir sobre nosotros.
"En un tiempo donde necesitamos una dedicación plena al ámbito personal y de interioridad por la complejidad radical del mundo, se nos invita a estar absortos, fuera de nosotros, atendiendo todo lo que controlan y dictan los algoritmos y las pantallas"
La IA y la digitalización del mundo se nos presentan como los espacios interpretativos de lo que somos porque inundan toda nuestra acción y, por tanto, una parte importante de lo que somos. Y aquí radica el problema. En un tiempo donde necesitamos una dedicación plena al ámbito personal y de interioridad por la complejidad radical del mundo, se nos invita a estar absortos, fuera de nosotros, atendiendo todo lo que controlan y dictan los algoritmos y las pantallas. Esta es la raíz de nuestra crisis. Advertencias y críticas que ya hacía el padre de la fenomenología filosófica y una de las mentes más extraordinarias del siglo XX: Edmund Husserl. En 1935 dictó una conferencia que vería la luz póstumamente en 1953, La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental, en la que su diagnóstico describe al dictado nuestra situación actual:
“Ciencias que sólo contemplan puros hechos hacen hombres que sólo ven puros hechos. En la angustia de nuestra vida no tiene nada que decirnos. Excluye por principio precisamente las cuestiones más candentes para los hombres de nuestra desdichada época, indefensos ante las convulsiones que más afectan a su destino: las cuestiones del sentido o sinsentido de toda esta existencia humana. ¿Qué tiene que decir la ciencia sobre la razón o la sinrazón, y sobre nosotros los hombres como sujetos de esta libertad?”.
Uno de los misterios más profundos que nos persigue es la libertad. ¿Por qué tenemos que ejercerla y debemos asumir las consecuencias que se derivan de su ejercicio? Si esta pregunta es radical y profunda, la otra cuestión que nos perfora y nos abre en canal es el misterio entre los misterios, que creyentes y no creyentes se han planteado, siendo, de hecho, el fundamento último de la Cuaresma y de toda vida cristiana:¿por qué Dios se mantiene en silencio ante el problema del mal? Más profundo todavía: ¿por qué ni si quiera actuó para proteger a su Hijo amado? La cruz es el símbolo más importante de la historia de la humanidad porque todos estamos clavados por nuestras miserias y pecados, pero con el convencimiento de que la cruz da paso a la esperanza eterna, venciendo a la muerte y alzándose la vida como victoriosa. Creamos o no, todos estamos ante esta tesitura radical, y ahí la ciencia, la digitalización y la inteligencia artificial nada tienen que decir.
La experiencia de libertad ante el mal y sus problemas es una cuestión personal, pendiente de nuestra historia y decisiones. Y aquí entramos en el mensaje clave de Francisco. ¿Qué hacer, pues, ante todo ello? ¿Hay alguna salida este ante galimatías existencial y de época? En su mensaje de Cuaresma, apunta: “Es tiempo de actuar, y en Cuaresma actuar es detenerse. Detenerse en oración, para acoger la palabra de Dios, y detenerse como el samaritano, ante el hermano herido. El amor a Dios y al prójimo es un único amor. No tener otros dioses es detenerse ante la presencia de Dios, en la carne del prójimo. Por eso la limosna, el ayuno y la oración no son tres ejercicios independientes, sino único movimiento de apertura y vaciamiento: fuera los ídolos que nos agobian, fuera los apegos que nos aprisionan”.
Detenerse, sí, y para conseguirlo en el mundo de hoy tenemos que desconectar. Ahí tenemos el ayuno que tenemos que hacer esta Cuaresma porque tenemos que caer en la cuenta que lo natural, aquello que nos acerca a Dios y a los demás es el silencio, la oración y la meditación, el encuentro consigo mismo, pero proyectado a lo que trasciende a mí, superándome y proyectándome. Esta cuaresma de la desconexión tiene que luchar contra nuestro egocentrismo que se alimenta de los egos e ídolos que abundan en nuestra vida. La desconexión a través de la oración y el silencio nos van a posibilitar alejarnos de nuestra susceptibilidad. Mi yo por encima de todo es el cáncer nuestra acción y de nuestra vida.
La Cuaresma es el tiempo para tomar distancia de nuestras miserias, de nuestros clavos y maderos que nos crucifican a diario y de decir: basta. Basta de condenas, de críticas, de chismorreos. Cuando señalamos y criticamos a una persona la estamos condenando y de esa forma ya no tiene para nosotros salvación alguna. La Resurrección es el horizonte del perdón y obliga a que desconectemos, a través del encuentro interior y la meditación de la Palabra, de todo aquello que nos aleja del Dios de la vida, del Dios crucificado que perdonó hasta a aquellos que lo clavaron en la cruz. Llegar a este convencimiento requiere desconexión, encuentro contigo mismo de la mano del evangelio inspirado de una actitud contemplativa y meditativa que la digitalización impide y anula.
"La Resurrección es el horizonte del perdón y obliga a que desconectemos, a través del encuentro interior y la meditación de la Palabra, de todo aquello que nos aleja del Dios de la vida, del Dios crucificado que perdonó hasta a aquellos que lo clavaron en la cruz"
Para alimentar esta Cuaresma de la desconexión deberíamos acudir a la vida de Teresa Benedicta de la Cruz, es decir, a Edith Stein y a uno de sus relatos que provocaron la conversión de esta alemana de origen judío, que del ateísmo, siendo una de las discípulas más destacadas de Husserl, dio su vida por seguir a Jesús hasta morir el 7 de agosto de 1942 en el campo de exterminio Auschwitz:
“Entramos unos minutos en la catedral -la de Francfort- y mientras estábamos allí en respetuoso silencio, llegó una señora con su cesto del mercado y se arrodilló profundamente en el banco, para hacer una breve oración. Esto fue para mí algo totalmente nuevo. En las sinagogas y en las iglesias protestantes a las que había ido, se iba solamente para los oficios religiosos. Pero aquí llegaba cualquiera en medio de los trabajos diarios a la iglesia vacía como para un diálogo confidencial. Esto no lo he podido olvidar”.
La anécdota de Stein que la marcó en su conversión al cristianismo denota la importancia y la necesidad de la desconexión, de parar y reparar ante la cruz, hacer silencio, dejar todo lo que hacemos en nuestra vida para encontrarnos ante Jesús en la cruz. Cada vez nos resulta más difícil hacerlo porque estamos atrapados en una vorágine de quehaceres que nos van minando toda nuestra disponibilidad.
La Cuaresma de la desconexión implica que prioricemos, que nos demos cuenta que, al igual que la mujer que vio Stein arrodillándose en la Iglesia, podemos hacer un alto en el camino y prepararnos para entender el mayor sacrificio de la historia. Jesús está clavado en la cruz con los brazos abiertos. Lleva más de 2000 años. Seamos conscientes de lo que significa. Cuaresma de la desconexión, Cuaresma del sentido, Cuaresma de la Pascua plena. Desconecto, luego vivo en Dios.
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