No al abandono, negacionismo, persecución y no acompañamiento Una luz al final del túnel

"Hemos elaborado un decálogo de medidas a implementar, un proyecto de estatuto de la víctima y superviviente de violencias contra la infancia y la adolescencia, un marco jurídico que sirva para reconocer, reparar, indemnizar y acompañar a los seres humanos agredidos"
"Hemos avanzado y aún nos quedan por dar más visibilidad a las secuelas, al día a día de todas y cada una de las víctimas, porque si el delito en sí mismo es una aberración, un terrible hecho condenable, lo que llega después si hay abandono, negacionismo, persecución y no acompañamiento, no solo por déficit de empatía, sino por mala fe, es una infamia, un despropósito cruel"
| Juan Cuatrecasas Asua. Miembro fundador de ANIR- Asociación Nacional Infancia Robada
Vamos profundizando. Al contrario de lo que hacen quienes más pasos adelante debieran dar y se pierden en densos bosques de incompetencia y futilidad, pasividad maquillada, algunos y algunas, esas víctimas y supervivientes de pederastia, muy alejadas a la fuerza de las tomas de decisión, seguimos profundizando con un orden interno crucial, que va desde nuestra propia experiencia vital y sus carencias, déficit tras la perpetración del delito, secuelas no atendidas y exclusiones sociales, laborales y educativas, hasta compartir entre nosotras, desvelos, dolor y reivindicaciones.
Hemos elaborado un decálogo de medidas a implementar, un proyecto de estatuto de la víctima y superviviente de violencias contra la infancia y la adolescencia, un marco jurídico que sirva para reconocer, reparar, indemnizar y acompañar a los seres humanos agredidos.

Un emblema que respeta igualdad, diversidad y que pretende inyectar al sistema con una dosis de humanización, frente a quienes ningunean y niegan la realidad, minimizando porcentajes, daños y la pura y simple verdad.
Los cada vez más numerosos testimonios reflejados en no solo informes como el del Alto Comisionado de los Derechos Humanos, Ángel Gabilondo, sino en tomas de contacto con nosotros y nosotras, víctimas y supervivientes cuyos delitos ya fueron denunciados, dejan claro que el litigio social, la cuestión de salud pública, está presente, en cifras progresivas al alza.

Repaso una y otra vez los textos de la académica, investigadora y psico traumatóloga estadounidense Judith Herman, percibiendo que la gran defensora de los derechos de las víctimas de trauma, logró una y otra vez enebrar el hilo de la lucidez en la aguja del amparo a las víctimas. Lo que Herman describe como ruptura de la integridad del ser forma parte de ese día después, de esas vidas quebradas más allá del instante mismo de la comisión del delito.
La desconfianza al mundo, la hiper vigilancia, la dificultad de participar en actividades cotidianas, como ir a trabajar o socializar, forman parte también del relato de esta investigadora, así como la necesidad de abordar la cuestión no solo a nivel individual, sino también a nivel social y político.

Cuando uno lee lo que lee estos últimos días en algunos medios, saliendo de entre los labios de todo un señor portavoz de la Conferencia Episcopal de España, cuando uno repasa la hemeroteca y se encuentra con una presidenta autonómica de este país llamando errores a los gravísimos delitos de miembros de la iglesia católica, o cuando algún obispo negacionista llega a decir que el mejor modo de acabar con la pederastia eclesiástica es eliminar la figura del monaguillo, es entonces cuando uno se da cuenta de que más allá del demiurgo universal, de la incompetencia humana y de la falta de actitud frente a la violencia sexual contra la infancia y la adolescencia, se enciende la luz del encubrimiento, la larga oscuridad que pretende tapar y que solo consigue, tiempo al tiempo, que las tapas de las alcantarillas se desborden con olas y borbotones de negras aguas.
Hemos avanzado y aún nos quedan por dar más visibilidad a las secuelas, al día a día de todas y cada una de las víctimas, porque si el delito en sí mismo es una aberración, un terrible hecho condenable, lo que llega después si hay abandono, negacionismo, persecución y no acompañamiento, no solo por déficit de empatía, sino por mala fe, es una infamia, un despropósito cruel.
Por eso leer a Herman aporta, más allá del contenido académico, la plácida sensación de que aún queda sensatez, de que los irresponsables y pendencieros tienen más allá de una osada acreditada ignorancia, poco recorrido, pese a que ellos y ellas crean lo contrario. Ya lo dijo el padre de las novelas ejemplares, “Sobre el cimiento de la necedad, no asienta ningún discreto oficio”.