Omisión, teología de puerta cerrada y cristianismo new age Los pecados de nuestra Iglesia

Iglesia católica
Iglesia católica

Esta es una crítica respetuosa contra la Iglesia como institución, salvando el cristianismo en el proceso como lo digno y veraz

Una denuncia activa de la omisión de la Iglesia de involucrarse en la batalla cultural, vulgarizando la teología y permitiendo la proliferación de lo que llamo el cristianismo new age y otros delirios

Nuestra Iglesia Católica es a menudo atacada injustamente por la incontinencia de las huestes ideológicas, no solo de nuestro país, sino a lo largo de todo el globo. Otras veces, en cambio, es atacada con justicia por los pecados que comete y, sobre todo, por todo lo que omite.

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Mi intención hoy es proferir una crítica del segundo tipo, que sea respetuosa con el Cristianismo sin dejar, por ello, de denunciar los abusos y omisiones de la Iglesia que así lo merezcan. Antes de comenzar, conviene señalar que el de omisión está considerado de entre los más graves pecados. Por supuesto, aquí quedará mucho por decir, tanto a favor como en contra; pues la labor de la Iglesia es la mayor de las veces positiva. Veamos en qué sentido: 

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La omisión de la Iglesia 

Sorprende ver hoy día tan cobardemente retraída en actitud de autopreservación a quien otrora llevó la voz cantante del saber y la investigación en toda Europa. Es especialmente relevante hoy por razón de los tiempos tan convulsos que nos han tocado y hasta puede decirse que, en esta batalla cultural, duele ver la omisión de la Iglesia; quien parece haber asumido la derrota en talante de un sumiso entreguismo. Lo mismo no puede, en cambio, decirse de los feligreses, quienes pugnan diariamente en compromiso con los principios de su fe por asegurar un mínimo terruño de respeto en el que poder practicar libremente su credo. Luego, las cúpulas pondrán cara de sorpresa viendo como tantos se pasan al Protestantismo o al Islam. 

Yo mismo fui testigo del modo en que estas cúpulas directivas de la Iglesia hacen alarde de omisión frente a los problemas concretos de su comunidad. Cuando la Universidad Pontificia de Salamanca abandonó a sus alumnos, estos últimos decidieron escribir una Carta abierta a la cancillería de la UPSA, dirigida al Mons. Renata y al Mons. Pulido. Pues bien, ninguno escuchó respuesta alguna por parte de los cancilleres, quienes, como antaño Poncio, se lavaron las manos. Por lo visto, la decisión en cuestión había venido directamente de ellos, como pude atestiguar más adelante. 

También pude observar, en mis tiempos de estudiante pontificio, como algunos seminaristas (con algunos de los cuales compartía clase) estaban más pendientes de hacer una discreta felación que de profundizar en la teología cristiana o en los principios de su fe. Por eso pienso que no tiene ningún sentido que la Iglesia porfíe en sus políticas de discriminación, exclusión y rechazo a los homosexuales, cuando luego resulta que tienen entre sus filas a tantos, y hasta reincidentes, oficiando misa. ¿Cuestión de imagen? Es igual, lo cierto es que tampoco echan a nadie hoy del seminario; se conforman con cambiarle de ciudad. 

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Teología de puerta cerrada

La Teología ha caído en supina desgracia, no pudiendo solucionar las contradicciones presentes entre teología natural y revelada (misterio de la Trinidad, transubstanciación, infalibilidad del Papa, …). Para sorpresa de todos, prefieren no compartir sus problemas, no vaya a ser que causen serias dudas de fe entre sus fieles seguidores (las mismas que, por otro lado, pueden tener los obispos y sacerdotes). Para el pueblo, la pastoral (teología popularizada; las más de las veces populista), y ya veremos después si salvamos o no la Teología. 

El Catolicismo, la religión más racional sobre la faz de la Tierra, única en desarrollar una Teología seria, cabal y duradera, vertebradora de Occidente todo, insignia de España, adalid de concordia y unidad de diferencias, pastoras de exiguos y necesitado; ha apostatado de su más esencial vocación racional, teológica, en trémula aproximación al populismo protestante, a quien cada vez se asemeja más por medio de la desacralización de sus símbolos sagrados. Tímida se postra nuestra Iglesia ante la militancia de lo secular, desesperada por renovar sus vetustos y heridos ropajes. Yace, cobarde y tendida, a la vereda de una tumba que se ha cavado ella sola. 

Cristianismo New Age

Quizá como consecuencia de lo antes dicho, y por influjo de otras “sensibilidades” religiosas más afines a nuestra «era de la doxa» (opinión), el Cristianismo ha parido su propia versión baja en calorías con porcentaje de racionalidad cercano al cero. No es de extrañar que, en la época en que menos autoridad tenga la Iglesia, surjan del parasitario conformismo iniciativas de autocomplacencia selectivamente desatentas de las cuestiones teológicas. Sus aristas y versiones son tantas como individuos, por lo que se hace inviable aquí un análisis in extenso de estas cuestiones, pero sirva de ejemplo extremo el caso del nuncio James Martin, cuya excomunión se acabó efectuando finalmente por presión política. Empero, el polimorfismo heterodoxo no implica la invalidez de la conclusión que aquí exponemos, sino que al contrario, la refuerza: el marco teológico del Cristianismo, escudo y guardián de su intrínseca racionalidad, ha muerto y nosotros lo hemos matado. 

Otra causa digna de análisis sería la lectura discontinuista del inconcluso Concilio Vaticano II (tema que merecería un libro aparte), el cual, sacrificando la sacralidad del latín en los oficios, ha interpretado la optativa de las lenguas vernáculas como nuevo credo. Por no hablar de la nueva función del otrora pastor de gentes, que ha convertido la eucaristía en un festivo banquete popular, plagado del sentimentalismo habitual en cualquier sofisticada política.  

"El marco teológico del Cristianismo, escudo y guardián de su intrínseca racionalidad, ha muerto y nosotros lo hemos matado"

Para James Martin, las relaciones homosexuales son “parte integral del  significado de la iglesia como Pueblo de Dios"

Conclusión

Pregúntese el generoso lector: si este humilde servidor ha conocido esta cara de la Iglesia, ¿cuánto nos queda por conocer? No se trata, pues, del recurso manido de la evidencia anecdótica. Por el contrario, se trata de experiencias que evidencian asiduas reincidencias, prácticas comunes en el seno de una institución. Una institución humana: la Iglesia, nuestra Iglesia, «santa y puta» (sancta et meretrix), como ya dijo en su día Agustín de Hipona.

Tampoco se trata, pues, de incurrir en la crítica fácil: la crítica a un cristianismo sumiso incapaz de alzar pluma ni espada en su defensa. Se trata de denunciar la cobardía de las cúpulas de la Iglesia, que de tan entreguistas frente al poder mediático-ideológico han firmado por escrito su derrota.

El relevo, pienso y ojalá me equivoque, no va a tomarlo ya la Iglesia como institución, con sus acomodados lugartenientes (o, por lo menos, no ésta), sino, una vez más, el pueblo; el pueblo cristiano y libre, con su feroz espíritu de barrio

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