Mi Antonio Machado, corregido y aumentado. ©
Odiosa avaricia de politicastros es embarrar de ideología el genio de grandísimos poetas, como pasó y pasa con Antonio Machado Ruiz. Repetidamente los mismos afanes -políticos- que capitalizaron a aquel otro, grande, Federico García Lorca y su misa en Nueva York; o los que envenenaron al ingenuo Miguel Hernández. Y, quizás, no sé, del otro lado Luis Rosales, con su caballo de cartón en el baño... Juegos de analfabetos -lo más corriente-, de manipuladores y gente equivocada incapaz de entender el más alto medio de expresión que existe. Virtud que en los dos Machado brilló cual supernova.
En estas líneas quiero rescatar al poeta más retenido y manoseado por los perdedores de la guerra… que parece quisieran estar perdiéndola toda la vida.
Y es que, de la misma manera que la poesía no se queda en combinar rimas, menos propio le es servir a ideologías. Usarla para la fugacidad política, o para la sátira, o para el erotismo, por no citar destinos peores, es rebajarla. Es como tocar el órgano grandioso de una catedral y cantar "los iguales para hoy". Lope, con sus soledades; San Juan, tanto el Apóstol como el de la Cruz; Alberti y la paloma que se equivocó; León Felipe y aquella carita al cristal pegada; o Rafael de León, que no fue marido, ni novio ni amante; Miguel y el limón amargo; Manrique y sus coplas que nos ponen los pies en la tierra; Calderón y su "¡Ay, mísero de mí!"... Todos almas sonoras, ensalzadores de la vida más real que existe, hermoso bien recibido del que los simples terráqueos no nos avisamos.
Hace unos dos años recordé la entrega del Premio Cervantes a Jorge Luis Borges por culpa de un periodista que le señaló la supuesta injusticia de que tal premio no lo recibiera Antonio Machado… Mezquina oportunidad de politización a la que el autor argentino supo contestar con agudeza. Por eso, hoy quiero romper, otra vez, una lanza en favor del Machado del lado perdedor, “el hermano de Manuel”. No se puede disfrutar de sus Poemas del alma para agradecerlo con el silencio sectario de la baja política, venga de donde venga. Porque el poeta entra en nuestras vidas, amarrado a la historia para siempre, y las ideologías son burbujas de muy corto recorrido.
¡Yo voy soñando caminos
de la tarde! ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas…!
¿A dónde el camino irá?
.
A Dionisio Ridruejo le cupo la honra de prologar, y de reeditar, en la España de “los desastres de la guerra”, al Machado que quedó atrapado en el bando contrario. (Poesías completas, Espasa Calpe, 1941). Toda la obra, todas las estrofas sentidas por aquel serio y taciturno muchacho que conociera en París a Rubén Darío y a Oscar Wilde.
[...] y es esta vieja angustia
que habita mi usual hipocondría.
La causa de esta angustia no consigo
ni vagamente recordar siquiera;
pero recuerdo, y recordando digo:
—Sí, yo era niño, y tú mi compañera.
.
De Antonio me gusta todo lo que he leido, que no es mucho pues me vicio y me hago residente de sus más líricos versos. Sólo me importa el poeta por encima de esa su accidentada biografía en la que él y su hermano, por checas y bombas, quedaron separados "a millones" de kilómetros. Y, aún más que el poeta el hombre.
Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
.
Sin duda estos versos son meditación profunda, y afortunada en su riqueza metafórica, que nos lleva a reflexionar sobre nuestro andar por la vida, que es camino que nunca volvemos a pisar.
Caminante, son tus huellas el camino, y nada más...
Repito y pienso que es el mensaje más realista, la convicción inviolable de que solo importa lo que se vive andando el camino, si lo andamos resueltos. La fantasía de los deseos que ni tan siquiera se rozaron con la realidad; los recuerdos de suspiros jamás reproducibles pero sobrepasados por la fuerza del tiempo presente; o esas nostalgias que sabemos nunca reproducen en presente la emoción de su tiempo... Son nieblas sobre océanos de vida ya vivida.
Ridruejo empieza el prólogo de las obras completas aclarando lo que no se propone:
“Yo no escribo este prólogo como poeta joven para el libro de un maestro muy amado. Yo no escribo este prólogo como escritor falangista, con jerarquía de gobierno, para el libro de un poeta que sirvió frente a mí en el campo contrario.”
¿Para qué llamar caminos
a los surcos del azar...?
Todo el que camina anda,
como Jesús, sobre el mar.
.
Tras su advertencia, Dionisio se entrega a la alabanza. "He creído y creo que de Rubén acá no hay poeta español que se aproxime a su perfección, a su autenticidad y a su hondura. Lo cual es como decir ─con muy pocas reservas─ que le creo el poeta más grande de España desde el vencimiento del siglo diecisiete hasta la fecha."
Hé aquí el contrapunto de nuestro personaje:
Nunca perseguí la gloria,
ni dejar en la memoria
de los hombres mi canción;
yo amo los mundos sutiles,
ingrávidos y gentiles,
como pompas de jabón.
Me gusta verlos pintarse
de sol y grana, volar
bajo el cielo azul, temblar
súbitamente y quebrarse.
.
Puede que Ridruejo no se conmoviera con los versos en que Antonio se zafa de la Sheevá fatal:
Anoche cuando dormía
soñé ¡bendita ilusión!
que un ardiente sol lucía
dentro de mi corazón.
Era ardiente porque daba
calores de rojo hogar,
y era sol porque alumbraba
y porque hacía llorar.
Anoche cuando dormía
soñé ¡bendita ilusión!
que era Dios lo que tenía
dentro de mi corazón.
.
Fue tenido por rojos, azules y blancos como “libertario y progresista” ya para toda la vida, aunque siempre al otro lado del juego político y sin modificar su bondad natural salpicada de huellas de una madre sevillana y, por tanto, cristiana.
El prologuista de sus obras apunta que, evidentemente, ser creyente ante el problema ideológico planteado el 18 de julio significaba algo anacrónico, superviviente de una cuestión pasada… En él había elementos por los que unos y otros podían tirar del hilo y, sacando el ovillo, llevárselo a su campo, y nada más. La fatalidad hizo que el hilo quedase geográficamente al alcance de la mano del enemigo, y que el poeta pasase así a ser un elemento más de propaganda, una pieza más de confusión.
Y Ridruejo añade que en uno de estos ejemplos de rectificación saltó de alegría:
“Hay que rescatarlo ─decíamos─ y lo decíamos con emoción y dolor. Y así hubiera sido ─y por entero─ de vivir. Y ya que ha muerto, quédenos al menos el consuelo de rescatar lo que más enteramente ─por menos temporal y tocado de circunstancias─ era (es, digo yo) honra y patrimonio de España.”
Recuerda el falangista que cuando les llegaban a Burgos periódicos y revistas del otro campo encontraban a veces escritos de Machado simpatizando con la causa… del lado nacional. ¿Pruebas? Algunas hay, suficientes. De entre ellas, las más valiosas en estos años, unas declaraciones que señalan a nuestras locas autonomías:
De aquellos que dicen ser gallegos, catalanes, vascos... antes que españoles, desconfiad siempre. Suelen ser españoles incompletos, insuficientes, de quienes nada grande puede esperarse. (Escritas en 1937).
Y ya que tocamos su fibra española reafirmemos su fibra religiosa, fundidas ambas en su Andalucía. Me bastarán estas coplas:
¡Cantar del pueblo andaluz,
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz!
¡Cantar de la tierra mía,
que echa flores
al Jesús de la agonía,
y es la fe de mis mayores!
La recuperación de la obra poética de Antonio Machado, deseada por Ridruejo, significó :
“...fidelidad a la propia causa: que no por otra cosa hemos combatido que por conciliar en unidad toda la dispersión española, y por poner todo lo español ─éste, con todo su rigor, es el límite─ al servicio de un solo designio universal, de una sola poesía y de una sola historia.”
Y aquí dejaremos a Ridruejo para acabar diciendo, a modo de epitafio, que vivir para la poesía es una pasión muy poco pródiga pues que enciende los fuegos del alma sobre nubes de vida resuelta y un tranquilo contemplar. El mérito de los Machado fue haber servido esa pasión, aun sobre la precariedad de medios. Fue mérito de los dos, pero mucho mayor en el último al que tocó morir lejos de su patria, un 22 de febrero de 1939, Miércoles de Ceniza, en Colliure (Francia), por los terrores de la huida y la delicada salud que siempre le hostigó. Quizás por eso, y ya viudo, cuidado por su madre que le siguió hasta la tumba. Y alli están sus restos, enterrados los dos tan cerca de la frontera española para hacernos fácil las visitas... y su rescate.
¡Golpe a golpe - canta el gran Serrat - verso a verso!
Murió el poeta lejos del hogar,
le cubre el polvo de un país vecino.
Al alejarse le vieron llorar...
¡Caminante no hay camino,
se hace camino al andar!
***
Arriba, al inicio, cito a otros poetas usados por la propaganda de izquierdas. De entre ellos destaca con cegadora luz, Federico García Lorca. Pues, bien, yo, que en los cincuenta y algunos sesenta de mi siglo pagué mis estudios vendiendo libros de Aguilar, sé que sus obras completas gozaron de gran acogida. Y que su edición fue autorizada por el gobierno de entonces gracias a la defensa que de su teatro y poesía hizo el Conde de Foxá, Agustín.
En los años de la Segunda República, a las ideas liberales de algunos, muchos, se añadía una homosexualidad respaldada con tanta misericordia como la que hoy, viciada de zafiedad, se pregona y se impone. En especial por los círculos más extremistas del espectro rojo. Mirar de un poeta sus pasiones, pecados y desvíos será una forma de conocer los contrastes del ser humano, pero no de abarcar su totalidad. Por supuesto, en nada afectarán al arte, aunque su utilización bien puede ser... poliédrica. Aparte la obviedad de que gustar de sus obras, incluso una sola superlativa, no implica premiarlas todas.
Afortunadamente, para Antonio Machado el párrafo sobra. Él, el viudo de una jovencísima y querida esposa, Leonor -¡qué nombre!-, afirmó en una de sus coplas
"que un hombre no es hombre, mientras no oye su nombre de labios de una mujer”.
Y aunque pensaba que el egoísmo del clero, exceptuado el santo, acabaría con la Iglesia, no por ello dejó de creer en Dios, como bien se comprueba en toda su obra, y en este
. . . . . Retrato
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—,
mas recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario.
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.
¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.
Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
*
Antonio, amigo, valió la pena tu vivir y prendernos en tus versos.