LA VIDA ES UN CÁNTICO AL CREADOR
En esta cuaresma de 2024 me voy a centrar en revivir la presencia de Dios en toda la creación, escuchando el canto de alabanza que brota, como una infinita sinfonía, desde la más pequeña florecita que aparece en los caminos de la huerta hasta la más lejana estrella del universo.
| Fernando Bermúdez
En medio de los ruidos de este mundo neoliberal que ahogan el espíritu, escuchamos en el silencio del alma el himno de la creación. Entrar en la naturaleza es entrar en el templo de Dios y en este templo percibimos a cada criatura cantando el himno de su existencia.
Todo cuanto existe nos habla de Dios. Él está presente en todo. “Y vio Dios que todo los que había hecho era bueno” (Gn 1,31). Todo fue creado por él con sabiduría infinita. De ahí, el canto y el encanto y el agradecimiento de todo cuanto existe. Seres humanos y animales del campo, aves y peces, plantas, árboles y flores, montañas y nubes, ríos, lagos y mares. Toda la creación canta a su Creador. “Laudato si”, entona el papa Francisco.
Canta de día el hermano sol y de noche la hermana luna. Y todas las estrellas, galaxias y planetas del universo lanzan sin fin cánticos de alabanza al Creador, Espíritu eterno que todo lo recrea. La belleza de infinidad de estrellas flotando en el universo refleja la presencia de Dios. El cosmos no es polvo de elementos inconscientes sino algo profundamente vivo y dinámico. Tiene alma. En él late la eternidad de Dios, la plenitud del Amor, reflejado en el Cristo cósmico. “En el principio era el Verbo… Todo se hizo por él” (Jn1,1-2) y es la plenitud de todo lo creado. En su muerte en la cruz da sentido al sufrimiento y muerte de todos los seres de la creación y en su resurrección los resucita a una nueva vida (Rm 8, 20-23).
Todo canta al Spíritu Creator. Canta a Dios la vida de la naturaleza, el silencio del desierto y la música del viento. Descubrimos su presencia en el canto de la fuente que brota al pie de la montaña y en el río que discurre por la vega buscando el mar. Descubrimos su presencia en los pájaros que saltan entre las ramas de los árboles, mirlos, gorriones y ruiseñores. Y en todos los animales de la tierra. También en las culebras que salen de entre los cañaverales del río. Todos los seres viven y quieren vivir y viviendo cantan al Creador.
Y sobre todo, descubrimos a Dios en la humanidad sufriente, en los niños bombardeados en Gaza y en las madres palestinas abrazando a sus hijos muertos, ametrallados, y en todos los hambrientos de la tierra. Descubrimos a Dios en los inmigrantes y refugiados que arriesgan su vida en las pateras, abandonando su tierra en busca de una vida digna. ”Fui forastero y me acogisteis”, dice Dios.
Descubrimos a Dios condenando las injusticias y crímenes de este mundo capitalista unipolar y el racismo del Norte global. Descubrimos a Dios derramando su misericordia y ternura sobre los pobres y débiles de la tierra y sobre los que luchan por humanizar este mundo.
Descubrimos a Dios ofreciendo perdón a los que reconocen sus pecados y debilidades y se comprometen por un cambio personal y estructural.
Dios se nos hace presente en todo. En el silencio, lejos de los ruidos, podremos escuchar y saborear los cánticos del universo y la presencia resucitada del Cristo cósmico, sentido de la historia humana y plenitud de la creación.
En él vivimos, nos movemos y existimos. Su presencia nos envuelve.
¡Laudate omnes gentes, laudate Deum!