Teología en la adversidad

Hans Küng logró sintetizar en un párrafo lo que luego ha sido la idea central ante el dolor y el sufrimiento: “El seguimiento de la cruz no significa imitación ética de la vida de Jesús sino el desafío de asumir el propio sufrimiento, no buscando el dolor, sino soportándolo. No solo soportar el dolor, sino combatirlo. No solo combatirlo, sino transformarlo.” En menos palabras no se puede expresar mejor lo que me parece una teología de la cruz.

Estamos ante un mensaje de implicación ante la adversidad de quien lo padece para transformarlo en madurez al actuar como ofrenda de amor. Por supuesto que dicha actitud incluye el sufrimiento propio. Está constatado que sufrir sin darle ningún sentido, acaba en la desesperación; por el contrario, puede activarse una llamada para conocer nuestros resortes en lo más escondido de la psique y el corazón humanos; ellos esperan a que nuestra voluntad y nuestro esfuerzo se activen para superar las adversidades, o para transformarlas en amor cuando no es posible superarlas.

No es de extrañar que existan tantas patologías y toxicologías en personas que probablemente entraron en una espiral de deshumanización por no tener fuerzas suficientes para arrostrar determinados dolores. Las imagino sintiendo incomprensión Y la insensibilidad, la injusticia de quienes denegaron ayuda porque nadie les introdujo en la cultura de la liberación del sufrimiento (cultura en el sentido primario de cultivar).

La teología de la cruz nos lleva inevitablemente a reflexionar sobre qué hacemos con los talentos recibidos, y en qué invertimos nuestras capacidades. La felicidad es consecuencia de la que a otros hemos procurado. Parece claro que estamos ante una de reglas básicas de la existencia.

Son tiempos difíciles incluso para quienes tienen resueltas las necesidades básicas y no tan básicas; qué decir de los millones de personas sin medios ni dignidad humana que malviven por la codicia violenta de sus semejantes ¿Dónde está Dios en este pandemónium? Anthony de Mello se refería a esto en forma de parábola: “Viendo a una niña marginada, aterida y con pocas perspectivas de conseguir una comida decente, me encolericé y le dije a Dios: ¿Por qué permites estas cosas? ¿Por qué no haces nada para solucionarlo? En pleno silencio, esa noche Él me respondió: “Ciertamente que he hecho algo. Te he hecho a ti” como alguien que puede ayudar y amar. 

El silencio de Dios ante tanto dolor no deja de ser una llamada para que le dejemos actuar a Dios a través de nuestras manos ¿Dónde está Dios? Pues está manifestándose en cada gesto de amor que realizamos al próximo, a quien Él quiere que le tratemos como a un hermano. Enredarnos en otras prioridades puede resultar un escándalo para tantísimas personas que buscan al Dios de la comprensión y misericordia, y a lo peor encuentran superficialidad y buenas palabras.

Para salir de esta crisis existencial, es preciso amar más alrededor y dejarnos transformar desde los acontecimientos de la vida, aceptando el riesgo de una nueva manera de ver y obrar, de comprender y actuar. Pues solamente quienes se mantienen firmes en la voluntad de avanzar en esta dirección llegan a descubrir donde nos espera Dios y nuestro mejor Yo: junto a tanta inocencia que sufre.

Volver arriba