Una Navidad inolvidable

En estas circunstancias fue llamado de una masía en la que se hallaba enfermo un niño de dos años. El doctor Tarrés, cuya espiritualidad chocaba con la brutalidad y las blasfemias de muchos compañeros de batallón, recordaba —después que atendió a aquel niño— que lo besó como si fuera imagen del Divino Niño, al que aquel año no podría adorar por Navidad. Fue su modo de celebrar aquella Navidad tan especial como inolvidable. Días después, lo mismo que sus compañeros, los combates les alcanzaron y tuvieron que huir a toda prisa hacia la sierra del Montsant, desde donde emprendieron la retirada, primero a Falset y luego a Tarragona y El Vendrell.
Me he entretenido en el testimonio que dejó el propio Tarrés en su Mi Diario de guerra, con la mirada puesta en el nacimiento de Jesús en Belén, que en su caso se vio representado por aquel niño pequeño en una masía perdida. Como aquel joven médico, nosotros estamos invitados estos días por la Iglesia a tener presente el gran misterio de nuestra salvación. El Mesías anunciado durante cientos de años por los profetas, nació en un establo. No podía escoger un lugar más humilde. Es como si se hubiera propuesto venir de incógnito para no ser reconocido.
Esta sencillez desconcertante —el Rey del mundo que no encuentra posada— es una gran lección para nosotros. Nos ayuda a desprendernos de nuestros caprichos egoístas y ambiciones poco nobles. Y al mismo tiempo nos empuja a ayudar a las personas más pobres, que quizá no tienen techo donde cobijarse, o no tienen comida, o trabajo para sustentar a su familia. ¡Cuánto sufrirían María y José —como lo haría cualquier padre—, al no encontrar un lugar para el reposo y unas mínimas seguridades en aquella situación angustiosa! Y ¡qué consuelo tendrían cuando los pastores y los Magos acudieron a adorar a Aquel que había nacido y llevarle algunos presentes!
En estas fechas navideñas nos hacemos regalos unos a otros. Pero no olvidemos el obsequio que nos pide Dios: el regalo de arrodillarnos también nosotros ante Jesús que acaba de nacer. Seguramente es lo que vimos hacer a nuestros padres y abuelos. Cada generación ha adorado a Jesucristo acunado en un pesebre, y ahora nos toca a nosotros. Vivir la Navidad en familia, reuniéndonos todos, y vivirla en solidaridad con los más necesitados, es el modo cristiano de celebrar estos días. Que para cada uno de nosotros esta Navidad sea inolvidable. Que, como el beato Pere Tarrés, entre bombardeos (en nuestro caso de planes y atracciones), sepamos ver en los otros el rostro de Cristo.
† Jaume Pujol Balcells
Arzobispo metropolitano de Tarragona y Primado