El redoble de tambores se acercaba, y con ellos la procesión de la
Virgen de los Dolores, en esa tarde única del año. Olía a azahar, a primavera, a calor, entre las plazuelas y las callejas de Albera.
Tras el bello cortejo, la vida seguía. En una callejuela,
Julio el florista trataba de salir con su coche, pero se lo impedía la furgoneta atravesada de
Fernando, que cargaba bebidas como de costumbre en su tienda frontera.
Julio bajó del coche protestando. Fernando contestó a gritos. Se enfrentaron y a punto estaban de pelearse, cuando pasó por allí
sor Consuelo y dijo:
-Vecinos, ¿qué sucede?
-Siempre me está provocando -dijo Julio-. Me hace la vida imposible.
-Mentira -dijo Fernando-. Está loco. Si esto sigue así...
Sor Consuelo pensó un instante y dijo:
-Precisamente voy a la procesión, y necesitaba encargaros más flores para la Virgen y agua para refrescar a cofrades y mantillas.
Julio corrió a regalarle flores a la monjita. Fernando le dio agua con gusto. Sor Consuelo se lo agradeció sonriente, siguió con las bolsas hacia la procesión, y los dos vecinos hicieron
las paces suspirando satisfechos.