La última noche del año, fría y oscura, mientras las familias de Albera cenaban en sus casas, una
chica pobre vendía cerillas por las calles. Pero no le abrían las puertas ni le compraban. Muy cansada, se sentó en un escalón lleno de nieve. Pensó en su familia, que estaba feliz en el cielo. Le gustaría ir con ellos. Se acurrucó en el escalón para dormir.
En esto se acercó por la calle
sor Consuelo, con ligeros y menudos pasitos, como si buscara algo o alguien en la noche. Habló a la chica, antes de que se durmiera:
-Necesito cerillas, ¿me venderías una caja?
-Estoy muy cansada y nadie me ayuda -dijo la chica-. Déjame
dormir.
Sor Consuelo se acercó aún más y le dijo con voz dulce:
-Dame
luz. Sólo tú podrías alumbrarme.
La chica se compadeció de la monjita. Le vendió una caja de cerillas y la acompañó al convento, en esa noche fría y oscura de fin de año.