'La pagina che illumina' (edizioni Ares), el nuevo libro de Antonio Spadaro Andrea Monda: La escritura creativa (y la lectura) según un lector adivino
"En 'La pagina che illumina', Spadaro recoge esta larga experiencia de lector, o mejor dicho: de quien durante décadas ha entablado un verdadero combate cuerpo a cuerpo con escritores de todo el mundo, volviéndolos a proponer a los lectores italianos bajo una luz tan inédita como precisa y a menudo sorprendente"
"Spadaro busca al hombre porque para él vida y literatura están estrechamente entrelazadas y es mortal separarlas, deshacer o cortar el nudo"
"En el simple acto de leer un libro está en juego la libertad y, por tanto, el destino de los dos protagonistas: escritor y lector"
"En el simple acto de leer un libro está en juego la libertad y, por tanto, el destino de los dos protagonistas: escritor y lector"
| Andrea Monda, director de l'Osservatore romano
La culpa es de Ungaretti. O más bien de la profesora de secundaria, la dulce y maternal Antonella, que propuso a estos alumnos, que ni siquiera eran adolescentes, la lectura de todos los poemas del gran hermético toscano. El futuro padre jesuita Antonio Spadaro, en Mesina, en la segunda mitad de los años setenta, leyó aquellos poemas y "caí en ellos sin ningún refugio, sin ningún salvavidas".
Así lo confiesa hoy, casi 50 años después, en el prefacio de La pagina che illumina (Milán, Edizioni Ares, 2024, páginas 176, euro 16) recién publicado en las librerías, un libro que recoge esta larga experiencia de lector, o mejor dicho: de quien durante décadas ha entablado un verdadero combate cuerpo a cuerpo con escritores de todo el mundo, volviéndolos a proponer a los lectores italianos bajo una luz tan inédita como precisa y a menudo sorprendente.
En el prefacio-confesión, Spadaro cuenta que, en comparación con la experiencia de leer a Ungaretti, para él "era natural leer y comprender sobre la marcha. Más tarde aprendí que no podía ser tan desvergonzado, que para entender tenía que saber, que no podía entender sin estudiar. Sin embargo, yo era entonces un muchacho joven, y para mí Ungaretti era alguien que comprendía mis emociones y mis sentimientos, mi imaginación. No era yo quien tenía que entenderle a él, sino él quien tenía que entenderme a mí".
Esta es la cuestión: hay que invertir la perspectiva. De lo contrario, no se entiende a Spadaro, pero tampoco la poesía, la gran poesía, la poesía que interesa al jesuita siciliano, que es un lector muy exigente, poco objetivo, más bien "partidista", como él mismo reconoce en el prefacio.
De hecho, quienes le conocen saben que entre los muchos libros (esos "todos" los libros que no evitan la tristeza de la carne según Mallarmé) pocos son los "elegidos", pero si un libro pasa la prueba de admisión en el Olimpo de Spadaro (ya atestado de autores como Carver, O'Connor, Tondelli y Dickinson, Hopkins y Whitman...) entonces nace un amor verdadero, una pasión visceral.
Más que de un libro, sería mejor hablar de un autor porque quien toca un libro toca a un hombre, como cantaba Whitman ("Esto no es un libro / quien toca este libro toca a un hombre / yo soy el que sostienes y quien te sostiene / desde estas páginas salto a tus brazos") y Spadaro busca al hombre porque para él vida y literatura están estrechamente entrelazadas y es mortal separarlas, deshacer o cortar el nudo.
Spadaro busca al hombre y se regocija cuando parece haberlo encontrado, es decir, cuando su sofisticado olfato percibe la presencia humana, la materia "física" y concreta de la existencia, el fluido vital que conecta al hombre-autor con el hombre-lector (este último no menos creativo que el primero). La conexión, la alquimia entre los dos hombres se produce si el medio, es decir, el libro, tiene la fuerza necesaria para crear ese puente, y por eso Spadaro es exigente con los libros, que para él deben ser ese instrumento contundente del que habla Kafka:
"Si el libro que leemos no nos despierta como un puño que martillea nuestro cráneo, ¿para qué lo leemos entonces? Lo que necesitamos son esos libros que nos perturban tan profundamente como la muerte de alguien a quien amamos más que a nosotros mismos. Un libro debe ser un piolet para romper el hielo que llevamos dentro".
La creatividad del escritor suscita, o más bien desata, en el sentido literal de quitar los grilletes, es decir, libera la creatividad del lector; desde este punto de vista, la frontera entre poesía y profecía es muy delgada: el Espíritu en su libertad irrumpe e inspira tanto al profeta como a sus oyentes. En el simple acto de leer un libro está en juego la libertad y, por tanto, el destino de los dos protagonistas: escritor y lector.
Por tanto, no hay que dejarse engañar por las apariencias, incluso el propio libro, de tamaño tan humilde y modesto, es en realidad, como señaló Romano Guardini, "un pequeño objeto rico en mundo", ese mundo que se despliega cada vez que una persona, con lealtad, abre un libro y lee.
Spadaro concluye en su personalísimo prefacio: "Sé que leer una novela o incluso un poema significa ver abrirse ante mis ojos un mundo, pero no es un mundo ajeno. Cuanto más me adentro en el mundo desplegado por la página, más se ilumina mi mundo personal. Y comprendo mejor quién soy".
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