"Pedro pasa de espectador a protagonista y se une a la conversación metafísica" "Es un verdadero espectáculo, como si Jesús estuviera envuelto en un traje en el escenario de un teatro"
"A veces experimentamos este contraste cuando nos enfrentamos a experiencias que nos desplazan, nos superan y nos dejan sin aliento"
"Estamos en medio de la acción teatral. El umbral del escenario lo proporciona el esplendor del blanco de las vestiduras de Jesús"
Pero los tres no tenían ni idea de lo que hablaba Jesús, ni de lo que significaba "resucitar de entre los muertos"
Pero los tres no tenían ni idea de lo que hablaba Jesús, ni de lo que significaba "resucitar de entre los muertos"
Jesús se lleva consigo a Pedro, Santiago y Juan. Es evidente que no quiere ir solo. Necesita compañía. ¿O tal vez tiene una tarea para ellos? Marcos (9,2-10) no entra en sus discursos. Nos muestra el gesto de Jesús llamándoles. Luego aparta la lente y encuadra a los cuatro mientras suben a un "monte alto". Nos dice que están solos porque Jesús quiere estar con ellos "en segundo plano". No sabemos de qué hablan mientras ascienden. Tal vez permanezcan en silencio. Ciertamente, hay una sensación de intimidad. Algo está a punto de suceder.
Y las vestiduras de Jesús se vuelven "resplandecientes, muy blancas". La experiencia supera todo lo vivido, y la blancura de esas vestiduras supera la habilidad humana: "ningún lavandero en la tierra podría hacerlas tan blancas", comenta Marcos. Blancas como el blanco no puede ser. La mirada se fija en las vestiduras, que reflejan el cuerpo de Jesús. Es un verdadero espectáculo, como si Jesús estuviera envuelto en un traje en el escenario de un teatro. Pero no es una farsa: seguramente el protagonista de esa escena quiere comunicar algo importante al asumir esas vestiduras. Y sólo a ellos tres. ¿Pero qué?
Las alas se abren y se desarrolla una escena más amplia. Pedro, Santiago y Juan son los espectadores ante los que aparecen ahora Elías y Moisés, conversando con Jesús. Estamos en medio de la acción teatral. El umbral del escenario lo proporciona el esplendor del blanco de las vestiduras de Jesús. Sin embargo, no se nos dice nada de sus dos interlocutores.
Pedro toma la palabra. Cruza el límite que idealmente separa el escenario del patio de butacas y entra repentinamente en escena. Pasa de espectador a protagonista y se une a la conversación metafísica. Pedro le dice a Jesús: "Rabí, es bueno que estemos aquí; hagamos tres cabañas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". Y, señala Marcos, "no sabía qué decir, porque tenían miedo".
La bravuconada de Pedro no es fruto de la confianza, sino del miedo. No sabe qué decir, y precisamente por eso habla. Tiene miedo y dice: "¡Es bueno que estemos aquí!" Sus palabras no tienen sentido: son una forma de superar el miedo. Sin embargo, sus sentimientos son auténticos: realmente está bien, y realmente está asustado por una situación que no comprende. A veces experimentamos este contraste cuando nos enfrentamos a experiencias que nos desplazan, nos superan y nos dejan sin aliento.
Pedro no ha terminado de hablar cuando llega una nube, signo de lo divino. El escenario y el público quedan cubiertos por la sombra que proyecta y de la que sale una voz: "Este es mi Hijo, el amado: ¡escuchadle!". Las desconcertadas palabras de Pedro se pierden en el vacío, cubiertas por la manifestación de lo divino, por esa voz que está señalando al Hijo de Dios en el Jesús resplandeciente.
De repente todo calla y todo se apaga. De la luz blanca se pasa a la luz ambiente. Los tres discípulos miran a su alrededor y no ven a nadie más que a Jesús solo con ellos: Jesús como siempre lo han visto y conocido, el Jesús normal. Entonces bajan de la montaña. Pero Pedro, Santiago y Juan no dicen nada. Es Jesús quien habla sólo para decirles que no cuenten a nadie lo que han visto. Sólo podrían hacerlo "después de que el Hijo del hombre hubiera resucitado de entre los muertos".
Pero los tres no tenían ni idea de lo que hablaba Jesús, ni de lo que significaba "resucitar de entre los muertos". ¿"De entre los muertos"? Entonces, ¿Jesús moriría? ¿Él? ¿El que ahora se les había aparecido tan blanco como blanco podía ser? ¿El resplandeciente esplendor? ¿Y si este "espectáculo" hubiera sido una preparación para no quedar paralizados ni por la maravilla de la gloria ni por el miedo a la muerte?
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