Mons. Ramón Castro Castro, obispo de Cuernavaca: “Ante la impunidad y corrupción, no podemos estar callados”



Guillermo Gazanini Espinoza / 24 de mayo.- La diócesis de Cuernavaca ha celebrado eventos importantes este mes de mayo. Primero, la tercera caminata por la paz que unió a fieles católicos y personas de buena voluntad para alcanzar un anhelo común en un Estado agobiado por la pobreza y corrupción. Y ese pueblo se unió a la alegría de la diócesis por la ordenación de veinte diáconos permanentes en la reactivación de un ministerio aletargado por mucho tiempo y que ahora abre una etapa de esperanza en el servicio y la caridad. Ese 13 de mayo, el Obispo conmemoró sus treinta y cinco años de vida sacerdotal con el regalo de los nuevos diáconos.

Es la segunda ocasión que Mons. Ramón Castro Castro me recibe en las oficinas de la Curia en una Catedral que, gracias a las gestiones de su Obispo, está siendo reparada y remodelada. Siempre amable, alegre y dispuesto, Mons. Ramón Castro no tuvo reparo en descubrir algunos aspectos personales sobre su vocación y vida sacerdotal, de sus cargos y responsabilidades cuando fue agregado diplomático en distintas nunciaturas o durante sus altas responsabilidades como funcionario de la Santa Sede. El XII Obispo de Cuernavaca recuerda con emoción a todas las personas que influyeron en su vocación, sus padres, amigos, familiares y al Obispo que le impuso las manos, Mons. Juan Jesús Posadas Ocampo, de quien sería sucesor en Cuernavaca, y abatido por balas asesinas cuando era Arzobispo de Guadalajara, el 24 de mayo de 1993.

Diálogo donde también compartió algunas ideas sobre el sacerdocio y sus desafíos, además de la trascendencia de la tercera caminata por la paz que, más que una marcha, se consolida como despertar del pueblo venciendo la indiferencia y corregir los extravíos de un Estado sufriente.

Mons. Castro, la vocación es, en gran medida, modelada por los padres. ¿Quiénes eran sus padres y cómo surgió su vocación durante su infancia en Jalisco?

-Mi padre, Santiago Castro Sahagún, mi madre Guadalupe Castro Díaz. Nací en Teocuitatlán de Corona, Jalisco. El ambiente religioso y de fe de Jalisco es devoto, firme y fuerte. Mi padre murió a una edad temprana y mi madre decidió trasladarse a Tijuana junto con mi hermano, somos tres hermanos; mi primer hermano murió, el más grande de edad, Onésimo, después quedó mi hermano Ernesto, seis años mayor que yo y su servidor.

La familia se trasladó a Tijuana en busca del sueño americano. Estuvimos algunos años en Tijuana y cuando cumplí 17 años, mi familia decidió ir a vivir a los Estados Unidos, yo me quedé porque en ese momento había entrado al seminario. Decidí quedarme en la diócesis de Tijuana porque palpé una gran necesidad de pastores, de ministros ordenados y ahí surgió mi vocación ante el ambiente cristiano y devoto de la familia. Mi madre fue una mujer que supo sacarnos adelante, se entregó totalmente a sus hijos, nunca volvió a casarse; se dedicó a darnos lo mejor de ella misma, a trabajar y a llevarnos adelante en nuestros estudios. Era una mujer que me hacía rezar todas las noches, nunca lo olvido, entraba a mi cuarto y no me dejaba dormir sin hacer las últimas oraciones de la noche y en cuaresma, particularmente, el rosario, hincados… Cuando uno era niño o adolescente no lo comprendíamos y huíamos, pero ella era firme y fuerte. La vivencia de la cuaresma es algo que nunca voy a olvidar porque nos motivaba a no ver televisión ni oír la radio para que los viernes viviéramos la penitencia que, normalmente, ella vivió en su juventud. Eso quedó grabado en mi mente y corazón ciertamente.

En la vida de un seminarista siempre hay modelos de santidad, gente que le incita a ir al seminario. ¿Quiénes determinaron esa invitación para que usted ingresara al seminario?


-Tengo un gran amigo que ahora es el vicario general de la diócesis de Ensenada. Desde los doce años nos conocemos, fuimos compañeros en la secundaria. Una vez terminada la secundaria decidió ir al seminario y, junto con una familia conocida de ambos, insistían en que yo tenía vocación. Ahí Dios comenzó a hablarme al corazón y hacerme sentir que estaba invitado a recorrer ese camino y esa vocación. El padre Francisco Javier Jaime Pérez y la familia Valderrama fueron instrumentos de la gracia de Dios. Igualmente, la Acción Católica Mexicana que, en ese momento era tan fuerte, y de la cual formaba parte, de los jóvenes de la ACJM, y en una parroquia, la de la Inmaculada, el padre Máximo García, fue un instrumento muy importante por su vida sacerdotal, entrega y desgaste por los más pobres, nos hacía ir a los barrios más necesitados y hacer construcciones para las familias que estaban en necesidad. Ahí descubrí el llamado de Dios, a través del deseo de servir a los demás y el gozo de experimentar que, sirviendo, podría encontrar la plenitud de mi vida.

¿Cuáles son los santos favoritos del Obispo?

-Quizá por la devoción que infundieron en el seminario nuestros directores espirituales es San Juan María Vianey, patrono de los párrocos y del clero diocesano. Su vida me impactó al igual que su trabajo. Después, habiendo estudiado Espiritualidad, Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz quienes me dejaron marcado por sus libros y obras invitando a la vivencia de la mística, ellos son importantes en la vida espiritual de Ramón Castro Castro.

Una espiritualidad religiosa carmelitana totalmente…

-Sí, debo reconocer que es una espiritualidad carmelitana. La absorbí, sobre todo, en la licenciatura que realicé en el Teresianum de Roma.

¿Cómo fue su vida en el seminario? ¿Qué dificultades u obstáculos tuvo en su etapa como seminarista? ¿En algún momento de su formación llegó el pensamiento de dejar la formación para dedicarse a otra cosa?

-Hay una cosa sumamente interesante. La única dificultad que encontré al inicio de mi entrada al seminario fue una oposición en mi familia. Mi madre y mi hermano no tenían mucho entusiasmo por mi ingreso al seminario y ser sacerdote. Durante un par de años mantuvieron una relación bastante fría con la idea de desanimarme y que abandonara el seminario. Fuera de esto fui advertido por la dirección espiritual que, normalmente, hay una crisis al terminar la filosofía para seguir en la teología y otra, cuando se deja la teología para comenzar la vida pastoral. Debo confesar, sinceramente, que nunca me llegaron tales crisis. Hasta este momento no he vivido una crisis de ese tipo y yo le pido a Dios que no se me vayan a venir todas juntas en este momento de la vida.

El 13 de mayo de 1982 fue ordenado como sacerdote para el clero de Tijuana. ¿Qué recuerdos especiales guarda del día de su ordenación?

-Fui ordenado diácono en Tijuana y sacerdote en la parroquia de San José Obrero en Ensenada que pertenecía a la diócesis de Tijuana. Me ordenó don Juan Jesús Posadas Ocampo, era todavía el obispo y fuimos los últimos tres sacerdotes que ordenó antes de que él fuera trasladado a la diócesis de Cuernavaca precisamente.

El recuerdo que tengo del día de mi ordenación es ese silencio tan elocuente durante la ceremonia. La parroquia de San José estaba repleta y era una gran emoción. La noche previa no pude dormir y la semanas anteriores traté de hacer conciencia sobre el don tan extraordinario que iba a recibir. Ese día fue particular, tocar con la mano la gracia de Dios y el momento de la postración, creo que a la mayoría de nosotros nos impacta, cuando uno ve y siente su humanidad y debilidades, la gracia de Dios que toca nuestros corazones y vida y dice particularmente: “A ti te he escogido y te voy a consagrar para ser ministro de la Buena Nueva, consolidador del Reino”. Al levantarse de la postración vienen tantos sentimientos y emoción, eso fue el culmen. Además de la imposición, la consagración de mis manos cuando el señor Obispo, don Juan Jesús, las ungía fue algo muy impactante que aún recuerdo con muchísimo ánimo y emoción.

Mientras usted narra esta experiencia de su ordenación, ve sus manos. Y experimenta una gran emoción al recordar a su Obispo, don Juan Jesús Posadas. ¿Qué pensamientos tiene de ese Cardenal que sería abatido?

-La relación con él fue relativamente cercana. Sus oficinas estaban en el seminario y lo veíamos prácticamente todos los días, lo saludábamos. Era un hombre sencillo, entregado, muy sabio, buen filósofo. Un hombre que trataba bien a todos. Eso fue una manera de formarnos a los seminaristas, al ver a aquel que, como padre y pastor, era cercano y amable. Eso marcó mi vida como seminarista y después de sacerdote.

Cuando usted es llamado al presbiterio ¿Qué le pidió el Obispo?

-Apenas terminada la ordenación diaconal, me envío a Ensenada a la parroquia de San José Obrero. Estuve trabajando un año y ahí mismo me ordenó sacerdote. Ese año como sacerdote fue algo extraordinario, 150 mil habitantes para tres sacerdotes. Era tremendo. Los fines de semana había un promedio de 35 bautizos, teníamos cerca de treinta grupos, el trabajo en la oficina con matrimonios, la dirección espiritual, las confesiones. Fue algo sumamente interesante, intenso y bello donde fundamenté los cimientos de mi ministerio. Algo interesante dentro de mi relación con el señor Posadas… Él, a esos tres últimos que nos ordenó, el padre Francisco Javier Jaime, el padre Mónico Margarito y su servidor, nos pidió que tuviéramos conciencia sobre algunos problemas que tuvo con sacerdotes que envió a estudiar a Roma.

Nosotros debimos firmar un acuerdo donde nos comprometíamos para que, jamás, nos enviaran a estudiar. Con gusto lo aceptamos porque fue una condición que el señor Obispo nos puso. Cuando firmamos, sabíamos que jamás saldríamos a estudiar, pero ¡cómo es la Providencia de Dios! Donde se pone en evidencia que la mente de Dios no es la misma que la de los hombres. Apenas un año de ordenado llegó otro Obispo con una mentalidad diferente y a los tres meses como Obispo de Tijuana, don Emilio Berlié Belaunzarán, me envió a estudiar a España la licenciatura en Teología Espiritual y, después de un año, me cambió para ir a Roma junto con otros cuatro sacerdotes y así terminé la licenciatura en Teología Espiritual en el Teresianum. Luego, estando en el Colegio mexicano, don Emilio me regaló a la Santa Sede para el servicio diplomático del Vaticano.

Esa trayectoria de estudios en Roma y haber sido llamado al servicio diplomático es poco común para un sacerdote mexicano…

-Los mexicanos que hemos estado ahí no somos muchos ciertamente. Fue una experiencia novedosa y, en la dimensión de la obediencia, acepté. Tuve que vivir en la Pontifica Academia Eclesiástica, anteriormente la Pontificia Academia de los Nobles Eclesiásticos; fue una experiencia bella y fuerte, de cuatro años de estudios donde hice la licenciatura en Derecho Canónico y después un doctorado, lenguas y las materias de la diplomacia vaticana.

Estuvo en seis países durante su servicio en las misiones diplomáticas de la Santa Sede…

Sí, Zambia y Malawi, Angola, Ucrania, Venezuela, Paraguay y estuve tres meses en Perú porque estando en Paraguay, la madre del nuncio en Perú, se puso muy grave y me enviaron como emergente a la nunciatura de Lima como encargado de negocios.

Tal vez Dios hubiera querido que usted fuera nuncio…

-Sí, yo tenía todo preparado. Mi doctorado lo hice en la espiritualidad propia del representante pontificio porque quería adentrarme en aquello que sería la fuerza de mi futuro ministerio como nuncio. Terminado mi servicio en Paraguay, me ordenaron regresar al Vaticano y trabajé tres años como encargado del Óbolo de San Pedro. Cuando, cronológicamente, debería haber sido llamado a ser nuncio, don Emilio Berlié, aquel que me regaló, me pidió como Obispo auxiliar. Cambió el panorama completamente. De tener todo preparado para un eventual servicio como nuncio, me llamó el Sustituto de la Secretaría de Estado que había sido mi superior en Venezuela, el Cardenal Leonardo Sandri. Me dijo que el Santo Padre me pedía ser Obispo auxiliar de Yucatán. Me dijo, “Es usted totalmente libre de aceptar o no porque no tengo con quien sustituirlo. Es algo que debe decidir en plena libertad y en conciencia”. Cuando vi la firma de Juan Pablo II dije: “Creo que no tengo mucho que pensar. Soy hijo de obediencia y si he de recomenzar todo, lo recomenzamos en el nombre de Dios”. Aquí está la insistencia de Mons. Bertello que era nuncio en ese momento, lo conocí porque frecuentemente visitaba la oficina del Óbolo de San Pedro y él consideraba que debería estar prestando un servicio como Obispo en México en lugar de un servicio en la diplomacia vaticana. De alguna manera fue un instrumento para que llegara a una tierra donde no conocía a nadie, fuera de Mons. Berlié. Fue una experiencia muy bella de dos años como Obispo auxiliar de Yucatán.

Antes de regresar como Obispo auxiliar de Yucatán tuvo este cargo en la oficina del Óbolo de San Pedro. ¿Por qué le llamaron a dirigirlo?

-Mons Sandri, que era el sustituto de la Secretaría de Estado me conocía y fue el ecónomo de la nunciatura. Probablemente le gustó el trabajo que realicé y consideró que podía prestar este servicio. Pude adentrarme a las finanzas del Vaticano y conocer, de primera mano, la realidad económica de la Santa Sede que es totalmente diferente a lo que se dice y critica. Una anécdota. En alguna ocasión el déficit era tan fuerte que se tuvo que vender un edificio para pagar las pensiones. No había dinero para pagar a más de dos mil pensionados y se vendieron esos bienes para solventar esas obligaciones y cubrir las pensiones de los exempleados del Vaticano.

Es decir que en esas responsabilidades, usted era parecido a un Secretario de Hacienda…

-No precisamente. Más bien un secretario de promoción. Todo el dinero que llegaba al Vaticano pasaba por mi oficina, no materialmente, más bien la promoción y contabilidad de los recursos. Una anécdota muy interesante, era el responsable de que el déficit no fuera tan grande y de promover en el mundo el Óbolo que se conoce muy poco. Cada diócesis está invitada a dar una colaboración al Vaticano, así como una parroquia otorga una ayuda a la curia, cada diócesis está invitada y son pocas, realmente pocas, las diócesis que envían esta ayuda. En México, por ejemplo, de las 98 diócesis sólo 15 dan esta colaboración. Y el Óbolo de San Pedro es mucho menor que otras colectas nacionales. Los países que más aportan a la Santa Sede son Estados Unidos, Italia, Corea del Sur y son 10 países que dan el 85 por ciento de las entradas del Óbolo de San Pedro.

La anécdota es esta: Contraté a un encargado de marketing mexicano, hicimos una estrategia en la que debería presentarse la figura del Santo Padre como promotor del Óbolo. Pasé diferentes estratos hasta llegar al Secretario de Estado y él me dijo: “No. Preferimos ser pobres a presentar la figura de un Papa que pide dinero”. Ahí se quedó el marketing. Yo lo entendí.

Cuando regresa a México como Obispo auxiliar entonces tiene una especie de conflicto…

-Veinte años de estudios en donde había una inercia existencial para este trabajo, preparándome para dar un buen servicio como nuncio; sin embargo, se rompe porque veo que es la voluntad de Dios. Recomenzar todo, había “cierta comodidad”, tenía tres grupos de apostolado en Roma, vivía en un monasterio de clausura en un ambiente de oración y fraternidad. Tenía todo lo que un sacerdote necesita, pero aquí vienen las sorpresas de Dios.

Antes de ir al capítulo de su vida como Obispo, quisiera hacer un par de preguntas sobre el sacerdocio. ¿Qué diría a los jóvenes? ¿Por qué vale la pena ser sacerdote?

-La vivencia más profunda en estos treinta y cinco años como sacerdote es que la fuente de alegría y plenitud que he tenido es el servicio. He entendido con los años y a mayor plenitud lo que significa “he venido a servir y no a ser servido” y cuánto el Señor nos enseña cuando lava los pies a sus apóstoles. Esto es muy significativo y ha motivado mi vida sacerdotal. No cambiaría nada, ni un solo día de mi sacerdocio, ni por todo el oro del mundo, por la alegría tan profunda cuando puedo atender a un enfermo, hacer una confesión y me dicen gracias porque me ha devuelto la alegría, hizo crecer mi fe; en algunas celebraciones eucarísticas, ver al Pueblo de Dios tan animado. Recuerdo a mi director espiritual que me decía: “Con que seas ordenado sacerdote y celebres una sola misa, valieron la pena todos los años de estudio y preparación”.

El contacto con el misterio, además del servicio, experimentar que a través de nuestra humanidad se realice la transubstanciación y que in persona Christi se realice la Eucaristía, es algo bello e inenarrable dentro de lo que experimenta mi corazón. Yo le diría a los jóvenes que viven en esta sociedad líquida que encuentren la fortaleza de aquello sólido y firme, la enseñanza de Jesús prevalece a través del tiempo y del espacio, es tan fresca como lo fue hace dos mil años. El servicio es una fuente extraordinaria de alegría y plenitud de vida, entregar al hermano todo lo que somos y tenemos.

¿Qué aconsejaría a los sacerdotes que están desgastados y tristes? ¿Cómo recuperar esa alegría inicial que ahora podrían ver perdida durante su ministerio?

-Yo se lo he dicho a mis propios sacerdotes y he insistido para que no pierdan su identidad sacerdotal, qué son, a qué han sido llamados y a vivir una profunda vida de oración. Quien así la vive y está en sintonía completa con el Señor es capaz de enfrentar la soledad, las críticas, de enfrentar las tentaciones tan fuertes que vienen en la vida sacerdotal. No dejar nunca la liturgia de las horas, ni la preparación de las homilías en un contacto personal con la Palabra de Dios. Creo que todo esto nos puede mantener sanos y ajenos a muchos problemas.

¿Cómo conciliar el pensamiento de esta sociedad líquida que dice que el compromiso no es importante con el hecho de que el sacerdote es, precisamente, este signo de contradicción?

-El punto central es darnos cuenta de la diferencia entre lo esencial y lo secundario. Muchos de nosotros nos dejamos llevar por vivencia de lo superficial y secundario para olvidar lo que es más importante. Formarnos en conciencia sobre lo qué es más importante en la vida, nuestra vida, es lo que nos podrá ayudar. Muchos de nuestros jóvenes que son llamados podrían descubrir su vocación. Yo afirmo constantemente que no hay crisis de vocaciones, hay crisis de respuesta a la vocación. No creo que Dios haya dejado de sembrar vocaciones en muchos corazones, lo que pasa es que en esta sociedad liquida, de la vivencia superficial de las cosas importantes, no hay capacidad de llegar al fondo de corazón, hay un cierto temor que se manifiesta no sólo en la vocación sacerdotal también en la matrimonial, es la incapacidad de los jóvenes para tomar un compromiso de por vida, tienen temor y huyen a esto. Creo que es parte de la incapacidad de descubrir lo más bello, importante y trascendental en nuestras vidas.

¿Será temor o la ausencia del sentido del compromiso?

-Desde mi experiencia son ambas cosas. En algunos, he visto en sus ojos el temor para esto; en otros, la incapacidad de adentrarse en algo tan importante y bello como es un compromiso para toda la vida: matrimonio por la Iglesia. Siento que son ambas cosas, depende del ambiente de origen o de la familia que lo ha formado y hasta dónde una persona se ha contaminado o descompuesto debido a los problemas que vivimos.

Hay argumentos que dicen que el sacerdocio es una actividad en desgaste y que el futuro está en manos de los laicos. ¿Cómo ve la tarea entre clérigos y laicos? En este supuesto desgaste, ¿los laicos asumirán las tareas que a los clérigos tocan?


-Acabo de compartir una charla a un grupo laicos en nuestra semana de pastoral. Les decía, tratando de despertar en ellos la conciencia del compromiso bautismal y del deber misionero invitados por el Señor, que “el 98 por ciento de los miembros de la Iglesia, la “infantería ligera” son ustedes; el dos por ciento, la “infantería pesada, somos los clérigos”. ¿Qué puede hacer el dos por ciento si el porcentaje mayor no coopera, ni despierta, trabaja o compromete? Es importante que el laicado trate de despertar en conciencia para trabajar en la consolidación del Reino, pero que crea que vaya desaparecer el sacerdocio, de hecho hay una crisis enorme en Alemania, Holanda, donde hay parroquias en manos de los laicos y el sacerdote asiste en lo sacramental, no es así, no es el destino universal de la Iglesia. Es una crisis europea que tiene una falta del reconocimiento de sus propias raíces, de lo que el cristianismo ha hecho en su sociedad. Dios está actuando y se manifiesta en el despertar de las Iglesias en Asia y África donde los seminarios están llenos y ayudan al viejo continente o a Norteamérica. Dios tiene sus caminos, pero que yo crea que el sacerdocio va a desaparecer o que siga la constante de decadencia de algunos países europeos, más bien manifiesta una crisis donde se toca fondo para mejorar.

El Papa Francisco insiste en el fin del clericalismo para que los pastores dejen los oropeles de los clérigos y se termine con la relación piramidal de los laicos.

-Totalmente de acuerdo. Es urgente la desclericalización, pero también decir al laicado: “No nos pidan que los clericalicemos”. A los laicos, en esta charla que he comentado, les di un ejemplo claro. Había en un pueblo una persona con problemas en sus facultades mentales y lo amarraron con cadenas por que se hizo violento. Después del tratamiento mejoró, lo dejaron libre, sin embargo, no salía del mismo espacio que ocupaba siempre. Había un problema de cadenas mentales. En muchos laicados nacionales hay esas cadenas. Después del Concilio Vaticano II se han roto ciertas cadenas, pero aún subsisten otras con las que debemos romper.

Específicamente, ¿qué podríamos romper de inmediato?

-Pensar que ciertos apostolados corresponden exclusivamente a curas, monjas y obispos. La misión es corresponsable para todo el Pueblo de Dios y aquí encuentro varias dificultades en una gran parte de los laicos, no aceptan ni quieren comprometerse en lo que les corresponde de su trabajo misionero.

Esto se empata con la ordenación de veinte diáconos permanentes y transitorios que celebró el sábado 13 de mayo.

La diócesis de Cuernavaca no había entrado en la sintonía del Concilio Vaticano II. Todos sabemos que el diaconado permanente ha acompañado a la Iglesia por siempre, pero llegó un momento de letargo. Este ministerio se reanimó gracias al Concilio y después de 55 años en diócesis como la nuestra que afrontó cierto temor de los sacerdotes mismos. Hace cuatro años encargué la formación de diáconos a un sacerdote, ha sido providencial su entrega y desgaste, el padre Eduardo Aguilar, director de la Escuela del Diaconado Permanente, en la formación de estos hombres que descubrieron que Dios los llamó.

Al inició, cuando llamamos para ver quién se sentía llamado para este servicio, respondieron ochenta y cuatro, pero hubo necesidad del discernimiento, de conocer las motivaciones y saber dónde había vocación y de ese número quedaron veinte que fueron ordenados diáconos permanentes. Debo decir, con mucha alegría y gratitud a Dios, de que son hombres en quienes hemos hecho, en conciencia, todo lo humanamente posible para su formación teológica, pastoral y espiritual.

¿Qué les exigió el Obispo?

-Que vivan lo que tienen como lema: “Servir y servir sin presidir”. Hacerlo todo con el ejemplo de su vida; siguen siendo padres, esposos y trabajadores. Testimonio en su trabajo y en el ambiente donde; sábado y domingo se dediquen a ayudar desde su diaconado. Les he pedido coherencia de vida. Lo que tendrán de compensación económica, no lo recibirán personalmente sino que irá al fondo del diaconado permanente, eso es un signo de libertad y de que no persiguen ningún interés material. Cuando alguno de ellos esté en necesidad, el fondo del diaconado permanente les ayudará para enfrentar una enfermedad o cualquier cosa que necesiten.

Sé que podríamos seguir charlando sobre su sacerdocio y las exigencias del ministerio, especialmente. Sin embargo, considero importante tocar lo que la diócesis de Cuernavaca celebró el seis de mayo, la tercera caminata por la paz. Cincuenta mil asistentes…

-Se habla de eso, pero pudimos haber sido menos. Ciertamente hubo más personas que en otros años y fue difícil la contabilidad. Es la tercera caminata por la paz. Recién llegué a Cuernavaca, participé en la caminata por la familia y la vida. Después, dada la urgencia y las características tremendas que vivimos en nuestra diócesis de Cuernavaca, la caminata se enfocó por la paz, la familia y la vida. Tuvo una cierta prioridad la paz y esta tercera tuvo más eco por la urgencia ante la descomposición social que vivimos en el Estado de Morelos.

La respuesta del público en redes sociales fue muy activa…

-Así lo fue realmente. Pone en evidencia la importancia de las redes sociales en este tipo de hechos y acontecimientos. No teníamos posibilidades económicas ni los medios para hacerlo por los cauces tradicionales, sin embargo, muchos jóvenes estuvieron trabajando para compartir esta novedad.

Tres puntos llaman la atención de su mensaje por la paz cuando las distintas columnas confluyeron en esta Catedral. Denuncia usted las lamentables condiciones del Estado en cuanto a su deuda, quebrantado de tal forma que no podrá responder a lo más elemental. ¿Le hicieron algún reclamo por esta denuncia?

-Hasta este momento nadie me ha reclamado nada.

¿El que calla otorga?

-Nadie me ha reclamado nada y esto me llama la atención porque anteriormente hubo reacciones, sin embargo, en esta ocasión, no. Son tantas cosas lamentables, pero el gobierno que venga, sea del color que sea, independiente o de partido, va a encontrarse con enormes dificultades porque son nueve mil millones de pesos que se deben, seis mil contabilizados y tres mil no contabilizados. Tenemos un desvío de recursos realmente preocupante, una falta de independencia entre los poderes estatales lo que hace que haya impunidad en tantos ámbitos del servicio público.

Otro punto fue la cita de san Agustín, una sentencia contundente…


-Es tremenda: “Quita la justicia y aquí será una cueva de ladrones”, esa sabiduría de san Agustín es atemporal, quita la justicia y, sobre todo en el servicio público, será una cueva de ladrones. En México hay una impunidad tremenda, no tenemos justicia, por lo tanto las consecuencias son claras. Esto debe preocuparnos, hemos de tratar, cada uno de nosotros, en cambiar las cosas sobre todo quienes tienen hijos dejarles un mundo mejor, que su conciencia no les reclame al final de la vida que están dejando un peor mundo a sus descendientes.

Y en el tercer punto usted llamó a la familia a ser protagonista del cambio que necesitamos.

-Fueron los tres puntos, ver, jugar y actuar, además de proponer nuestro Plan diocesano de pastoral, sus líneas directrices y la revitalización de la gran misión, yo les decía lo que con tanta sabiduría manifestaban el beato Paulo VI, san Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco: la relación entre la familia y la paz. Ese es el ámbito en donde podemos encontrar un mundo mejor y la paz que necesitamos. “Familia sé lo que eres” y aquí hay una relación entre paz y la vida. ¿Quieres la paz? Defiende la vida. Es una forma clara de indicarnos el camino.

En esta caminata, políticamente hablando, muchos quisieran colgarse de la sotana del Obispo dados los tiempos electorales.

-Sí, sí… Ya desde el año pasado. Una cosa es cierta, la caminata está abierta a todos, católicos o no, servidores públicos y ciudadanos. Por ahí podría haber alguien que quisiera sacar algún provecho para sus planes y campañas, pero la gente aprende y sabe quién lo hace con sinceridad real y verdadera.

Graco Ramírez fue a la nunciatura a encontrase con el Arzobispo Coppola.

-¡Los tres poderes! ¡Algo insólito! al menos en la historia de Morelos no había sucedido y creo que en México tampoco, el que los tres poderes vayan a quejarse y planten una demanda ante Gobernación y la nunciatura sobre un ciudadano.

¿Recibió el respaldo de la nunciatura?

-Recibí el respaldo, de mi trabajo como pastor y eso lo agradezco inmensamente. No sobrepasé o traspasé la línea legal donde un ministro no debe promover algún partido o candidatos. Algo que me llama la atención, y que es muy grave, es que en México somos muchos ministros, no solamente católicos; sin embargo, veo en televisión cómo pastores protestantes oran por ciertos candidatos y le dicen: Usted debe ganar, usted es el elegido del mesías… Si yo celebrara misa por algún candidato, al día siguiente estaría en la cárcel. O la compra de votos donde candidatos prometen hacer casas o templos, eso me consta en el sureste de México y ganan porque comprometen a sus fieles a votar por determinado partido.

Recuerdo en Cancún, una reunión de ocho mil personas, de Iglesias Bautistas y un candidato para hacer oración para que ganara el gobierno del Estado y nadie dijo nada, nadie se quejó, nadie levantó la voz. Sin embargo, yo tengo una reunión con algunos políticos y casi me llevan a la cárcel.

El próximo año tendremos elecciones en todo el país. ¿Seguirán las caminatas?

-Las caminatas seguirán, claro que sí. Mientras no tengamos lo que anhelamos, la paz, seguiremos haciendo conciencia y, sobre todo, el más importante fruto de estas caminatas es vencer la indiferencia. Cuando me dicen, ¿Qué fruto trae todo este esfuerzo? El primero es vencer la indiferencia; el segundo, unir al pueblo. El ambiente de las caminatas es de unidad, alegría, fe, entusiasmo, esperanza. El tercero es hacer oír nuestra voz, que llegue a donde tiene que llegar. Hacer oración todos juntos, decir como Pueblo: “Señor, te estamos gritando, ayúdanos… Ven en nuestro auxilio”, creo que eso es un gran fruto, pero es una semilla que se siembra. Dios sabrá cuándo dé fruto.

Finalmente, ¿cómo ve el futuro de Morelos después de la tercera caminata por la paz?

-Nuestra caminata ha sido un mensaje muy claro para los servidores públicos, todos, de cualquier partido, en donde descubren que el pueblo de Morelos está unido, que el pueblo de Morelos quiere la paz, busca la paz, necesita la paz. Creo que el próximo gobierno lo va a considerar y atenderá este reclamo del pueblo morelense y debe atender esta descomposición tan grave que hay. Creo que el próximo sexenio será diferente y podremos ver frutos en la responsabilidad y en hacer sentir que ante la impunidad y corrupción ya no nos quedamos callados. Somos capaces de gritar y de decir la verdad.


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