¿Finita la commedia?

angel

  1. nota previa: Apocalipsis

        La Palabra de este domingo, -último del año litúrgico-,  nos sitúa ante el final de la historia, de nuestra historia personal y de la humanidad.

        Las dos lecturas de hoy hablan del final, y lo hacen con un lenguaje muy extraño para nosotros: con un estilo literario que se llama apocalíptica (apocalipsis).

        ¿Qué es la apocalíptica? Apocalipsis significa: revelación.

        Cuando un judío sabía que había ocurrido o iba a acontecer algo muy importante, deja correr un poco la imaginación, abre la “caja de los truenos” y habla con palabras y signos que a nosotros nos resultan extraños: catástrofes, los astros caerán, los sepulcros se abrirán, etc.

        Por ejemplo: a la muerte de Cristo -acontecimiento trascendental- los evangelistas dicen que “el cielo se oscureció”, “los sepulcros se abrieron”, “hubo como un terremoto”, etc. Semejante lenguaje emplean los evangelistas ante el final de la historia, hecho decisivo para la humanidad, el evangelista dice que “el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán”.

        La apocalíptica es un modo de pensar y de escribir. Es como un observatorio drástico y radical tomado del ideario del AT

        Los fenómenos “angustiosos y trágicos” ni ocurrieron ni ocurrirán. Es un modo de subrayar por medio de símbolos los acontecimientos decisivos en la historia.

  1. El final.

El final del año litúrgico, el problema de la muerte, el final de la historia, el sentido de la vida, el fin del mundo nos emplazan ante la cuestión que siempre ha estado presente en la conciencia del ser humano: ¿Qué me cabe esperar en la vida?, (Kant). ¿Qué puedo esperar en la vida, si es que me cabe esperar algo?

        O si no: ¿Finita la commedia? La Ópera “Pagliaci-Payasos” de Leoncavallo termina con un terrible e irónico: finita la commedia: la comedia ha terminado. Cuando morimos: ¿finita la commedia? ¿La vida es una comedia?

        Lo decisivo no es que el mundo termine, sino que quien termina es el ser humano, ¿cuál será nuestro final? El problema no es que el planeta tierra o el universo concluyan, sino que el problema sigue en pie: ¿y cómo termina esto? ¿Cómo terminamos los seres humanos?

Esta cuestión nos sitúa ante la esperanza.

  1. esperanza.

        En la vida tenemos proyectos, esperanzas. Es bueno tener ilusiones en la vida que nos muevan a trabajar, a crear, a vivir.

        Habitualmente ponemos nuestra esperanza en la ciencia, en los logros políticos, sociales, tecnológicos, médicos, etc.

La ciencia puede contribuir mucho a la humanización del mundo y de la humanidad. Los logros científicos, las buenas estructuras sociopolíticas ayudan, pero por sí solas no construyen el futuro absoluto.

        El hombre nunca va a ser redimido por la ciencia, ni por la política, ni por lo eclesiástico, desde afuera. El hombre no puede ser redimido por medio de la ciencia. Es pedir demasiado a la ciencia. Tal  esperanza es falaz.

  1. El final no es una conquista humana, sino un don de Dios

        En nuestra recámara de pensamiento vivimos como un caballo desbocado que corre hacia la conquista de un futuro mejor y pleno.

        El lenguaje apocalíptico dice que no. Este mundo, este estado de cosas tiene que terminar para que renazca la “nueva ciudad”. La apocalíptica es muy radical: “más de lo mismo, no”.

La “vieja ciudad”, los viejos sistemas políticos, la vieja condición humana caerán, como van cayendo todos los “imperios” de este mundo. Cada caída de un sistema opresor significa un triunfo  de lo humano sobre lo inhumano, de la nueva ciudad sobre la “vieja Jerusalén”.

Trump asegura que va a lograr una “nueva ciudad” (EEUU). Ni Trump ni ningún político son dioses, ni pueden construir la “nueva ciudad”

“La nueva ciudad” viene de Dios:

 Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo,de la presencia de Dios. La ciudad brillaba con el resplandor de Dios (Ap 21)

La “nueva ciudad baja del cielo”, no de la tierra. La “nueva ciudad” es un don de Dios, no una conquista humana. La salvación, el final del ser humano no está en nuestras manos. El final es un don,  un regalo de Dios.

La apocalíptica lo dice con símbolos: al final, en la “nueva ciudad” no habrá templos, porque Cristo será el centro. No habrá sol ni luna, por tanto no habrá tiempo, porque la luz es Cristo y seremos en la eternidad de Dios.

No vi ningún santuario en la ciudad, porque el Señor Dios todopoderoso y el Cordero son su santuario.La ciudad no necesita sol ni luna que la alumbren, porque la alumbra el resplandor de Dios, y su lámpara es el Cordero. (Ap 21, 22-23).

  1. Mis palabras no pasarán

        Jesús nos dice: Mis palabras no pasarán

¿Qué palabras son éstas?

Él mismo. Jesús es la Palabra.

Evoquemos en nuestro interior lo que Cristo, el Reino de Dios,  suponen para el ser humano: paz, serenidad, justicia, libertad, vida, fraternidad, amor. Tales son las palabras -realidades- que permanecerán en la “nueva ciudad”, en la Jerusalén celestial.

Ante el abismo y caos de la nada, el cristiano confía en el ser.

No es lo mismo saber que esperar. Los conocimientos más valiosos no son los científicos, sino los humanos: el sentido de la vida no es un saber científico, pero sí humano.

        Cuando ya no sabemos más, esperamos, lo cual infunde una gran serenidad a nuestra alma, a nuestra vida.

mis palabras no pasarán.

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