Pentecostés ¿Solo pan y queso?

Todos se llenaron del Espíritu Santo

El AT es el tiempo del Padre creador, que actúa en la naturaleza y en los profetas y nos muestra su designio de amor.
El NT es el tiempo del Hijo, de Jesucristo. Se cumple la promesa. Tanto amó Dios al mundo que le envió a su hijo para el mundo se salve por él.
Pentecostés es el tiempo del Espíritu. La puesta de largo de la Iglesia. Hemos recogido el testigo de Cristo, y con la fuerza del Espíritu, somos nosotros ahora los que hemos de empujar esta historia de Salvación. Esto significa Pentecostés: mayoría de edad de la Iglesia, protagonismo de los cristianos, llamada a ser testigos en medio del mundo.
Se nos comunica la venida del Espíritu, a los cincuenta días de la Pascua. Juan, por otra parte, nos había dicho que la tarde misma de Pascua Jesús sopló sobre los discípulos: “Exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”. La lectura de los Hechos de los apóstoles señala que “todos se llenaron del Espíritu Santo”.
En Gálatas se nos anima a vivir en el Espíritu. Los que hemos saboreado las delicias de Dios, a través del don de la fe, no podemos apartarnos ya del Espíritu de Dios. Porque, según destaca el Evangelio: “El Espíritu nos conducirá a la verdad plena”.
Los símbolos usados para hablar del Espíritu Santo son distintos en Lucas y en Juan. La Biblia nos instruye sobre las realidades espirituales utilizando símbolos materiales y elementales de la naturaleza. Dos fueron, en su origen, los significados de la palabra hebrea ruaj, espíritu, el de viento y el de soplo o aliento; Lucas ennoblece el símbolo del viento, para poner de relieve la potencia del Espíritu Santo: “Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar”. “De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban”.
Juan conoce el símbolo del viento: “El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu” (3,8); pero, realza el símbolo del soplo o aliento, que recuerda lo que Dios hizo en el principio cuando sopló sobre Adán un hálito de vida.
Estamos, pues, celebrando que el Espíritu actúa en la Iglesia, en nosotros; que sin el Espíritu somos papel mojado.
“Sin el Espíritu Santo, Dios queda lejos, Cristo pertenece al pasado, el Evangelio es letra muerta, la iglesia una mera organización, la autoridad un dominio, la misión una propaganda, el culto una evocación, el obrar cristiano una moral de esclavos. Pero con Él, el cosmos se eleva y gime en el alumbramiento del Reino, Cristo resucitado se hace presente, el Evangelio es potencia de vida; la iglesia, comunión trinitaria; la autoridad, servicio liberador; la misión, un nuevo Pentecostés; el culto, memorial y participación; el obrar humano queda deificado". (Mons. Hazim)
Cuando estaba comenzando el siglo XX, una familia italiana emigraba a los Estados Unidos. Sólo llevan pan y queso para el largo viaje. Casi no les quedaba más dinero. Pan y queso por la mañana y lo mismo a media día y por la noche. Y así un día y otro. El pan se pone duro y el queso seco y tieso. Al niño se le atraganta aquella monotonía tan poco apetecible y llora. Sus padres, compadecidos, le dan de las pocas monedas que les quedan para que coma en el restaurante y allí el niño se entera de que la comida estaba incluida en el pasaje. Sus padres no lo sabían. Vuelve el niño llorando: No se lo explican. ¿Lo hemos gastado todo para pagarte una buena comida y tú vuelves llorando? ¡Lloro porque en el precio del viaje va incluida una comida al día en el restaurante, y nosotros hemos estado comiendo pan y queso!
Muchos cristianos hacen la travesía de la vida a pan y queso, cuando podrían tener cada día espiritualmente, todo el bien de Dios, incluido en el precio de ser cristianos, la certeza del amor de Dios, la valentía que da su palabra, la alegría que viene de la experiencia del Espíritu y de la comunión con los hermanos, recobrado en la oración y en la Eucaristía.
Jesús ha prometido: Si vosotros, aun siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!» . ¡Por lo tanto, pedid!: “¡Ven, Espíritu divino... Padre amoroso del pobre, don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo. Ven dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos...Ven, Espíritu Santo!”
La Iglesia, nacida del Espíritu, “hace suyos los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo” (GS 1). Y en el afán de llegar a todos los hombres, les hablará en sus propias lenguas. No se encerrará en una lengua, por sagrada que sea. Mientras en el templo de Jerusalén y en el monasterio de Qumrán se alababa a Dios sólo en hebreo, los apóstoles reciben del Espíritu el don de hacerse entender en una multitud de lenguas extranjeras: "¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿Cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa?". Pero las lenguas de fuego del día de Pentecostés insinúan que el Espíritu da a la Iglesia un lenguaje ardiente como el fuego del amor, que todos los hombres entienden. Y hoy más que nunca hace falta el amor, no un amor de bellas palabras, sino un amor solidario capaz de compartir y de practicar la justicia en la verdad.
Aceptar al Espíritu en nuestra vida es asumir en plenitud nuestra vocación humana y cristiana. El Espíritu nos empuja a Dios, nos presenta a Dios, nos lanza a lo divino.
Dice Ernesto Cardenal: "y aunque no hemos visto a Dios, somos como aves migratorias, o peces migratorios, que han nacido en un lugar extraño, pero que cuando llega el invierno sienten una inquietud misteriosa, una llamada en la sangre, la nostalgia de una patria primaveral que no han visto nunca. Y parten hacia allá, sin saber adónde. Han sentido la llamada de la tierra prometida, la voz del amado que llama".
El Papa Benedicto nos dijo: “Los consagrados y consagradas tienen hoy la tarea de ser testigos de la transfigurante presencia de Dios en un mundo cada vez más desorientado y confundido, un mundo en el que los matices han sustituido a los colores claros y destacados”
Que hoy nos sintamos todos invadidos por el Espíritu de Dios para que corramos al encuentro del Dios amor y nos sintamos miembros activos y vivos de la Iglesia, piedras vivas de esta Iglesia que tiene a Cristo como cabeza.
En este el día podemos decirnos no tanto qué puede hacer Dios por mí, qué necesito de Dios, sino que puedo hacer yo por Dios, después de todo lo que Él hace por mí. Pues manos a la obra.

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