Salvador Illa
Soporta con sencillez y suma paz un peso enorme y ello ya acredita simpatía. De forma puntual se presenta todos los días serio y preocupado, pero igualmente firme y ejecutivo en nuestros hogares desde hace ya casi dos meses. Este señor trae siempre los deberes hechos y está cumpliendo lo mejor que puede, lo cuál no implica que estemos de acuerdo con él y su gobierno en cuanto deciden. La concordia humana no consiste en estar de acuerdo, sino en reconocer la nobleza que habita en todo ser y la buena voluntad a la que ésta le impele.
Este señor se levanta todos los días con una responsabilidad ímproba y no dudo que en su cabeza sólo hay un objetivo: hacer el mayor bien al mayor número de personas, procurar que la pandemia no se extienda y la ciudadanía no se contagie. Eso ya merece nuestro halago. Además lo hace bien, se explica adecuadamente, pone alma y didáctica en cada una de sus palabras; pero es que tampoco se ha inmutado cuando la oposición conservadora le ha lanzado sus más infundados, malintencionados y letales dardos. El ministro de Sanidad sólo cura, ni siquiera se defiende. El cargo y las circunstancias parecen otorgarle una suerte de eficaz vacuna.
Este señor me ha enseñado que la relación humana no consiste en estar de acuerdo, sino en cuidarnos y respetarnos los unos a los otros. Yo no vestiría esa corbata de perenne luto, pero es su traje. Yo abriría los anchos parques y playas, repartiría MMS en todas las esquinas, hablaría de lo que es el sistema inmune, de la necesidad de fortalecerlo. Yo no lanzaría a la policía en la persecución de todo lo que se mueve. Yo ahuyentaría el miedo a la llamada muerte… , pero ni soy ministro, ni me han elegido los españoles para el cargo, luego apoyo a este señor que se encuentra en una situación tremendamente difícil y se está entregando por entero. Lo apoyo humanamente, que creo que es más importante que el sustento en las ideas.
Las ideas mutan, las de ellos y las nuestras, pero hay algo que no debe mutar y es nuestro sentido de humanidad, de aceptación y respeto por el otro, máxime si delante de ese atril lo han apostado unas democráticas urnas.