No hay guerras limpias
Si el pasado se hace sitio en el presente sólo deberá ser para enmendarnos. Desempolvar sólo tiene sentido para abrillantar el ahora. Rescatar el ayer únicamente para reconciliar. No podemos poner el GAL en la mesa de nuestros días, si no es para evocar juntos un colectivo “mea culpa”, un “vamos a hacerlo mejor”. No sólo buscar al “señor X”, sino también desentrañar nuestro propio papel en aquel pasado tan convulso.
No hay guerras limpias, todas son sucias. Puede haber alguna más justa que otra, pero apañamos la historia para que ésa más gloriosa sea siempre la nuestra. El Estado con esas siglas de triste recuerdo mató el diciembre de 1983 en Baiona a un amigo, Ramón Oñaederra. Venía de tierra adentro y desbordaba alegría. Con él disfrutamos de cenas y salidas a la montaña. No sabíamos a qué se dedicaba, pero en seguida acogimos en nuestra cuadrilla del barrio donostiarra de Gros a este joven de Azkoitia que tanto se dejaba querer. Gozaba de la animada capital, de su nuevo grupo de amigos, de la muy cordial acogida que le brindamos. Practicábamos con él nuestro torpe euskera, nos empapábamos de país y de ideales, hasta que un día nos dijo que tenía que marchar, “pasar al otro lado”, que ya no habría más cenas, ni excursiones. Después supimos qué hacía cuando no reía y “conspiraba” con nosotros en la Asociación de Vecinos. Hay muchas historias de amistades frustradas, de despedidas precipitadas, de aparentes e incomprensibles finales… en nuestra historia reciente que felizmente se aleja. Todos erramos. La alegría, la humanidad de Ramón podía ser pareja a las de otros muchos uniformados asesinados en el lado contrario.
El tiempo relativiza, pero sobre todo revela. Recapitular es importante, perdonarnos mutuamente imprescindible. Recordar para no olvidar, sobre todo para nunca volverlo a repetir.
Los atajos a los problemas de Estado a veces flirtean con los despeñaderos y todo violento merece su justo juicio. La juventud de ningún signo vuelva a la batalla, sólo a correr por los inmensos y verdes campus de los Erasmus. Los más rebeldes no tomen hierro, los Estados no maten, ni siquiera con Tribunales. ¿Para qué traer el GAL al presente en la era post-COVI 19? Sólo para vacunarnos del peligroso virus del resentimiento. Esa vacuna sí merece todos nuestros recursos e inventiva. ¿Alzamos nosotros lo suficiente la voz cuando los concejales socialistas y populares empezaron a bañar con su sangre nuestros asfaltos? Todos lo pudimos hacer mejor. El pasado ya no lo volveremos a escribir, pero el futuro acrecienta su gigantesca página en blanco.
Recuerdo la alegría inmensa de vivir que rebosaba Ramón bajando de los cromlechs de Ohianleku tras baño de naturaleza e historia. Hoy podemos descender también de nuestro pasado intenso y errado a la plena sinceridad y coherencia colectivas. El mejor homenaje que podemos hacer a los caídos de uno y otro signo es conjurarnos en que vamos caminar todos unidos, con supremo respeto de nuestras diferencias. Ni la basura de Zaldibar, ni la dentellada del COVI, ni los papeles de la CIA…, pueden hacernos olvidar que gozamos de la Euskadi que nunca hubiéramos soñado. Vamos a sostener ese sueño hoy hecho realidad por encima de todos los tristes recuerdos.
El GAL no es sólo la sombra de Felipe González, que también; es un poco la de todos. Hay que abandonar el “… y tú más” y reconocer que todos estábamos en pañales, en la suprema ignorancia de la sacralidad de la vida. Rebuscar sí, pero si cada quien va por delante con sus errores y no sólo con los del otrora adversario. Remover la “cal viva”, desenterrar a los muertos para honrarlos de una vez por todas juntos en el mismo altar, sobre la tumba de nuestra inconsciencia.
No sé si pinta ya mucho el craso error de los GAL en nuestros días, por más que un ejercicio de sinceramiento por parte de quienes urdieron la grave chapuza, ayudaría a una siempre pendiente catarsis colectiva. Por lo demás, tenemos tantos retos por delante, que no podemos emplearnos mucho ante el retrovisor. Quien esté libre de pecado, coja la pala y busque bajo todas las cales vivas; haga el historial de los mutuos agravios y dictamine balance. No perseguiría con saña al expresidente que todo apunta a que se manchó las manos, pero que también nos consolidó en democracia, nos hizo partícipes de la Unión de Estados más avanzados del planeta y procuró importantes progresos sociales. Como es arriba es abajo. Las luces y las sombras no se concitan sólo en los mandatarios... Hemos aprendido mucho y ya no queremos permanecer eternamente tirándonos de las orejas. El más prometedor mañana nos aguarda.