Vivir en plenitud

Cuantas veces habremos oído la frase: “hay que vivir a tope”, sobre todo a los adolescentes, quienes no se cansan de experimentar cualquier cosa que se les ponga por delante, incluso sin ser demasiado conscientes de lo que hacen o dicen.
¡Arriesgarse!, algo que tanto nos cuesta a nosotros tan acostumbrados a nuestras comodidades y forma de vida. Ellos sin embargo, es algo que sin ser conscientes, practican cada día…
Yo me pregunto: ¿Cómo es nuestra forma de vivir, qué significa arriesgarse, vivir sin fronteras, al límite...?
Puede que no quedarse en lo superficial que la vida te ofrece, sabiendo ahondar más, coger el timón, tener iniciativas ¡como ellos!, pero con la calma de la madurez.
Aprender a vivir desde la raíz, no desde el fruto, a gastarse cada día, a saber darse, compartir el tiempo, una lectura, un sueño, tus miedos, fracasos, sabiendo también cuidarse y ser cuidado.
Todos caminamos por la misma senda pero unos esperan a que alguien les proponga caminar, otros se echan a un lado por falta de seguridad, otros dudan en seguir…
Aprendamos a tender una mano, a dejar que los rostros de mi vida me cuenten cómo es ésta, a saber poner al otro en primer lugar…
Sé que esto es fácil decirlo, la práctica puede que sea algo más complicado. Que nos encontremos con la tormenta, pero también con la calma… La vulnerabilidad forma parte del ser humano y Dios ya cuenta con ello. ¡Revistámonos con un manto de firmeza! Porque cuando la vida se comparte, la zozobra y el viento soplan de forma diferente. El nos invita a vivir de manera distinta y nos dice: “Aquí estoy, no tengas miedo”
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