Un santo para cada día: 12 de abril S. Julio I (El papa que plantó cara al arrianismo)
De haber triunfado el arrianismo la cultura occidental habría tenido connotaciones diferentes y ahora mismo nos encontraríamos, al menos religiosamente hablando, en situación bastante distinta de la que nos encontramos hoy día
El siglo IV se había iniciado con malos presagios para el cristianismo, enredado en violentas disputas cristológicas, que continuarían incluso después del Concilio de Nicea en el año 325, en el que fue condenado solemnemente Arrio y el arrianismo, considerado como una doctrina herética; el fuego no quedó totalmente sofocado y en contra de lo que en un principio pudiera parecer, la disputa iba a continuar durante algún tiempo, en que los rebeldes se hicieron fuertes con el apoyo recibido por parte del poder político. En este periodo post-niceno vamos a asistir a una lucha sin cuartel, en la que habría que lamentar no solo la quiebra de la unidad doctrinal entre los cristianos, sino lo que es más importante aún, el que quedara quebrada la unidad en el amor y la caridad, pues daba la impresión de que el enfrentamiento que los arrianos mantenían con los católicos estaba motivado, no tanto por apreciaciones doctrinales, cuanto por sentimientos de rencor y venganza en la persona de Atanasio, al que consideraban como un delincuente que debía ser castigado. Todo ello muy triste ciertamente y ¿por qué esa fijación con Atanasio al que constantemente acosan y destierran?, pues sencillamente porque él había sido el alma del Concilio de Nicea, en el que tan mal parado había salido el arrianismo y porque sabían que derribando del pedestal a este coloso su causa estaría ganada. En este ambiente de enfrentamientos e intrigas habría de trascurrir el pontificado de Julio I, quien tuvo que moverse como un equilibrista en la cuerda floja; por una parte garantizaría la pureza de la fe y el juicio justo a un hombre inocente como Atanasio y por otro, intentaría atraer al redil a los arrianos, hasta llegar con ellos a una reconciliación, cosa que no sería posible, fundamentalmente porque éstos no estaban por la labor.
Lo que de Julio nos ha llegado ha sido a través del Liber Pontificalis. De él sabemos que nació en Roma y que su padre, un notable personaje romano, se llamaba Rústico. El 6 de febrero del año 337 habría de ser elevado a la silla pontifical, sucediendo a Marcos, algunos meses antes de la muerte de Constantino, lo que supuso el regreso de Atanasio a su sede de Alejandría con sentencia firme de Julio I, después de haber escuchado a los dos partes. Dicha sentencia no fue acatada por parte de los arrianos, que solicitan al papa la celebración de un concilio para dirimir la cuestión, petición que fue atendida y el concilio queda convocado, para que los arrianos pudieran justificar las acusaciones contra Atanasio y otros obispos, entre los cuales se encontraba el gran Osio de Córdoba. El sínodo de Roma dio comienzo en el otoño del 341, pero la delegación arriana no se presentó, aún con todo el sínodo siguió su curso, siendo ocasión para que quedara probada la inocencia de Atanasio. Ante la evidencia de los hechos, Julio I escribió una documentada carta, en la que exhortaba a los rebeldes orientales a cambiar de actitud y les censura con toda razón su ausencia a un sínodo que ellos mismos habían solicitado; llega a decirles incluso que, si Atanasio y sus compañeros de alguna manera hubieran sido culpables, la Iglesia de Alejandría debería haberse puesto en contacto primeramente con el Sumo Pontífice de Roma, cosa que no hicieron, pero no acabaría aquí la cosa.
Como reacción a todo esto los arrianos celebran este mismo año un sínodo, en el que Atanasio vuelve a ser condenado, reafirmándose en su postura inicial, que dejaba en una situación difícil al papa Julio quien, después de haber ganado para su causa a los emperadores Constante y Constancio, convocaría un nuevo sínodo universal, que habría de celebrarse en el otoño del año 343 en Sardica, presidido por Osio y del que en un momento dado se ausentó la delegación arriana; en este concilio vuelve a ponerse de manifiesto la inocencia de Atanasio, al que se le restituye la sede de Alejandría, quedando excomulgados los rebeldes arrianos, motivo por el cual éstos convocan por su cuenta otro sínodo en Philipópolis, en el que se vuelve a la carga contra Atanasio, que sale condenado, pero no serviría de mucho, pues la victoria final acabaría decantándose del lado de Roma.
Si tuviéramos que resumir el pontificado de Julio I habría que decir no solo que se preservó la pureza de la fe, sino que se actuó con justicia y además la autoridad pontificia salió fortalecida. Otras cosas dignas de reseñar en el pontificado de Julio I fue el haber establecido el 25 de diciembre como fecha para la celebración de la Navidad, en consideración de que el solsticio de invierno tenía lugar en ese día y se estimó conveniente sustituir esta festividad pagana del sol naciente por una cristiana, como era el nacimiento del Mesías, luz del mundo para disipar todas las tinieblas. También se le atribuye la fundación del Archivo de la Santa Sede. Después de haberse entregado con todas sus fuerzas al ejercicio de su sagrado ministerio abandonaba el mundo este siervo de Dios el 12 de abril del año 352, dejando tras de sí un valioso legado a la Iglesia y a la cristiandad.
Reflexión desde el contexto actual:
He podido leer que de haber triunfado el arrianismo la cultura occidental habría tenido connotaciones diferentes y ahora mismo nos encontraríamos, al menos religiosamente hablando, en situación bastante distinta de la que nos encontramos hoy día. Yo estoy bastante de acuerdo con esta estimación y quisiera añadir algo más, para decir que, si el arrianismo no acabó haciéndose con las riendas de la cristiandad, en parte se lo debemos a la determinación de un papa, que con discreción y entereza supo bien lo que hacía. Atanasio, el gran Campeón de la Ortodoxia de Occidente, reconoció su labor y agradecido le visitó personalmente en Roma para rendirle ese merecido homenaje, que nosotros hoy desde la distancia de 16 siglos no tendríamos que regatearle. Debiéramos haber aprendido también que la unidad en el amor es más importante que la unidad doctrinal teológica, siempre imperfecta y analógica.