Un santo para cada día: 17 de enero San Antonio Abad (Protector de los animales domésticos)
Es el patrón de los animales, especialmente los de compañía. Asceta solitario, modelo de anacoretas, vencedor de grandes tentaciones. Soledad y caridad son sus grandes lecciones. Fundador, casi sin proponérselo, del monacato oriental
| Francisca Abad Martín
Conocido popularmente como “San Antón”. Es el patrón de los animales, especialmente los de compañía. Asceta solitario, modelo de anacoretas, vencedor de grandes tentaciones. Soledad y caridad son sus grandes lecciones. Fundador, casi sin proponérselo, del monacato oriental.
Es curioso que la vida de un santo anacoreta y solitario, que tuvo pocos contactos con las personas y apenas ninguna con los animales, sea hoy día el “protector” de las “mascotas” y todos los años, el 17 de enero, la gente los lleve a las puertas de las iglesias para ser bendecidos con agua bendita por un sacerdote. Pero vayamos por partes y tratemos primero de conocer quién era este santo.
Existió en Egipto, a mediados del siglo III, una ciudad llamada Comán, cerca de Heraclea, entre el bajo Egipto y la Tebaida, donde vivía un joven llamado Antonio, que había quedado huérfano, con una hermana más pequeña a su cargo. La hacienda de sus padres parece ser que era extensa. Un día oyó comentar la frase del Evangelio: “Si quieres ser perfecto, vende lo que tienes, distribuye el dinero a los pobres y sígueme” y ni corto ni perezoso decidió ponerlo en práctica. En consecuencia, se despojó de todo, lo repartió entre los pobres y confiando el cuidado de su hermana a un grupo de vírgenes que vivían en comunidad, comenzó una vida de asceta en una ermita apartada.
Ya en este primer retiro, el “enemigo” le asaltaba constantemente con fuertes tentaciones. Antonio lucha con todas sus fuerzas. Siguiendo el consejo evangélico se entrega a la oración y al ayuno, pero cerca había otros ermitaños y él lo que buscaba era la soledad absoluta. Entonces huye hacia los montes, encuentra una tumba vacía y un amigo se presta a llevarle comida, que él mismo se ganaba con su propio esfuerzo pues según nos cuenta su biógrafo Atanasio, trabajaba según la recomendación evangélica y lo que ganaba con su trabajo parte lo empleaba en su propio sustento y la otra lo repartía entre los pobres, puede que por esto haya sido considerado como el patrono de los tejedores de cestos. Mientras tanto, el demonio no dejaba de redoblar sus ataques, apareciéndosele de mil formas distintas. Estando aquí nuevamente volvió a sentir la llamada apremiante de la soledad; pasa a la orilla derecha del Nilo y encuentra, en medio del desierto, una vieja fortaleza abandonada y medio en ruinas, pero tiene abundancia de agua y allí se cobija. Levanta un muro para estar aislado por completo de la vista y el trato con los hombres. El amigo le arrojaba el pan por encima del muro. Tenía ya 35 años. Aquí pasó otros 20 años. Las tentaciones arreciaban. Hay un famoso tríptico pintado por El Bosco, que se titula “Las tentaciones de San Antonio”, cuyo original se encuentra en el Museo de Artes Antiguas en Lisboa, del que existen varias copias, una de ellas está en el Museo del Prado de Madrid.
Su fama se fue extendiendo y sus admiradores llegaron a derribar el muro. Pronto se llena la montaña de hombres que querían imitarle, entre ellos el joven Atanasio, luego obispo de Alejandría, que fue quien después escribió su vida. Antonio llegó a ser para ellos un verdadero “abad”, aunque nunca llegaron a formar un monasterio “stricto sensu”. Era el año 305 y de esta forma acababa de nacer, aún sin proponérselo, el monacato oriental. Nunca escribió reglas, ni usaron hábito. Hacían una vida similar a la que después hicieron los cartujos o los camaldulenses. Según nos relata Atanasio, todos los habitantes del lugar, y personas honradas le veían como amigo de Dios y le querían como a un hijo o como a un hermano”,
¿Y qué hay de los animales? Cabe citar sus relaciones con un ermitaño llamado Pablo, a quien un cuervo le llevaba todos los días en el pico un pan y cuando Antonio se juntaba con él les llevaba dos. Cuando muere Pablo, Antonio lo entierra, ayudado por unos leones. Hay más, existe la leyenda de que una jabalina con sus cachorros, que estaban ciegos, un día se acercó a Antonio y le miraba suplicante, entonces Antonio curó a los jabatillos y ya no se separaron de él. Cuando Antonio era atacado por alguna alimaña, la jabalina le defendía en agradecimiento. Puede que de aquí venga todo. Con leyenda o sin leyenda, lo cierto es que los dueños de “mascotas” se sienten satisfechos creyendo que éstas vivirán más tiempo y más seguras después de haber recibido la bendición de su santo patrón. Murió, según cuentan, sonriendo, a una avanzada edad en el monte Colzim, próximo al Mar Rojo.
Reflexión desde el contexto actual:
Sucede a veces que a un santo se le identifica con una personalidad que no es la que le corresponde y se le venera en razón de unos milagros de dudosa verosimilitud. Algo de esto es lo que ha sucedido con S. Antonio, que fue un hombre dotado de unas cualidades excepcionales y con una rica personalidad , habiendo llevado una vida que le hace acreedor de no pocos títulos de gran relevancia; pues bien la paradoja está en que su fama ha llegado hasta nosotros por algo intrascendente que muy posiblemente poco tiene que ver con la realidad; pero vete tú a decir a las gentes devotas amantes de los animales que San Antonio no tiene bien merecido el ser nombrado Patrón de los animales , aunque solo sea por la devoción que le tienen.