"Sin el Espíritu Santo seremos un partido o un bello club, pero no la Iglesia" Francisco: "La Iglesia no es un mercado ni un grupo de empresarios de una empresa nueva. Es obra del Espíritu Santo"
"Cuatro características esenciales de la vida eclesial: la escucha de la enseñanza de los apóstoles, la custodia de la comunión recíproca, la fracción del pan y la oración"
"Es el fuego vivo del Espíritu que da fuerza al testimonio y a la misión"
"Es Dios quien hace la Iglesia, no el clamor de las obras"
"Dios dona amor y pide amor. Esta es la raíz mística de toda la vida creyente"
"La Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción, como dice Benedicto XVI"
"Es Dios quien hace la Iglesia, no el clamor de las obras"
"Dios dona amor y pide amor. Esta es la raíz mística de toda la vida creyente"
"La Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción, como dice Benedicto XVI"
"La Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción, como dice Benedicto XVI"
En una catequesis sobre el tema “la oración de la Iglesia primitiva”, el Papa Francisco presentó las cuatro coordenadas de la vida de la Iglesia según el Espíritu: "la escucha de la enseñanza de los apóstoles, la custodia de la comunión recíproca, la fracción del pan y la oración". Porque sin Él, la Iglesia se convierte “en un mercado, en un grupo de empresarios, en un partido o en un bello club”. La Iglesia es, pues, “obra del Espíritu” y, como dice Benedicto XVI, “no crece por proselitismo, sini por atracción”.
Lectura de los Hechos de los Apóstoles: “...Y todos fueron colmados del Espíritu Santo”
Texto íntegro de la catequesis del Papa
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Los primeros pasos de la Iglesia en el mundo estuvieron marcados por la oración. Los escritos apostólicos y la gran narración de los Hechos de los Apóstoles nos devuelven la imagen de una Iglesia en camino, trabajadora, pero que encuentra en las reuniones de oración la base y el impulso para la acción misionera. La imagen de la comunidad primitiva de Jerusalén es punto de referencia para cualquier otra experiencia cristiana.
Escribe Lucas en el Libro de los Hechos: «Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones» (2,42). Encontramos aquí cuatro características esenciales de la vida eclesial: la escucha de la enseñanza de los apóstoles, la custodia de la comunión recíproca, la fracción del pan y la oración. Estas nos recuerdan que la existencia de la Iglesia tiene sentido si permanece firmemente unida a Cristo.
La predicación y la catequesis testimonian las palabras y los gestos del Maestro; la búsqueda constante de la comunión fraterna preserva de egoísmos y particularismos; la fracción del pan realiza el sacramento de la presencia de Jesús en medio de nosotros: Él no estará nunca ausente, Él vive y camina con nosotros.
Y finalmente la oración, que es el espacio del diálogo con el Padre, mediante Cristo en el Espíritu Santo.
Todo lo que en la Iglesia crece fuera de estas “coordenadas”, no tiene fundamento,no es eclesial: es como una casa construida sobre la arena (cfr Mt7, 24-27). Es Dios quien hace la Iglesia, no el clamor de las obras. La Iglesia no es un mercado ni un grupo de empresarios de una empresa nueva. Es obra del Espíritu Santo. Es la palabra de Jesús la que llena de sentido nuestros esfuerzos. Es en la humildad que se construye el futuro del mundo.
Siento tristeza cuando veo una comunidad que, con buena voluntad, se equivoca, porque se organiza como un partido político. ¿Dónde está la oración, el amor comunitario, la eucaristía? Sin eso, la Iglesia se torna un partido político, que actúa por medio de mayorías y minorías. Para valorar si una situación es eclesial o no, hay que someterla a estas cuatro coordenadas. Si falta esto, falta el Espíritu. Sin Él seremos un partido eclesial, pero no la Iglesia. La Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción, como dice Benedicto XVI. Sin esto, será un bello club.
Leyendo los Hechos de los Apóstoles descubrimos entonces cómo el poderoso motor de la evangelización son las reuniones de oración, donde quien participa experimenta en vivo la presencia de Jesús y es tocado por el Espíritu. Los miembros de la primera comunidad -pero esto vale siempre, también para nosotros hoy -perciben que la historia del encuentro con Jesús no se detuvo en el momento de la Ascensión, sino que continúa en su vida. Contando lo que ha dicho y hecho el Señor, rezando para entrar en comunión con Él, todo se vuelve vivo.
La oración infunde luz y calor: el don del Espíritu hace nacer en ellos el fervor. Al respecto, el Catecismo tiene una expresión muy profunda: «El Espíritu Santo, que recuerda así a Cristo ante su Iglesia orante, conduce a ésta también hacia la Verdad plena, y suscita nuevas formulaciones que expresarán el insondable Misterio de Cristo que actúa en la vida, los sacramentos y la misión de su Iglesia» (n. 2625).
Esta es la obra del Espíritu en la Iglesia: recordar a Jesús. 'Él os enseñará y os recordará'. Pero no como un ejercicio mnemónico. Los cristianos, caminando por los senderos de la misión, recuerdan a Jesús haciéndolo presente nuevamente; y de Él, de su Espíritu, reciben el “impulso” para ir, para anunciar, para servir. En la oración el cristiano se sumerge en el misterio de Dios que ama a cada hombre y desea que el Evangelio sea predicado a todos. Dios es Dios para todos, y en Jesús todo muro de separación es definitivamente derrumbado: como dice San Pablo, Él es nuestra paz, «el que de los dos pueblos hizo uno» (Ef2,14).
Así la vida de la Iglesia primitiva está marcada por una sucesión continua de celebraciones, convocatorias, tiempos de oración comunitaria y personal. Y es el Espíritu que concede fuerza a los predicadores que se ponen en viaje, y que por amor de Jesús surcan los mares, enfrentan peligros, se someten a humillaciones.
Dios dona amor y pide amor. Esta es la raíz mística de toda la vida creyente. Los primeros cristianos en oración, pero también nosotros que venimos varios siglos después, vivimos todos la misma experiencia. El Espíritu anima todo. Y todo cristiano que no tiene miedo de dedicar tiempo a la oración puede hacer propias las palabras del apóstol Pablo: «La vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gal2, 20). Solo en el silencio de la adoración se experimenta toda la verdad de estas palabras. Tenemos que recuperar el sentido de la adoración: adorar a Dios, al Hijo y a Espíritu. Adorar en silencio. La oración de adoración es la que nos hace reconocer a Dios como principio y fin de toda la Historia. Es el fuego vivo del Espíritu que da fuerza al testimonio y a la misión.
Saludo en español
Queridos hermanos y hermanas: En esta catequesis reflexionamos sobre la oración en las primeras comunidades cristianas. Encontramos en el libro de los Hechos de los Apóstoles y en otros escritos apostólicos cuatro características esenciales de la vida de la Iglesia: la escucha de la predicación de los apóstoles, la comunión recíproca, la fracción del pan y la oración. Estas cuatro “coordenadas” nos recuerdan que la existencia de la Iglesia tiene sentido si permanece unida a Cristo.
Todo lo que crece fuera de esto carece de fundamento, es como una casa que se construye sobre arena. Los primeros cristianos experimentaron que la oración es el espacio del diálogo con el Padre, mediante Cristo en el Espíritu Santo y descubrieron que el encuentro con Jesús no era algo histórico, sino que continúa en la propia vida, infunde luz y calor a la existencia y es el motor de la evangelización. La vida de la Iglesia, desde los comienzos, está marcada por celebraciones, reuniones y momentos de oración personal y comunitaria. En los encuentros de oración, los cristianos se sumergen en el misterio de Dios —que da amor y pide amor—, y hallan en Él el fundamento y el impulso para la acción misionera. Esta es la raíz mística de toda la vida del creyente.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. El próximo domingo iniciará el Adviento, tiempo litúrgico que nos ayuda a prepararnos para la Navidad. Los animo, por lo tanto, a dedicar momentos a la oración, meditando a la luz de la Palabra de Dios, para que el Espíritu Santo que la habita vaya iluminando el camino a seguir y transformando el corazón, en la espera del Nacimiento de Nuestro Señor Jesús. Que Dios los bendiga.