Séptimo consistorio del Papa Francisco en tiempos de pandemia Papa: “El rojo púrpura del hábito cardenalicio, que es el color de la sangre, se puede convertir, por el espíritu mundano, en el de una distinción eminente"
"El Papa hace cardenal a un párroco", dijo, tras entregar la birreta al neocardenal Enrico Feroci, un simple párroco italiano
En su saludo, el cardenal Grech dijo: “La pandemia puede ser una oportunidad de repensar nuestro estilo de vida y nuestras relaciones y, sobre todo, el sentido de nuestra existencia”
Los nuevos cardenales prometen y juran fidelidad a Cristo y a su Evangelio, obediencia a la Iglesia y al Sumo Pontífice, asi como conservar la comunión en la Iglesia
Los nuevos cardenales prometen y juran fidelidad a Cristo y a su Evangelio, obediencia a la Iglesia y al Sumo Pontífice, asi como conservar la comunión en la Iglesia
Consistorio cardenalicio peculiar, en plena pandemia. En el altar de la cátedra, ante el Cristo de la Peste. El Papa Francisco impuso la birreta, el anillo y el título a los once cardenales presentes en la ceremonia. En la homilía recordó a los nuevos purpurados que "el rojo púrpura del hábito cardenalicio, que es el color de la sangre, se puede convertir, por el espíritu mundano, en el de una distinción eminente". Y, tras imponer la bierreta al neocardenal enrico Feroci, proclamó alto y claro: "El Papa hace cardenal a un párroco".
Saludo del cardenal Grech, secretario del Sínodo de obispos
“La pandemia puede ser una oportunidad de repensar nuestro estilo de vida y nuestras relaciones y, sobre todo, el sentido de nuestra existencia”
“La Iglesia está llamada a abrir caminos y a ponerse ella misma en camino”
“Una Iglesia sinodal es una Iglesia de la escucha”
“La sinodalidad como forma y estilo de la Iglesia, como usted, Santo Padre, propone con fuerza”
“La escucha como principio de una Iglesia toda ella sinodal”
“Nos sostiene la esperanza. No nos la dejemos robar”
La celebración prosigue con una oración, antes de la liturgia de la Palabra.
Lectura del Evangelio de Marcos: “Concédenos de sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. “El que quiera ser grande entre vosotros, sea vuestro servidor”
Homilía del Papa
El camino. El camino es el lugar donde se realiza la escena que describe el evangelista Marcos (cf. 10, 32-45). Y es el lugar donde se desarrolla siempre la trayectoria de la Iglesia: el camino de la vida, de la historia, que es historia de salvación en la medida en que se hace con Cristo, orientado a su Misterio pascual. Jerusalén siempre está ante nosotros. La cruz y la resurrección pertenecen a nuestra historia, son nuestro presente, pero también son la meta de nuestro camino.Este relato evangélico ha estado presente con frecuencia en los consistorios para la creación de nuevos cardenales. No es sólo un “trasfondo”, sino la “hoja de ruta” para nosotros que estamos hoy en camino con Jesús, que va delante de nosotros. Él es la fuerza y el sentido de nuestra vida y de nuestro ministerio.
Por tanto, queridos hermanos, hoy nos toca a nosotros confrontarnos con esta Palabra.Marcos subraya que, en el camino, los discípulos «estaban asombrados [...] tenían miedo» (v. 32). ¿Por qué? Porque sabían lo que les esperaba en Jerusalén; Jesús ya les había hablado abiertamente en otras ocasiones. El Señor conoce el estado de ánimo de los que lo siguen, y esto no lo deja indiferente. Jesús no abandona jamás a sus amigos; no los olvida nunca. Aun cuando parece que vaya derecho por su camino, Él siempre lo hace por nosotros. Todo lo que hace, lo hace por nosotros, por nuestra salvación. Y, en el caso específico de los Doce, lo hace para prepararlos a la prueba, para que puedan estar con Él, ahora, y sobre todo después, cuando Él no esté más con ellos. Para que estén siempre con Él en su camino.
Sabiendo que el corazón de los discípulos estaba turbado, Jesús llamó aparte a los Doce y, «otra vez», les dijo «lo que le iba a suceder» (v. 32). Lo hemos escuchado: es el tercer anuncio de su pasión, muerte y resurrección. Este es el camino del Hijo de Dios. El camino del Siervo del Señor. Jesús se identifica con este camino, hasta el punto de que Él mismo es este camino. «Yo soy el camino» (Jn14,6). Este camino, no hay otro.
Y en este momento sucedió un “golpe de efecto” que trastocó e hizo posible que Jesús pudiera revelarles a Santiago y Juan —pero en realidad a todos los Apóstoles—el destino que les esperaba. Imaginemos la escena: Jesús, después de haberles explicado nuevamente lo que le iba a suceder en Jerusalén, miró a los Doce, fijó en ellos sus ojos, como diciendo: “¿Está claro?”. Después retomó el camino, a la cabeza del grupo, y del grupo se separaron dos: Santiago y Juan. Se acercaron a Jesús y le expresaron su deseo: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda» (v. 37).
Este es otro camino. No es el camino de Jesús, es otro. Es el camino de quien, quizás, sin ni siquiera darse cuenta, “usa” al Señor para promoverse a sí mismo; de quien —como dice san Pablo—busca su propio interés, no el de Cristo (cf. Flp2,21). Sobre esto, san Agustín tiene un estupendo Sermón sobre los pastores (n. 46), que siempre nos hace bien releer en el Oficio de Lecturas.
Jesús, después de haber escuchado a Santiago y Juan, no se alteró, no se enojó. Su paciencia fue verdaderamente infinita. También con nosotros. Y les respondió: «No sabéis lo que pedís» (v. 38). Los disculpó, en cierto sentido, pero al mismo tiempo también los acusó: “Ustedes no se dan cuenta de que se salieron del camino”.
En efecto, inmediatamente después fueron los otros diez apóstoles los que demostraron, con su actitud de indignación hacia los hijos de Zebedeo, que todos estaban tentados de salirse del camino.
Queridos hermanos: Todos nosotros queremos a Jesús, todos deseamos seguirlo, pero tenemos que estar siempre vigilantes para permanecer en su camino. Porque con los pies, con el cuerpo podemos estar con Él, pero nuestro corazón puede estar lejos y llevarnos fuera del camino. Así, por ejemplo, el rojo púrpura del hábito cardenalicio, que es el color de la sangre, se puede convertir, por el espíritu mundano, en el de una distinción eminente.En este relato evangélico, lo que siempre sorprende es el claro contraste entre Jesús y los discípulos. Jesús lo sabe, lo conoce, y lo soporta. Pero el contraste permanece: Él en el camino, ellos fuera del camino. Dos recorridos opuestos. Sólo el Señor, en realidad, puede salvar a sus amigos desorientados y con el riesgo de perderse; sólo su cruz y su resurrección.
Por ellos y por todos, Él subió a Jerusalén. Por ellos y por todos, entregó su cuerpo y derramó su sangre. Por ellos y por todos, resucitó de entre los muertos, y con el don del Espíritu los perdonó y los transformó. Finalmente, los orientó para que lo siguieran en su camino.
San Marcos —como también Mateo y Lucas—agregó este relato en su Evangelio porque es una Palabra que salva, necesaria para la Iglesia de todos los tiempos. Aun cuando los Doce hacen un mal papel, este texto entró en el Canon porque muestra la verdad sobre Jesús y sobre nosotros. Es una Palabra beneficiosa también para nosotros hoy. También nosotros, Papa y cardenales, tenemos que reflejarnos siempre en esta Palabra de verdad. Es una espada afilada, nos corta, es dolorosa, pero al mismo tiempo nos cura, nos libera, nos convierte. Conversión es justamente esto: desde fuera del camino, volver al camino de Dios. Que el Espíritu Santo nos conceda, hoy y siempre, esta gracia
Ritos de la creación de los nuevos cardenales
Tras una oración ritual, nombra a los 13 nuevos purpurados por su nombre y su oficio. Tanto de los 11 presentes como de los dos ausentes e invita a los nuevos purpurados a profesar la fe de la Iglesia, rezando el Credo.
A continuación, los nuevos cardenales prometen y juran fidelidad a Cristo y a su Evangelio, obediencia a la Iglesia y al Sumo Pontífice, asi como conservar la comunión en la Iglesia.
Inmediatamente, el Papa les impone la birreta, les entrega el anillo y su correspondiente título.
En la ceremonia, algunas anécdotas. Al Papa se la cayó el anillo del cardenal Semeraro al suelo, susurró unas palabras al oído del cardenal Cantalamessa y, tras imponerle la birreta al neocardenal Feroci dijo en voz alta: “El Papa hace cardenal a un párroco”
Y la ceremonia termina con la bendición final del Papa y el canto del 'Salve Regina'.