Los que Dios desprecia, porque ponen más confianza en su dinero.

«Y a los ricos quiero decirles también que no basta con tener una pobreza espiritual, como un deseo, pero sin eficacia. A ellos les digo: mientras no hagan realidad esos deseos de pobreza evangélica, que se interesen por los pobres como si se tratara de Cristo, seguirán siendo llamados los ricos: los que Dios desprecia, porque ponen más confianza en su dinero». (1 de julio de 1979).

Lo que Monseñor Romero dice aquí a «los ricos» es aplicable a todos.  De nada nos sirve decir que somos creyentes, sentirnos cristianos o cristianas, vivir piadosamente o pensar que vivimos espiritualmente si no hay «eficacia».  Es decir, si esa corriente espiritual no se materializa en la vida diaria, en las relaciones familiares y comunitarias o en la preocupación por nuestro pueblo y por el mundo, no sirve de nada.     Monseñor Romero nos dice en esta cita que esa «eficacia» se mide por el grado de compromiso que asumimos con la causa, la vida, el sufrimiento, la desesperación y la esperanza de las personas pobres.  En nuestras comunidades eclesiales de base hemos aprendido de Santiago y Raquelita (ambos fallecidos el 11 de junio de 2020, víctimas de la pandemia) que «siempre hay familias más pobres que las nuestras». 

En el fondo, monseñor nos vuelve a preguntar: ¿en qué o en quién ponemos más confianza?  No se trata de una pregunta teórica.  En América Latina es tan fácil hablar de Dios como acostumbramos a decir «primero Dios» cuando queremos expresar que algo es muy probable.  O saludarnos con «Dios le bendiga». Bendiciones».  Estas frases parecen profesiones de fe.  Monseñor nos pregunta por la «eficacia» de esa profesión de fe.  Si creemos en la presencia liberadora de Dios, debemos comprometernos con la liberación y arriesgarnos a transformar nuestras vidas.  Si profesamos nuestra confianza en Dios, si creemos que Él hará bien las cosas («Primero Dios») y si nos quedamos de espectadores mientras otros juegan el partido y se manchan en el barro de la historia, entonces nuestra profesión de fe es vacía, nuestra oración es hueca.  Entonces seremos de «los que Dios desprecia».

En realidad, una de las dinámicas que más daño ha hecho y hace a la Iglesia (a las iglesias) es el fariseísmo: profesar creer y confiar en Dios Padre y Madre, es decir, ser «cristianos» (los del camino de Jesús, el Cristo), alegrarse y gozar del Espíritu Santo, pero sin esa «eficacia» en la construcción del Reino de Dios.  No se trata solo de aquellas personas y familias que «ponen más confianza en su dinero» o que viven ansiosos por alcanzar nuevos niveles y posiciones de poder (en la sociedad o en la Iglesia), sino que se trata de preguntarnos todos y todas: ¿qué es la cosecha de nuestra fe en Dios?, ¿dónde y cómo estamos dando testimonio y aportando a la construcción de «un mundo diferente» llamado en los Evangelios «el Reino de Dios»?

La fe es gracia divina que pierde toda su fuerza si no se «acepta» y concreta o hace realidad en la vida y la historia. Por eso, es importante preguntarnos, independientemente de nuestros sentimientos religiosos o de nuestra participación, en qué confiamos de verdad en el día a día y de qué manera esa confianza nos guía y nos orienta en nuestro quehacer. 

Dios, todo misericordioso, no nos despreciará si reconocemos con sinceridad que, durante un tiempo, hemos confiado más en otras cosas (el dinero, el poder, un partido político, una iglesia, una ideología, la comodidad, etc.) y no en Él: Dios de la vida, Dios de los pobres, Dios de las Bienaventuranzas, Dios del Reino que inicia su camino en esta historia, Dios que nos llama a ser instrumentos y servidores en sus manos, como lo han vivido Jesús, Monseñor Romero y tantos otros testigos.  No tengamos miedo a revisar en qué confiamos.  Nos puede liberar de cadenas y abrir la puerta para poder confiar en el Dios de Jesús.

Cita 3, capítulo VI (La idolatría de la riqueza), en El Evangelio de Monseñor Romero.

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