Dios viene a salvarnos
4 Domingo de Adviento –A - Mt 1,18-24 18 diciembre 2022
| Luis Van de Velde
En este cuarto domingo del Adviento Monseñor Romero se refiere poco al Evangelio de hoy. Ha titulado su homilía con “Dios viene a salvarnos”. Retomaremos la cita donde saca la conclusión del mensaje del ángel a San José, en segundo lugar copiamos y comentaremos el párrafo de cierre de su homilía.
¿Qué nos dic[1]e Mons. Romero a partir del Evangelio de este domingo?
“ Hermanos, y esta redención que es del pecado, porque así le dice el ángel a San José: llámale Jesús porque Él va a perdonar los pecados del mundo. De allí parte la liberación cristiana. Cuando ahora luchamos por los derechos humanos, la libertad, la dignidad, cuando sentimos que es un ministerio de la Iglesia preocuparse por los que tienen hambre, por los que no tienen escuela, por los que sufren marginación, no nos estamos apartando de esta promesa de Dios: viene a liberarnos del pecado. Y la Iglesia sabe que las conclusiones del pecado son todas esas injusticias y atropellos, Por eso, la Iglesia sabe que está salvando al mundo cuando se mete a hablar también de esas cosas.”
En el evangelio según la comunidad de Mateo leemos en el versículo 21 del primer capítulo el mensaje del ángel a José: “Y (María) dará a luz un hijo, al que pondrás el nombre de Jesús[2], porque él salvará a su pueblo de sus pecados”. El nombre personal “Jesús” significa "Dios salva". El mandato de llamar Jesús a ese niño que nacerá, se refiere, pues, al sentido de su vida, a su misión: ser la salvación de Dios. Monseñor Romero añade "porque va a perdonar los pecados del mundo". Salvación de los pecados.
En los países de habla hispana de tradición cristiana, ese primer nombre "Jesús" es bastante frecuente, tanto entre hombres como entre mujeres. Entonces, ¿significa esto que este mandato salvador -de parte de Dios- también se da a un niño o a una niña? Las personas que nacen en Navidad reciben ocasionalmente "Jesús" como uno de sus nombres. ¿Qué quieren decir los padres con esto? En los países de habla neerlandesa, ese nombre “Jesús" no aparece en realidad. ¿Es por temor, porque seguramente no podemos dar ese nombre sagrado a un niño humano? ¿O tenemos miedo de dar esa misión de salvación incluso hoy en día? ¡Sí, los nombres también deben sonar naturales e ir un poco a la moda!
En nuestra iglesia, los pecados se indicaban más bien a nivel personal, las (malas) acciones personales, y muy a menudo se concentraban en la vivencia sexual. Monseñor Romero llama la atención sobre el pecado a nivel estructural y social. El resultado del pecado son precisamente esas "injusticias y atropellos" que causan tanta miseria a la mayoría de la población: estructuras económicas, políticas y sociales injustas. Estas fueron construidas por la minoría rica (y enriquecedora) de la población. En muchos países, las leyes neoliberales fueron impuestas por las instituciones financieras internacionales, reforzando así la posición de la oligarquía o burguesía local. Si entendemos el pecado como todo lo que daña la vida, todo lo que amenaza la vida, todo lo que mata la vida (en todas las dimensiones), entonces es más que obvio que la gran mayoría de la población mundial es víctima del pecado. Lo vemos cerca y lejos.
En su homilía, Mons. Romero da testimonio de su fe en el Dios que salva a las personas del pecado. Pero para ello, Dios también necesita nuestras manos y nuestra voz. "Si ahora luchamos por los derechos humanos, la libertad, la dignidad, si consideramos que es tarea de la Iglesia atender a los que tienen hambre, a los que no tienen escuela, a los que viven en los márgenes", esa es precisamente nuestra praxis fiel. El rostro concreto (herido) de las víctimas del pecado, será algo diferente en cada lugar del mundo, pero está presente en todas partes. En Flandes, miles de personas sufren "la crisis del asilo": está claro que nuestros políticos no están lo suficientemente dispuestos a ser países verdaderamente hospitalarios, a poner toda la infraestructura y el personal a disposición de las personas que (huyendo de sus países y tras largos y peligrosos viajes), buscan asilo (es decir, protección) con nosotros y nuevas oportunidades de vida. Hombres solteros, así como familias y niños/as, siguen siendo obligados a pasar la noche en la calle. La imagen de las tiendas de cartón destruidas por la policía es más que clara. El número de niños/as que en Bélgica va a la escuela sin una nutrición adecuada es otra señal reveladora: 1 de cada 5 niños/as en nuestro país vive en la pobreza, 1 de cada 10 en la pobreza extrema. Esto último supone unos 43.000 niños/as solo en Bélgica. Si abrimos los ojos, hay muchas personas concretas a nuestro alrededor que se quedan en la cuneta, que son víctimas de esas estructuras y procesos económicos y políticos injustos. Ese es el pecado.
Ya estamos a una semana de nuestras celebraciones anuales de Navidad. Quizá haya un poco menos de brillo aquí y allá debido a la crisis energética, pero la publicidad navideña está en todas partes. Hoy, Monseñor Romero nos dice, a la gente de la iglesia, que se trata de que Dios salve del pecado. Creer eso ( es decir: celebrar la Navidad) significa estar en las trincheras de lucha contra la injusticia, la explotación, la exclusión. En cualquier lugar concreto, ser cristiano sólo es posible en el compromiso concreto en esa lucha. Y ese compromiso tendrá que ser incluso una prioridad en la vida de los cristianos. "La Iglesia sabe que está salvando al mundo si también se compromete a hablar de estas cosas". Denunciar la injusticia exige también, naturalmente, participar en la construcción de la justicia y la paz, junto con los demás. Por eso la Iglesia puede cumplir esa misión divina: significar la salvación en el mundo.
Junto con las personas que sufren, podemos orar por la salvación y, al mismo tiempo, ser verdaderos colaboradores de Dios. Así terminaba Monseñor Romero su homilía del 4º domingo de Adviento de 1977: “Mucha esperanza, hermanos, por favor mucha oración, una Navidad de plegarias, una Navidad de súplicas: Señor sufrimos mucho; Señor, este pueblo está desconcertado; Señor, danos paz; Señor, que tu salvas, cuenta con nuestra buena voluntad; queremos ser como Pablo, como José, como María, no queremos dudar de ti como Ajáz[3], queremos ser hombres y mujeres creyentes, entregados a ti, colaboradores de tu reino. Colaboradores de tu reino; hermanos, que cada uno en su profesión, en su trabajo sea un colaborador de Dios: sembré paz, siembre optimismo, siembre esperanza. Vendrá el Señor a salvarnos. Así sea.”
Algunas preguntas para nuestra reflexión y acción personal y comunitaria.
- ¿Dónde vemos y experimentamos el pecado en nuestro mundo actual? ¿Por qué llamamos "pecado" a esas situaciones y a esas estructuras?
- ¿Hasta qué punto somos también (más o menos) culpables de esa situación de pecado en nuestra historia humana?
- ¿Cómo traducimos nuestra fe en la encarnación de ese Dios salvador, como praxis concreta de fe liberadora (económica, social y política)?
[1] Homilía durante la eucaristía del 4to domingo de Adviento. Ciclo A. 18 de diciembre de 1977.
[2] La Enciclopedia Católica explica que la palabra Jesús es la forma latina del griego Iesous, que a su vez es la transliteración del hebreo Jeshua, o Joshua, o también Jehoshua, que significa [Dios] es salvación”. El Catecismo de la Iglesia Católica añade, “Jesús significa en hebreo: 'Dios salva'”
[3] Referencia al Rey Ajaz en Israel que prefirió hacer alianza con el rey de Asiria en vez de confiar en el proyecto de Dios.