Iglesia escatológica - 6 de noviembre de 2022
Reflexión a partir de la homilía de Monseñor Romero el 32 domingo ordinario - C
| Luis Van de Velde
En sus homilías de este domingo y del siguiente Mons. Romero habla sobre la dimensión escatológica de la Iglesia y de la vida. Partiendo de la cita del Evangelio que se lee hoy en la liturgia va desarrollando sus pensamientos acerca de la escatología. A la homilía de hoy dio el título “LA IGLESIA ESCATOLÓGICA”.
“Cristo toma la oportunidad para predicar aquí la relatividad de las cosas temporales. Se equivocan, les dice, no saben ustedes cómo será esa vida de la resurrección. …Todas esas leyes del matrimonio, el mismo matrimonio tiene un sentido relativo, histórico, temporal..”
Partiendo de la curiosa cuestión de cuándo se dice que tradiciones y leyes religiosas son absolutas y eternas, Jesús dice que todo lo que es "temporal", de este mundo, sólo tiene un "significado relativo, histórico, temporal". Si aplicamos las palabras de Jesús (en las circunstancias jurídico religiosas de su tiempo) a la Iglesia de hoy entonces sonará una crítica fuerte a todo intento para inmovilizar la Iglesia y las luchas para evitar cambios importantes. Del mismo modo, todas las decisiones eclesiásticas, ordenamientos, estructuras, costumbres, tradiciones, ... sólo tienen un "significado relativo, histórico, temporal". Esto no quiere decir que cuando surgieron, en un momento histórico concreto, no hayan sido muy valiosas e incluso necesarias para ordenar la respuesta eclesial a los desafíos del Evangelio. Pero ninguna de esas decisiones es "sagrada", en el sentido de intocable, eterna. En cada nuevo proceso histórico cultural de la llegada del Reino de Dios, la Iglesia tendrá que revisar y redefinir sus leyes, su estructura, sus reglamentos (litúrgicos y otros), sus tradiciones culturales religiosas, sus edificios, su personal,.... precisamente para ser fiel al Evangelio "hoy". Las nuevas decisiones y leyes eclesiásticas también tendrán un "significado relativo, histórico y temporal" y no podrán volver a ser declaradas "eternas". Los retos de dar testimonio de la Buena Nueva del Reino de Dios y del camino de Jesús en un mundo cada vez más secularizado, la valoración del papel y la importancia de las mujeres en la Iglesia, las múltiples cuestiones de la igualdad de género, los retos que plantea la creciente pobreza en el mundo y el lugar de la Iglesia en ella, el celibato obligatorio para sus sacerdotes, la Iglesia no sólo como Pueblo de Dios, sino como "Iglesia de los pobres",. .... -por mencionar sólo algunos aspectos- exige humildad y valentía evangélicas, una profunda fe en Jesús, para formular, en fidelidad creativa al Evangelio, nuevos ordenamientos y apoyar convenciones y normas. Ciertamente, aquellos que han llegado a ciertas posiciones de poder gracias a las viejas estructuras y leyes no estarán abiertos al Fuego del Espíritu sin más. Sin embargo, de eso se trata si nos tomamos en serio la dimensión escatológica de la Iglesia.
“Y así de lo demás. Si se tuviera en cuenta lo relativo de lo temporal, los que están en el poder no lo absolutizarían, sino que lo usarían para el bien común….. Y las riquezas, si se tuviera en cuenta que el becerro de oro n o es más que un ídolo que va a desaparecer, que cuando uno muere se va con las manos vacías de todas las cosas temporales. “
En esta cita de su homilía de hoy, Mons. Romero aplica la crítica de Jesús a la absolutización del poder y la riqueza. Son dos ídolos que denuncia una y otra vez. También hoy nos pide que no adoremos el poder y la riqueza, que no nos arrodillemos ante el poder y la riqueza. Aquellos que se han encontrado en una posición de poder (ojalá por medios legales) en la política y también en la Iglesia deberían ser realmente conscientes de que incluso eso es sólo temporal, y sólo tiene "importancia relativa, histórica y temporal". Quien entiende y vive esto, dice Monseñor Romero, utilizará este poder "para el bien común", en beneficio de la vida y el bienestar de todas las personas que están bajo su autoridad. Curiosamente, cuanto más se asciende en la escala de poder, menos se experimenta esta relatividad, y más se abusa de este poder en beneficio propio precisamente para mantener el poder. Mientras tanto, se hace sufrir a mucha gente y se pierden muchas oportunidades históricas de hacer posible más bienestar. Sin embargo, ese poder llegará a su fin. Afortunadamente. Incluso los mayores dictadores morirán. Monseñor Romero[1] dijo que los obispos no son príncipes, ni reyes, ni gobernantes, sino servidores, diáconos del pueblo de Dios. Desgraciadamente, la autoridad eclesiástica se identificaba (¿se identifica?) a menudo con el poder y se experimenta como tal, a veces oculto tras una apariencia piadosa y amable
El Arzobispo expresa la misma crítica a la riqueza, hermano gemelo del poder. Los que "nadan" en el dinero y la riqueza, que siempre quieren más y más, se deshumanizan cerrando los ojos ante la pobreza y la miseria en el mundo. Las personas que poseen millones de euros no quieren ver que millones de personas mueren de hambre y otros muchos millones viven en la miseria. La riqueza no puede tener un valor absoluto, no puede convertirse en un dios. ¿Dónde escuchamos la voz profética de la Iglesia para llamar la atención del público sobre este fenómeno una y otra vez?
“Hermanos, cómo quisiera yo grabar en el corazón de cada uno esa gran idea: el cristianismo no es un conjunto de verdades que hay que creer, de leyes que hay que cumplir, de prohibiciones. Así resulta repugnante. El cristianismo es una persona que me amó tanto que me reclama mi amor. El cristianismo es Cristo!...Lo escatológico no es solo lo que se espera; lo escatológico es lo que ya se tiene, cuando se tiene fe a Cristo en el corazón. No esperamos morir para ser felices, ya somos felices cuando tenemos el Reino de Dios, como decía Cristo, en vuestros corazones.”
En una última reflexión sobre estas citas vinculadas al Evangelio de hoy, escuchamos a Mons. Romero decir que ser cristiano no es cuestión de creer en un "conjunto de verdades", ni de respetar y obedecer un conjunto de mandamientos y prohibiciones. Lo califica de "repugnante" cuando la pertenencia a la Iglesia se vive o se entiende de esta manera. La dimensión escatológica del ser cristiano puede expresarse y experimentarse allí donde "tenemos a Cristo en el corazón" y así experimentamos los grandes valores del Reino de Dios ahora. No se trata de una complacencia religiosa emocional, sino de vivir conscientemente de manera diferente: una vida transparente al propio Jesús, una vida que ya hace visibles y audibles las líneas del reino definitivo de Dios. Y una vida así siempre estará en conflicto con la cultura, con lo "normal", con las estructuras verticales y autoritarias, con el poder y la riqueza.
Algunas preguntas para nuestra reflexión y acción personal y comunitaria.
- ¿Qué podemos hacer en nuestra Iglesia para que el fuego purificador del Espíritu Santo afloje tradiciones, normas y leyes oxidadas y obsoletos, para que el Viento Nuevo del Espíritu Santo nos ponga en marcha?
- ¿Hasta qué punto nos reconocemos (secretamente) en el comportamiento de los que adoran a los dioses del poder y la riqueza? ¿Qué estamos dispuestos a hacer para trabajar (juntos) por alternativas al servicio del bien común, al servicio de los más pequeños y pobres?
- ¿De qué manera somos auténticos testigos del Reino de Dios hoy y aquí?
[1] "La verdadera grandeza -dice Cristo-, El que quiera ser grande entre ustedes, el que quiera ser el primero, hágase el último y sea servidor de todos". Discutan, entonces, a la luz de este principio cristiano ¿quién es más grande? ¿Será más grande el que sirve con más humildad y con más amor? Si un hombre, por la necesidad de la sociedad, es elegido para ministro, para presidente de la república, para arzobispo, para servidor, es servidor del pueblo de Dios. ¡No hay que olvidarlo! La actitud que hay que tomar en esos cargos no es decir: "Yo mando y aquí se hace despóticamente lo que yo quiero". No eres más que un hombre ministro de Dios y tienes que estar pendiente de la mano del Señor para servir al pueblo según la voluntad de Dios y no según tu capricho” - Cuando el Concilio Vaticano II, que ha vuelto a poner las cosas en su puesto, piensa en la jerarquía, nos dice a los obispos que ya no pretendamos ser los príncipes con los que se había prostituido la figura del obispo. No somos príncipes, no somos reyes.” (Homilía del 23 de septiembre de 1979)