Nadie tiene la clave, pero entre todos la podemos encontrar.

“Dice nuestro dicho: hablando se entiende la gente. Aprendamos  a hablar el lenguaje político y no solo el violento.  Seamos ágiles en replantear nuestros análisis y cuadros cuando no corresponden ya a la realidad. La historia no se enmarca en esquemas rígidos. La historia es vida, y quien se mete a manipular esa vida de la historia en política tiene que ser un hombre no cerrado a sus cuadros, sino abierto para comprender, en esos cuadros, la agilidad de la historia. Esto hace falta: que estos grupos organizados sean verdaderas dirigencias políticas, sean educadores del pueblo, y que sean, de verdad, fuerzas sociales que sepan presionar y orientar, pero sin cerrazones, sino abiertos; porque lo que interesa, hoy más que nunca, es el bien de la patria antes que el bien de la propia organización. (*) Perdonen, queridos hermanos, pero en este llamamiento creo que está la base de las soluciones. Nadie tiene la clave – y por eso todos estamos sufriendo -, pero entre todos la podemos encontrar.”  

Monseñor empieza con una expresión de la sabiduría popular.  “Hablando se entiende la gente.   Nadie tiene la clave pero entre todos la podemos encontrar”. En la asamblea nacional de El Salvador, desde hace muchos años, se han acostumbrado a gritarse, a burlarse y a imponer el peso de la mayoría según la aritmética partidaria. No recuerdo que ha habido diálogos serios.  La asamblea actual ha optado por seguir en la misma lógica acostumbrada en ese órgano del estado: la mayoría “manda” y punto.  Aun peor es el diálogo sincero entre instancias estatales y organizaciones del pueblo como confederaciones de cooperativas y de sindicatos, como los diferentes gremios.  Se busca reuniones con esos líderes de que saben de antemano que están de acuerdo con el planteamiento del gobierno.  También eso ha sido tradición política de hace décadas.  Parece que todo sigue igual.  Lo mismo sucede en la relación muy difícil (por ser contradictoria) entre empresarios y trabajadores/as.   La tremenda facilitad para formar otro sindicato en cualquier trabajo ha logrado que las y los trabajadores están divididos.  Los que han hecho esas leyes utilizaron el derecho de sindicalizarse para dividir.  Los (líderes de los) sindicatos se pelean entre sí, no pocas veces por beneficios propios de sus dirigentes y por lograr ciertas concesiones de parte de los patronos.  No podemos olvidar que después de los Acuerdos de Fin de Guerra (1992) se dio una tremenda desmovilización del pueblo salvadoreño.  Se logró el fin de la guerra, pero no la paz, que solo puede ser resultado de la justicia.  Esa desmovilización popular ha sido muy interesante para los gobiernos de ARENA y los del FMLN no aprovecharon los diez años para retomar la formación política crítica y la organización que surge de y se alimenta en la formación.  Mientras tanto la corrupción a los diferentes niveles políticos, con el involucramiento de ciertos periodistas y llamados analistas, ha sido el dinamismo que ha facilitado el funcionamiento del estado, así decía la ex primera dama del primer gobierno del FMLN.   En la Iglesia, muchas veces, tristemente no estamos mucho mejor.  El argumento que se utiliza es: la iglesia no es una democracia.  De ahí el poder de nombrar, de mover, de imponerse.  Por supuesto, también en las Iglesias hay excepciones muy importantes y valientes. 

Monseñor hace una llamada a las organizaciones populares, ahí hasta podemos incluir comunidades eclesiales de base, a ser “educadores del pueblo”.  Es responsabilidad de animadores/as y líderes de facilitar procesos de concienciación crítica. Esto vale a nivel político, pero también en la Iglesia.  Son procesos colectivos de aprender juntos/as a partir de la realidad que vivimos: ver – juzgar – actuar – celebrar – evaluar.  No es enseñar doctrinas políticas, ni doctrinas religiosas.  Solamente con un pueblo que sepa discernir, analizar y descubrir horizontes nuevos será capaz de convertirse en “fuerzas sociales que sepan presionar y orientar, pero sin cerrazones, sino abiertos; porque lo que interesa, hoy más que nunca, es el bien de la patria antes que el bien de la propia organización.”  La Iglesia debe recordar siempre que su misión es ser “signo e instrumento del Reino de Dios” en esta historia.  Solamente juntos seremos capaces de transformar la sociedad y las grandes mayorías (las y los pobres) serán actores principales.  Sin ellos no habrá solución en la sociedad.  En cuanto a la Iglesia es bueno recordar la frase de Jon Sobrino: “fuera de los pobres no hay salvación”.  No tengamos miedo.

Cita de la homilía de la liturgia del 31 domingo ordinario del ciclo B, 4 de noviembre de 1979.   Homilías, Monseñor Oscar A Romero, Tomo V, Ciclo B, UCA editores, San Salvador, p. 508   (*) Este signo expresa que en la grabación se oye el aplauso de la comunidad en la catedral.  

Volver arriba