El ciudadano del cielo debe ser primero un buen ciudadano de la tierra
| Luis Van de Velde
Epifanía del Señor –A - Mt 2,1-12 8 de enero de 2023
Monseñor Romero tituló su homilía[1] de este domingo: "Cristo, manifestación universal de la salvación". No aborda directamente el texto del Evangelio, sino que retoma la imagen de los reyes magos siguiendo la estrella, la luz, a través de las fronteras de la historia.
“Nuestra mirada, como la de los magos, más allá de los horizontes de la tierra, más allá de las estrellas, cerca de la vida de Dios. … La luz de Dio0s es la que debe de iluminar esta lucha de la Iglesia, la renovación en Cristo, La esperanza de que el paraíso no existe en esta tierra, pero que ya hay que reflejarlo ya en las relaciones de esta tierra porque no se va a improvisar. El ciudadano del cielo tiene que ser antes buen ciudadano de la tierra. El que quiera ser partícipe de las promesas de la eternidad tiene que ser colaborador con Dios en la justicia y en la paz y en el amor en este reino de la tierra. De ahí, hermanos, que la lucha de la Iglesia es por sembrar más amor, por despertar más esperanza, por arrepentir de los pecados a los pecadores, por acercarlos en la conversión a Dios, por renovarnos internamente.”
Monseñor Romero desarrolla tres puntos en esta homilía. (1) La universalidad del llamamiento de Cristo, (2) La igualdad de todos los hombres, (3) La trascendencia es la luz de Dios. La cita que retomamos hoy proviene del punto 3.
Nuestros ojos se centran en vivir cerca de Dios. Podemos ver el mundo y la historia bajo la luz de Dios mismo. Esto no es poco. Se trata obviamente del Dios, Padre de Jesús, del Dios que "está en la Liberación", que escucha el grito de los pobres y envía a hombres y mujeres. Monseñor Romero volvió a reiterar que es esa Luz de Dios la que ilumina y justifica la misión y el compromiso de la Iglesia. Aunque el "paraíso" (la plenitud del Reino de Dios, la plenitud de la creación y de la naturaleza) no es de esta tierra, creer que el paraíso vendrá exige que "reflejemos" ese nuevo mundo aquí en la tierra. Tal vez nos limitemos a los "ensayos” , a los intentos honestos y deliberados, al ensayo y la preparación. Pero hoy debemos dar pasos, atrevernos a recorrer nuevos caminos.
No se trata sólo de un llamamiento espiritual cristiano a trabajar por el paraíso venidero. Esa llamada se sitúa sobre todo en el grito actual de la historia humana para salvar esta tierra y mantener el futuro abierto para la naturaleza y el hombre. "El ciudadano del cielo debe ser primero un buen ciudadano de la tierra". Así que PRIMERO un buen ciudadano de la tierra. Lo olvidamos tan fácilmente sobre todo cuando nos preocupamos por la dimensión religiosa y eclesiástica de nuestras vidas. Durante los últimos 200 años -sobre todo los últimos 100- hemos cambiado profundamente la faz del planeta (naturaleza, fauna, flora, la gente). No la hemos cuidado.
Pero tal y como están las cosas, cada vez está más claro que estamos en un camino totalmente equivocado, incluso fatal. El calentamiento global se está acelerando. Hemos elegido hacer fuego y esperamos nuestro progreso de los procesos de combustión: carbón, petróleo, gas natural, bosques. Las emisiones de CO2 han aumentado tanto que el calentamiento destruirá por completo la vida en nuestro planeta en un tiempo relativamente corto. "Ser un buen ciudadano de la tierra" exige hoy en día prestar muchísima atención a toda la problemática del clima, que es en gran medida la causa del hambre, las migraciones, las inundaciones, la violencia y la guerra. Seguramente es muy curioso que desde el siglo XX hasta hoy en el siglo XXI hayamos estado invirtiendo muchísimo dinero, recursos disponibles, y haciendo enormes esfuerzos para producir armas y aumentar siempre nuestro poder destructivo, mientras no prestamos ninguna atención al deshielo de los polos y de los glaciares, y a todas sus consecuencias para la supervivencia del hombre y de la naturaleza. Nuestros (bis) abuelos sabían leer las señales de la naturaleza y predecían la llegada de grandes tormentas. Hoy en día, vemos inundaciones, largas sequías, temporadas de lluvias menos numerosas e irregulares, pero aparentemente no entendemos (suficientemente) las señales. ¡¡¡Y sin embargo!!!
Si queremos saber qué significa ser un buen ciudadano del mundo, escuchemos lo que escribe Andri Snaer Magnason[2]: "La población mundial se enfrenta a un reto que hasta ahora sólo se veía en los cuentos de ciencia ficción: controlar la cantidad de gases de efecto invernadero en la atmósfera de la Tierra y mantenerla bajo control. Debemos lograr este objetivo para cuando los niños que ahora están en el primer año de la escuela secundaria lleguen a mi edad y para cuando mi generación se jubile. Nuestra tarea es salvar la tierra; no podemos escapar de ella".
Monseñor Romero nos llama y dice que debemos "cooperar con Dios en este reino terrenal por la justicia y la paz y el amor". Necesitamos una gran imaginación. El futuro de la tierra y de la historia de la humanidad probablemente no será un reflejo o una extensión de lo que vivimos hoy. Colaborar en el reino de Dios tiene que ver con una forma totalmente nueva de vivir e interactuar con los demás y con la naturaleza. Hace 44 años, Mons. Romero dijo que "la lucha de la Iglesia es sembrar más amor, despertar más esperanza, convertir a los pecadores de sus pecados, acercarlos a Dios para su conversión, renovar nuestro interior". Nuestro mayor pecado parece ser más bien nuestra ceguera, ya que construimos modelos de desarrollo que ofrecen grandes resultados a muy corto plazo, pero que nuestro planeta no puede soportar. Trabajamos con fuentes de energía y construimos formas de vida que aceleran tanto los procesos (que antes tardaban millones de años) que en 100 años harán prácticamente imposible la supervivencia de la generación de nuestros (bis)nietos.
Lo que Monseñor Romero llama "conversión y renovación interior" nos exige a todos cooperar responsable y activamente, y hacer cumplir las decisiones políticas para que sigamos haciendo posible el futuro de nuestras nuevas generaciones. Debemos poner fin a las decisiones a corto plazo que no tienen en cuenta el futuro. Los numerosos problemas sociales y situaciones de conflicto que vivimos hoy en día -y en los que tenemos que apoyar a las personas muy de cerca- son el resultado de modelos de desarrollo equivocados. El mencionado escritor islandés Andri Snaer Magnason termina su libro mencionando cuatro grandes procesos en las que hay que trabajar de forma absoluta y extremadamente urgente: "1) Reducir el desperdicio de alimentos y cambiar los hábitos alimentarios; 2) Energía solar y eólica; electromovilidad, 3) Proteger los bosques, la silvicultura y restaurar pantanos y las selvas, 4) Empoderar a las mujeres". Convertirnos y renovarnos internamente nos exige colaborar en tales objetivos, quizás empezando por el nivel pequeño y local, pero también en un movimiento más amplio. Y... Monseñor Romero continúa diciendo que todo esto tiene que ver con la misión fundamental de la Iglesia: que es acercar a las personas a Dios.
Algunas preguntas para nuestra reflexión y acción personal y comunitaria.
- ¿Qué hacemos hoy para acercar a la gente a Dios? ¿Qué tiene que ver eso con ser un buen ciudadano del mundo?
- ¿Qué esfuerzos hacemos (individualmente y junto con otros) para ver el mundo a la luz de Dios? ¿Qué estamos haciendo para ser (más) conscientes de que realmente son “las doce menos cinco” en nuestro planeta y en nuestra historia?
- En nuestro necesario proceso de conversión constante, ¿qué estamos haciendo para participar en los cuatro procesos urgentes (mencionados arriba) para dar un futuro a la vida en la tierra?
[1] De su homilía el domingo de la Epifanía el 8 de enero de 1978.
[2] Traducción libre al español de su libro (en Neerlandés) ”Over tijd en water. Een geschiedenis van onze toekomst”, Amsterdam, 2022, Uitgeverij De Geus. Blz 303