Hay muchos que comulgan y son idólatras.

“Un cristiano que se alimenta en la comunión eucarística, donde su fe le dice que se une a la vida de Cristo, ¿cómo puede vivir idólatra del dinero, idólatra del poder, idólatra de sí mismo, del egoísmo? ¿Cómo puede ser idólatra un cristiano que comulga? Pues, queridos hermanos, hay muchos que comulgan y son idólatras.” (28 de mayo de 1978)

Monseñor Romero está consciente que muchas veces la participación en la eucaristía y comulgar no se traducen automáticamente en una vida de seguimiento a Jesús, no lleva espontáneamente a “la vida de Cristo”.   Sin embargo en muchas expresiones doctrinales eclesiales se hace entender que la participación en la eucaristía santifica al creyente. Dice Monseñor Romero: “hay muchos que comulgan y son idólatras.” Es la tremenda contradicción que se puede llevar una vida de prácticas religiosas y a la vez vivir en total oposición al dinamismo del Reino del Dios de Jesús.   América Latina, continente colonizado (explotado, oprimido, destruido,…) donde la espada ha sido acompañada por la cruz.  Más de 500 años después seguimos siendo un continente de diversas prácticas religiosas cristianas y a la vez un continente de tremenda injusticia estructural, fachadas democráticas, leyes injustas, de violencia a todo nivel,….

Monseñor menciona en esta cita la “idolatría del dinero, idolatría del poder y la idolatría de sí mismo, del egoísmo” en total oposición al seguimiento a Jesús, al adorar al Dios de Jesús en el servicio a las y los demás.  La palabra de Monseñor es fuerte: “Queridos hermanos, hay muchos que comulgan y son idólatras”. 

En lo económico se observa que quienes tienen dinero quiere cada vez más, y quienes tienen mucho dinero quieren aún más. En la medida que crece la riqueza  las normas éticas tienden a aflojarse, hasta que lo más perverso y corrupto puede ser lícito con tal de conseguir más dinero.  La voracidad del sistema capitalista es la configuración estructural de ese dinamismo idólatra.  El ídolo del dinero denigra a los seres humanos a mano de obra barata y considera a las personas sobrantes y cosas.  La vida de las y los trabajadores/as  (aun más en los países del sur del planeta) vale solamente en la medida que generan más dinero para los dueños de los medios de producción.  Son mecanismo nacionales e internacionales, locales y globales.  Lo mismo podemos decir acerca de la naturaleza, la madre tierra, nuestro planeta que llamamos tierra.  Los idólatras solo miran sus ganancias y destruyen todo lo que nos da vida: agua, aire, tierra, bosques, oxígeno, belleza,…    Sin embargo muchos de estos idólatras participan en cultos religiosos.  Lo mencionamos así porque no se trata solamente de comulgar en la eucaristía o la santa cena en las iglesias históricas, sino todas las expresiones religiosas que son utilizadas  para justificar en ritos su idolatría de la práctica diaria, caen bajo esta denuncia.

Junto con la idolatría del dinero, va la del poder.   En El Salvador vivimos tiempos de alta coyuntura idólatra del poder, tanto de parte de los que tienen puestos de poder político (ejecutivo, legislativo, judicial, electoral), como quienes están en la oposición.  Los medios de comunicación también son parte de esa lucha por el poder.   Los discursos son bonitos, aunque estamos llegando a mucha agresividad verbal y simbólica.  La adoración a los ídolos del poder facilita que se diga medio verdades y medio mentiras para esconder la verdad histórica, para consolidar el poder propio y para minar el poder del oponente.  Todos los medios parecen válidos y lícitos con tal de servir al dios del poder. Todo poder corrompe y mucho poder corrompe aun más.  En países donde un solo partido maneja los diferentes poderes del estado y de los municipios, solo puede haber idolatría del poder y abundancia de corrupción.  Por muy limitada sean las democracias, con espacios para una diversidad de pensamientos y visiones, hay menos posibilidades para absolutizar puestos de poder y para más controles sobre corrupción.  En Europa, y en el mundo, hemos llegado a nuevas tensiones explosivas donde los idólatras de poderes político – militares nos están llevando a todos/as a nuevas guerras y destrucción masiva de vida.  El poder cuenta con miles de millones de millones de dólares para la guerra (alimentando la industria militar), para salvar a bancos, pero no hay seriedad en la construcción de estructuras que permitan a toda la población mundial poder vivir dignamente.

Y la idolatría más generalizada es la del egoísmo donde uno/o mismo/a es el ídolo a quien hay que servir y que exige los sacrificios de otros/as.   Mis criterios, mis ideas, mis sueños, mis preferencias, mi manera de ser, mis títulos, ….  como criterio “ultimo”.  Es trágico encontrarse con personas que hacen lo imposible para estar en el centro de todo, que quieren controlar su entorno. Hablan de participar, de cooperar, de aprender y actuar juntos/as, pero lo aceptan solamente dentro del círculo que ellos manejan.   La idolatría del egoísmo nos hace cerrar los ojos y los oídos frente a las necesidades y los gritos de otras personas y pueblos. El “yo estoy (super) bien” como criterio de vida, imposibilita sentir el dolor de otros, facilita estar de acuerdo con la imposición de sufrimiento a otros.  Si esa idolatría del egoísmo crece dentro de una ceguera ideológica, provoca aún más dolor y muerte.  En Europa hay muchos que se ponen de rodillas ante su propio ego como “ser superior”, negando la vida y la humanidad a migrantes y refugiados, a personas mayores, a personas en detención, a personas que sufren (física o emocionalmente).   

Y, dice Monseñor, muchos idólatras van a misa y comulgan. Podemos ampliarlo a todo tipo de culto religioso.  ¡Cuánta conversión necesitamos en las iglesias y en todas las religiones para que haya coherencia verdadera entre la liturgia celebrada y la vida real!  A nivel mundial hay muchos/as que hace tiempo se despidieron de la religión para caer en la idolatría del poder, de la riqueza, del egoísmo.  Entre todos/as, entre ateos y creyentes, tenemos la responsabilidad de desenmascarar los ídolos y de luchar por poner la vida, la “humanidad” de todos/as en el centro de nuestra atención personal y colectiva (política, económica).

Cita 2 en el capítulo VI (la idolatría de la riqueza)  en 'El Evangelio de Monseñor Romero'

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