Somos una comunidad de esperanza.

“Yo les invito hermanos a que, en esta semana, en estas horas en que El Salvador parece que no tiene lugar para la alegría, escuchen a San Pablo cómo nos repite: hermanos, estén alegres. Si en la historia de nuestra patria se han entenebrecido los cielos, no desesperemos. Somos una comunidad de esperanza”. (17 de diciembre de 1978)

Monseñor Romero nos habla desde situaciones de desesperación a causa de la pobreza y de la represión sangrienta que el pueblo y la Iglesia sufrieron. En el Adviento de 1978, el profeta se atrevió a decirle a la comunidad eclesial: «Somos una comunidad de esperanza».

Esperaba poder contribuir para que no estallara la guerra.  Pero la guerra estalló en El Salvador y duró 12 años.  Los Acuerdos de Paz provocaron mucha esperanza.  El nombre que le dieron, «Acuerdos de Paz», lo dice todo: muy pronto, el pueblo vio que el sistema capitalista neoliberal se fortalecía.  Muchas instituciones estatales fueron privatizadas.   Se aumentó el IVA.  Se brindó ayuda a los desmovilizados, pero la situación de desesperación de la mayoría no cambió.  Con la llegada del FMLN al gobierno, hubo otro período de mucha esperanza: ¡por fin iba a producirse el cambio!  Se llevaron a cabo varios proyectos sociales importantes, pero eran como migajas, como curitas sobre las heridas.  Las causas de la guerra siguieron enraizadas en las estructuras de la sociedad.  El cambio en la organización de la economía no estaba incluido en el pacto que puso fin a la guerra.  Parte importante de los electores en las votaciones de 2018 expresaron su esperanza de votar por una alternativa.  Y, en el primer período del nuevo gobierno, surgieron la pregunta: ¿hay esperanzas para nuestro pueblo?, a causa de la pandemia y los huracanes, la falta de transparencia en los informes financieros y el lenguaje de fuego entre los poderes del Estado. Luego llegó el régimen de excepción para acabar con la violencia social, que había provocado más muertos que los años de guerra.  La violencia disminuyó, pero la cantidad de presos es la más alta del mundo.  Se está mejorando la infraestructura del país, pero la situación económica de la mayoría sigue siendo desesperada.

La comunidad eclesial en su conjunto (incluso en el ámbito ecuménico) se volcó en la beatificación de monseñor Romero y su posterior canonización.  Hubo mucha gente, júbilo y alegría.  Aparecieron monumentos, placas, edificios y carreteras con su nombre, cánticos, pósteres y muchos escritos sobre Monseñor; nacieron organizaciones y movimientos romeristas; la foto oficial de San Óscar Romero está en la mayoría de los templos católicos, y se celebran con mucha alegría sus fechas importantes. Surge entonces la pregunta: ¿hay ahora más esperanza y más alegría en y para el pueblo salvadoreño con Monseñor como santo?

Así como en el momento en que Monseñor nos habló, también hoy «El Salvador parece que no tiene lugar para la alegría».  Sin embargo, Monseñor nos pide hoy que cultivemos la esperanza y que, como Iglesia, seamos «una comunidad de esperanza».  Una de las tareas fundamentales de los creyentes en el camino de Jesús es fortalecer la esperanza de los pobres, a pesar de todo y muchas veces contra corriente.  Esta tarea no solo incumbe a las autoridades de las iglesias, que pueden tener una voz a nivel nacional, sino, quizás en primer lugar, a las comunidades de base, a las colonias donde vivimos.  La manera de vivir solidariamente, el compromiso inagotable de servir a los demás, especialmente a los más pobres y débiles, es una fuerza de esperanza.  Porque la fraternidad, la solidaridad, el servicio a la causa de los demás y de la comunidad entera es el camino de liberación.

Por eso, por ejemplo, una pequeña comunidad eclesial de base puede ser una corriente de animación, motivación y esperanza en su colonia: si somos capaces de transformar la comunidad, juntos lo conseguiremos.  Por eso no se limita a sus propias reuniones, reflexiones, estudios (bíblicos y otros) y celebraciones.  La CEB, signo de esperanza, está en constante movimiento para curar heridas, prevenir problemas mayores, mejorar las condiciones de salud, fomentar la fraternidad entre los vecinos, etc.  En realidad, la Iglesia de base, la CEB, puede ser «comunidad de esperanza», como nos sigue animando Monseñor Romero. 

También nos preguntamos si la Iglesia es una comunidad de esperanza en Bélgica.  Mirémoslo a nivel nacional, diocesano, parroquial, en instituciones sociales (educativas, de salud, etc.), en la defensa de la madre naturaleza, etc. En instancias eclesiales, la visita del papa Francisco a finales de septiembre de 2024 suscitó alegría y entusiasmo entre muchos participantes, mientras que otros se decepcionaron.  Pero, ¿habrá logrado inyectar esperanza en la Iglesia? 

Cita 2 en el capítulo IX (La esperanza) de El Evangelio de Monseñor Romero.

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