¿Cómo me porto con el pobre?
| Luis Van de Velde
“Hay un criterio para saber si Dios está cerca de nosotros o está lejos: todo aquél que se preocupa del hambriento, del desnudo, del pobre, del desaparecido, del torturado, del prisionero, de toda esa carne que sufre, tiene cerca a Dios. Clamarás al Señor y te escuchará. La religión no consiste en mucho rezar. La religión consiste en esa garantía de tener a mi Dios cerca de mí porque le hago el bien a mis hermanos. La garantía de mi oración no es el mucho decir palabras, la garantía de mi plegaria está muy fácil de conocer: ¿cómo me porto con el pobre? Porque allí está Dios.” (5 de febrero de 1978)
Para Monseñor Romero, Dios está estrechamente relacionado con los pobres sufrientes. Esto puede que no nos guste, porque resulta bastante incómodo. Siendo pobres siempre habrá familias más pobres que las nuestras y, desde allí, Dios nos habla porque está presente.
Como arzobispo, con un lema que decía «sentir con la Iglesia», como pastor de formación y de vivencia religiosa con raíces anteriores al Concilio Vaticano II, Monseñor Romero tenía muy claro y estaba convencido de que el Dios de Jesús está allí donde la gente sufre. No era casualidad que rechazara una vivienda en la colonia Escalón (que le ofrecieron) para ir a vivir cerca de un hospitalito de pacientes terminales de cáncer: un lugar de sufrimiento, angustia, duelo y también solidaridad y entrega. Lo resume diciendo que «toda esa carne que sufre» es el lugar de Dios. No habla con teorías, sino que da una cara concreta a esa «carne que sufre».
Tratando de actualizarlo hacia nuestros días podemos recordar que Monseñor Romero nos pide ir al encuentro con Dios en las familias y las personas pobres (empobrecidas, hambrientas), aquellas que viven de su ventecita diaria o los trabajitos que pueden hacer; en las familias y personas “desnudas”, las vemos en aquellas que no tienen vivienda digna, que viven en champitas de lata y cartón, o que han sido desplazadas por la violencia social de las maras (extorsionadas, amenazadas), entran las y los migrantes que ya no miran otra alternativa que arriesgar todo en búsqueda de un espacio en los EEUU; los asesinados/as y los desaparecidos/as (muchas veces después de haber sido torturados/as, violados/as), e incluimos sus familiares en duelo; las personas en detención. Hoy estamos con otras categorías de “privados de libertad” que en el tiempo de Monseñor Romero, pero a pesar de su responsabilidad en el crimen y el terror que han sembrado, también hoy son hermanos (perversos, si queremos llamarlos así) que sufren; Por supuesto debemos incluir a los y las enfermas, especialmente quienes están en la etapa terminal de su vida.
Ahora bien, en su mensaje acerca de Dios, Monseñor Romero nos dice que Dios está cerca de nosotros/as en la medida que estamos cerca de todas esas concreciones de “carne que sufre”. Nuestra relación con Dios depende fundamentalmente y en primer lugar de nuestro comportamiento con “el pobre”, palabra incluyente de toda forma de sufrimiento humano. Ellos/as son “la garantía de la autenticidad de nuestra oración, de nuestra plegaria hacia el Dios de Jesús”. Monseñor nos dice con claridad que sin esa relación estrecha de cuido, de servicio, de atención, de preocupación solidaria y fraterna con aquellos/as más pobres que nosotros/as, nuestra oración, nuestros rezos no serán escuchados por el Dios de Jesús. Si se hace el bien a los que viven esa “carne que sufre” entonces “Clamarás al Señor y te escuchará”
«La garantía de mi plegaria es muy fácil de conocer: ¿cómo me porto con el pobre? Porque allí está Dios». Entendiendo «el pobre» en el sentido de «esa carne que sufre», es decir, todas las formas de sufrimiento, no es difícil averiguar si estamos cerca del Dios de Jesús: ¿cómo me he portado hoy con el pobre?, ¿dónde y cómo me he encontrado con él?, ¿cómo he escuchado su grito, la voz de su dolor?, ¿qué he hecho?, ¿he estado cerca de Dios o no? Esa relación con «el pobre» es la base de la oración sincera y humilde, y es la condición para poder vivir la eucaristía como Jesús vivió su vida.
Cita 3 en el capítulo I (Dios) en El Evangelio de Monseñor Romero.