Se trata de un catequista valiente

“El sábado 26, ayer, en Tejutla, al celebrar el primer aniversario de Felipe de Jesús Chacón, también me di cuenta que nuestra tierra le ofrece al Papa, como lo dije en mis visitas pasadas, ¡mártires! ¡Qué horror cuando me contaban!  El rostro despellejado de Felipe de Jesús y lo que es peor, difamado en la prensa como un cuatrero, cuando se trata de un catequista valiente, que supo llevar el Evangelio hasta sus consecuencias más arriesgadas.” (27 de agosto de 1978)

La segunda cita de Monseñor Romero en el capítulo de los mártires trata de un catequista, Felipe de Jesús Chacón, de Tejutla (Chalatenango).  Este hecho pone de manifiesto el gran cariño que Monseñor sentía por sus catequistas, los agentes de pastoral de la primera línea.

«Un catequista valiente».  ¿Acaso nos extraña que Monseñor califique a un catequista como «valiente»? ¿Hay que ser valiente para enseñar catequesis a niños, adolescentes y jóvenes?  Está claro que la figura pastoral del «catequista» en comunidades rurales es el animador o la animadora de la comunidad, un fermento de unidad comunitaria y de compromiso con el evangelio, una luz de esperanza, un servidor o una servidora de todos y todas, incansablemente «hermano o hermana».  Recordamos a Alfonso Acevedo con esas características en las CEBs de San Ramón, El Salvador (asesinado en septiembre de 1982).  Un ejemplo vivo de animador «valiente» de comunidades.  «Supo llevar el Evangelio». 

En algunas ocasiones, al inicio de una celebración litúrgica, hemos oído la siguiente petición: «¿Puede llevar la primera lectura?».  Cuando monseñor Romero menciona que Felipe de Jesús, como tantos otros catequistas, «supo llevar el Evangelio», no se refiere a hacer una lectura bíblica en una eucaristía o celebración de la Palabra.  «Llevar el Evangelio» tiene que ver con el testimonio de vida de quien se arriesga a vivirlo.   El ser testigo del Reino de Dios, llevar el Evangelio en carne propia y ser «otro Cristo» son lo primordial de la fe cristiana.  A pesar de más de quinientos años de predicar doctrinas sobre el cristianismo, hacer sermones sobre la Biblia, oficiar cultos cristianos y cantar alabanzas religiosas, la realidad histórica de nuestro continente es una estructura (económica, política y social) pecaminosa, un sistema injusto que provoca miseria para las mayorías y riqueza para unos pocos. ¿Qué ha faltado?  Nos parece que el gran pecado de omisión de las iglesias y de las personas cristianas es, precisamente, lo que Monseñor Romero destacaba en la vida del catequista: «llevar el Evangelio», encarnarlo, ser testigo a través de los hechos, acciones, actitudes y compromisos.  Un cristianismo «light» (solo de doctrina, culto, estudio bíblico y sin práctica jesuánica) no transforma la historia ni contribuye al Reino de Dios.  Hay que saber ser valiente para llevar el Evangelio.

«Hasta sus consecuencias más arriesgadas».  El testimonio de fe en Jesús, el Cristo, siempre chocará con las estructuras del poder y de la riqueza.  En tiempos más democráticos y tranquilos, esos choques pueden ser verbales (con calumnias, acusaciones falsas, boicot de ciertas actividades, etc.). En tiempos más conflictivos, esos choques se vuelven también más violentos, con capturas, encarcelamiento, desapariciones, torturas y asesinatos.

Monseñor Romero presenta el ejemplo del catequista como modelo de vida cristiana: un compromiso valiente que lleva el Evangelio hasta las últimas consecuencias.  Son «mártires», testigos fieles.   Nos cuestionan cuando consideramos que hoy no se puede evangelizar, que hoy no es tiempo de convocar a otros, que hoy no se puede visitar, que hoy no se puede formar comunidad, hoy...  Hombres y mujeres, pobres, catequistas valientes, nos han dado ejemplo. ¿Acaso hemos dejado de ser valientes en la fe? 

En Europa, durante años nos hemos acostumbrado a esperar a que la gente llegara a la iglesia.  Unos años después del Concilio Vaticano II, vimos cómo disminuía la gente que llegaba y ese proceso aún sigue.  Cada vez hay más gente que deja de buscar la iglesia.  Crece el grupo que ya no necesita los ritos del bautismo, la primera comunión, la confirmación, el matrimonio o incluso los ritos de despedida y duelo.  Sin embargo, esto no significa que dejen de sentirse cristianos. No significa que aumente el rechazo.  Ahora que la gran mayoría de la gente ya no va a la iglesia, ¿no ha llegado el momento de que la iglesia vaya a la gente?  Una iglesia de puertas abiertas, una iglesia como hospital de campaña, una iglesia misericordiosa con los más vulnerables, una Iglesia que escucha la vida de la gente, una Iglesia que sale en busca de la gente, una Iglesia de pastores y catequistas valientes que van hasta las últimas consecuencias.  Una Iglesia que da voz a los excluidos y que ayuda a cargar su cruz. 

En los calendarios litúrgicos aparecen diariamente los nombres de santos, muchos de ellos mártires.   Pero da la impresión de que no nos dicen nada, ni siquiera los grandes mártires de nuestros tiempos. ¿Será porque nos molestan la tranquilidad y la paz en nuestra vida eclesial? 

Cita 2 en el capítulo VIII (los mártires) en El Evangelio de Monseñor Romero

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