La voz de la sangre es la palabra más elocuente
| Luis Van de Velde
«Queridos hermanos, la voz de la sangre es la más elocuente de las palabras. Por eso esta cátedra se siente fortalecida por el testimonio de la sangre que se ha derramado en esta catedral y que casi ha adquirido el estatus de voz ordinaria. Aquí se ha derramado la sangre del pueblo y la de sacerdotes. Desde esta catedral hemos tratado de interpretar el lenguaje de tanta sangre derramada por nuestro país, en las montañas, en las calles de nuestras ciudades y carreteras, en las playas. ¿Dónde no se ha regado la sangre que esta catedral, intérprete de ese lenguaje de dolor y angustia, trata de hacer un mensaje de consuelo y esperanza?» (21 de junio de 1978).
«La voz de la sangre es la más elocuente de las palabras» y la Iglesia (de monseñor Romero) asume la misión de ser «intérprete de ese lenguaje de dolor y de angustia» para «convertirla en un mensaje de consuelo y de esperanza».
Monseñor habla de los asesinados de su tiempo, unos años antes del estallido de la guerra (1981-1992). Luego, durante los gobiernos de ARENA y del FMLN, hemos seguido viviendo tiempos de mucho derramamiento de sangre provocada por la violencia social (entre y desde las pandillas tan violentas). En el actual gobierno salvadoreño, la cantidad de asesinatos ha disminuido considerablemente. También se han reducido los asesinatos lentos, como las amenazas, las extorsiones, el cobro de rentas, los asaltos, los robos, etc. Otro tipo de asesinatos lentos se producen por despidos masivos, desalojos para hacer espacio para grandes proyectos, urbanizaciones en zonas de recarga acuática y la reanudación de la explotación minera en el país.
Al mismo tiempo, vemos que el Estado (manejado por gobiernos que llegan y se van) no escucha «ese lenguaje de dolor y de angustia», sino que sigue encubriendo la verdad sobre los hechos más violentos del pasado. La existencia del Museo del Ejército, donde se sigue alabando «el heroísmo» de los jefes militares más sanguinarios, la presencia de nombres de varios de ellos en los nombres de destacamentos y cuarteles, la protección de los jefes militares de aquella época en cuarteles de hoy (durante el gobierno del FMLN) y el bloqueo total frente a los archivos militares de los años setenta y ochenta son hechos claros que muestran que quienes recibieron el poder siguen sordos ante la voz de la sangre y que es «la más elocuente de las palabras».
Monseñor plantea que la Iglesia (y menciona su catedral, desde donde la arquidiócesis habla) tiene la misión de interpretar «ese lenguaje de dolor y de angustia» que sale como un grito de la boca y de las heridas de quienes son asesinados y sufren violencia. Ese lenguaje debe interpretarse a la luz del Evangelio. La cúpula militar (tanto de ayer como de hoy) y la oligarquía (también de ayer y de hoy) interpretan esos hechos y gritos de dolor y angustia en defensa de sus intereses, justificando la máxima crueldad y llegando hasta niveles inconcebibles de deshumanización. La Iglesia, como voz en el desierto, tiene la responsabilidad de interpretar esos hechos a la luz del Evangelio de Jesús.
Pero también debemos mirar al mundo. Gaza, el lado occidental del río Jordán, Líbano, Siria, Yemen, el este de Congo, Ucrania… ¡Cuánta sangre derramada cada día, cada hora! ¡Cuánta permisividad por parte de los políticos occidentales hacia Israel, que comete verdaderos genocidios con el argumento de la autodefensa contra la población originaria de Palestina! Pero vemos que las iglesias occidentales tampoco son capaces de interpretar ese lenguaje de dolor y angustia para transmitir un mensaje de consuelo y esperanza. Además, no basta con hacer bonitos pronunciamientos sin hechos concretos.
Y, más de cerca, al comprender y sentir «la voz de la sangre» en sentido más amplio, como toda forma de sufrimiento, como las lágrimas, como la soledad, etc., de tantas víctimas de la exclusión y de abusos, debemos preguntarnos: ¿somos capaces de ser intérpretes de ese lenguaje de dolor y angustia para transmitir un mensaje de consuelo y esperanza? Debemos preguntarnos si nuestras preocupaciones intraeclesiales están impidiendo cumplir con nuestra misión principal.
Recordemos que no se trata solo de la voz de obispos, sacerdotes, teólogos, religiosos, etc., sino de la misión de la Iglesia, Pueblo de Dios, de hacer esa interpretación evangélica de esas elocuentes palabras que son el grito de la «sangre derramada del pueblo». ¿Cómo se involucra a las comunidades creyentes en ese discernimiento e interpretación evangélica de la sangre derramada?
Y un segundo aspecto a tener en cuenta es que no basta con interpretar y denunciar los hechos, sino que hay que evitar que sucedan y movilizarse al máximo para que las instancias estatales den respuesta y hagan justicia. Habrá que prever espacios de inclusión, de perdón y de curación de heridas. Todos somos corresponsables de hacer sonar esa «voz elocuente de la sangre derramada».
Cita 3, capítulo VIII (los mártires), en El Evangelio de Monseñor Romero.