Stabat Mater

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¡Feliz sábado! El stabat mater recoge perfectamente los dolores de la Virgen al pie de la cruz mientras contemplaba a su hijo asesinado de la forma más cruel. Cuando a esas poderosas palabras se le acompañan de una música de calidad, todo cobra hasta más sentido.

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No está con nosotros Antonio Maria Bononcini (1677-1726), compositor italiano nacido y muerto en Módena; era chelista e hijo del famoso Giovanni Maria Bononcini. El cardenal Pamphili tuvo el privilegio de que Bononcini tocase en su orquesta. Alrededor de 1700 estaba en Viena y Telemann lo escuchó tocar en Berlín. Su fama era tanta que cuando el emperador José I accedió al trono recibió encargos de la corte para componer trece cantatas, seis serenatas, cuatro oratorios y una ópera. Solo su hermano (Giovanni Battista) y el vicemaestro de capilla del emperador, Ziani, compusieron en cantidades similares. Geminiani dijo de Bononcini que su música «era mucho más profunda que la de su hermano». En 1710 el emperador reconoció esto y lo nombró su compositor, proporcionándole un lucrativo salario y encargándole una ópera.

Disfrutemos de su Stabat Mater, que fue compuesto en torno a 1710. Se abre con gestos dolientes en las cuerdas que describen en intenso llorar de la Virgen. A ello se añaden las disonancias de las voces. Destaca cómo en las palabras vidit suum dulcem estas comienzan un canon lento mientras las cuerdas tocan en ambiente sombrío, todo propio de un estilo algo más antiguo. Las arias se van sucediendo con instrumentos obligados y vamos escuchando poco a poco elementos que nos recuerdan poderosamente a Vivaldi, siempre en tono meditativo e implorante. En todo momento, Bononcini va recurriendo a recursos que proporcionan más dramatismo al texto, ya de por sí cargado de sentido.

La interpretación es de Concerto Italiano dirigido por Rinaldo Alessandrini.

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