(Isaías 1,10.16-20; Salmo 49; Mateo 23,1-12)
“Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar rabbí, porque uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar maestros, porque uno solo es vuestro maestro, el Mesías. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido»” (Mt 23,8-12).
En un mundo en el que impera el afán de medrar, incluso a costa de los demás, de aparentar y de sobresalir, el Evangelio se decanta por la sencillez incluso sobre la simplicidad. “Optar por la simplicidad significa romper la rutina cotidiana para abrir una brecha de luz en el muro del egoísmo que aplasta nuestra personalidad” (Mariel Mazzocco, Elogio de la simplicidad, 14)).
El Evangelio inaugura un modo diferente de vida, y no como discurso de quien manda a otros sin comprometerse en nada. Jesús nos da el ejemplo más radical, pues siendo Señor, se hace servidor de todos. Sus palabras tienen autoridad moral, porque dice lo que vive, y no como quien dice y no hace, según denuncia en el Evangelio: “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid todo lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos dicen, pero no hacen. Lían fardos pesados y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar” (Mt 23,2-4).
“Vosotros, los espirituales, corregidlo con espíritu de mansedumbre; pero vigílate a ti mismo, no sea que también tú seas tentado. Llevad los unos las cargas de los otros y así cumpliréis la ley de Cristo” (Gal 6, 1-2).