“En aquellos días, al crecer el número de los discípulos, los de lengua griega se quejaron contra los de lengua hebrea, porque en el servicio diario no se atendía a sus viudas. Los Doce, convocando a la asamblea de los discípulos, dijeron: «No nos parece bien descuidar la palabra de Dios para ocuparnos del servicio de las mesas. Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría, y los encargaremos de esta tarea: nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de la palabra».” (Act 6, 1-4)
En el relato de la boda de Caná de Galilea aparecen los servidores de la mesa, y cómo ellos fueron los testigos directos del primer signo de Jesús. La Madre de Jesús ordenó: a los sirvientes: «Haced lo que él os diga». El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua).
Un lema evangélico, personalizado por Jesús, es “servir”. “El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo” (Mt 20, 26-27).
La Iglesia ha restablecido el ministerio de los diáconospermanentes, y sigue invitando al laicado para asumir diferentes servicios eclesiales. Es momento propicio para ofrecer las propias capacidades, a la vez que de extender los ministerios eclesiales.
¿Estás dispuesto a servir a la Iglesia en tus habilidades?