ENTREVISTA: Fernando Hueso, guardián del monasterio de Gilet "Le pregunté, '¿quién eres?', y me respondió 'Jesucristo'. Y sin mediar palabra, me estampó el báculo contra la cabeza"

El hermano Fernando sujeta el Evangelio mientras el hermano ángel consagra el pan y el vino, en una imagen de archivo
El hermano Fernando sujeta el Evangelio mientras el hermano ángel consagra el pan y el vino, en una imagen de archivo Monasterio de Gilet

El fraile recuerda, por primera vez, la tragedia que vivió, en primera persona, el pasado sábado, cuando un perturbado entró en el monasterio franciscano de Gilet, atacando a palos y botellazos a los siete frailes, matando a uno de ellos e hiriendo a otros tres, entre ellos el mismo

"En España tenemos un problema grave con la salud mental. No hay recursos, no hay centros. Esta gente está como está, y en un momento en que se les cruzan los cables, pues ya está. Coincidió que pasaría por aquí, que estaba la iglesia abierta, se escondió y pudo acceder, no hay más. Esta persona era un perturbado. No era un asesino, ni un yihadista... Estaría drogado, o lo que fuese"

"¿Yo?, pues me siento con Dios, en manos de Dios. Estoy vivo, pues porque Dios ha querido, porque la intención de ese chico era que estuviese muerto. Dios sabrá"

"Esto no puede cambiar nuestra vida. Esto en todo caso la tiene que mejorar o profundizar. Pero nuestra vida tiene que ser, con nuestras luces y con nuestras sombras, intentar vivir el Evangelio con sencillez, en acogida, en serenidad. Nosotros procuramos ser una casa acogedora. Una casa con los brazos abiertos"

"Con una sonrisa, me dijo: '¿Me conoces?'. Le miré fijamente, y le respondí 'Pues no, ¿quién eres?', y me respondió 'Jesucrito', y sin mediar palabra tomó el báculo de una imagen que tenemos en el claustro, y me lo estampó contra la cabeza". Fernando Hueso recuerda, por primera vez, la tragedia que vivió, en primera persona, el pasado sábado, cuando un perturbado entró en el monasterio franciscano de Gilet, atacando a palos y botellazos a los siete frailes, matando a uno de ellos e hiriendo a otros tres, entre ellos el mismo.

"En un segundo podríamos estar muertos y estamos vivos. En las manos de Dios", recuerda Hueso, hermano guardián (el que está al cuidado espiritual y personal de la congregación) del monasterio de Gilet. Todavía conmocionados, agradece la inmediata actuación de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, muestra su tristeza por el fallecimiento de su hermano y la preocupación por toda la comunidad. Pero, advierte: "Esto no puede cambiar nuestra vida (...). Nosotros procuramos ser una casa acogedora. Una casa con los brazos abiertos".

‘Informe RD’ con análisis y el Documento Final del Sínodo

-¿Cómo sucedió todo? ¿Qué recuerda del agresor?

-Te cuento primero cómo sucedió. Esto fue el sábado. La misa  del sábado es a las ocho. Y después almorzamos. Ángel se fue a la cocina y Antonio, que es uno de los mayores, se fue al huerto. Los demás nos fuimos a las habitaciones.

Alrededor de las nueve y media, estaba en la habitación leyendo y oí como si arrastraran algo por el claustro. Me extrañó, pero creía que era el padre Carlos, otro de los mayores, que va en andador. Y en eso se abrió la puerta de mi habitación, y apareció un chico de unos cuarenta y pico, con un aspecto normal y una sonrisa, vestido de forma deportiva, pero bien.

Monasterio del Santo Espiritu de Gilet
Monasterio del Santo Espiritu de Gilet

-En principio, ¿no se alarmó?

No era nada que pareciese una amenaza o una cosa extraña. Lo que pensé es que era o un fontanero o un electricista. No lo conocíamos de nada. Era una persona arreglada, no era muy alto y fuerte, como de gimnasio. Y, con una sonrisa, me dice

—¿Me conoces?.

Le miré fijamente y respondí —Pues no, ¿quién eres?-.

Y me dice —Jesucristo-.

Y sin mediar palabra, llevaba en la mano un trozo de un báculo de una imagen que tenemos en el claustro, me estampó el báculo contra la cabeza. Me dio tal golpetazo que me tiró de la silla. Empezó a golpearme de seguido. Yo me imagino que me cubriría la cabeza, porque  si no, ya no la tendría… Solo sé que empezó a golpearme y patearme con mucha violencia.

Fernando Hueso

-¿Qué hizo entonces?

Yo, lo único que decía era ¿por qué?, ¿por qué?. Era todo incomprensible. No sé cómo, pero me levanté y salí de la habitación. Fuera de mi habitación, en el claustro, estaba en el suelo tendido Albert, y un poco más para afuera, en un charco de sangre, Juan Antonio. Empecé a gritar pidiendo socorro. Salí hasta el patio de los coches y seguí gritando, llamando a Ángel, que estaba en la cocina.

¡Ángel, socorro!, ¡Ángel, sube!, ¡Ángel, socorro! 

Este chico había salido detrás de mí y aún me pegó otro puñetazo y me tumbó.

Y en eso ya salió Ángel. Y le dijo, —Pero, ¿tú qué haces?, ¿qué te pasa? Pero, ¿por qué haces eso?–.

El chico se giró hacia Ángel y le dio dos puñetazos. Pero Ángel es muy grande y no lo tumbó. Entonces, Ángel le dijo, —Voy a llamar a la policía-. Y sacó el móvil.

El chico empezó a despotricar y a amenazarnos: —O me abrís u os mato-

Yo le abrí la puerta y salió. Salió, no creas que corriendo; salió, iba echado para adelante, gritando, vociferando.

El hermano Ángel preside una misa, con el hermano Fernando a su lado

Ángel salió detrás porque quería retenerlo para dar tiempo a la policía. Yo lo que quería era que Ángel volviera porque sabía lo que había dentro de casa. Ángel le dijo, —¿cómo te llamas? Dinos tu nombre- Y dijo —Javi.  Le preguntó también el apellido y la respuesta fue, "hijo de puta".

Yo me metí hacia adentro corriendo. Lo primero que hice fue intentar voltear a Juan Antonio, porque estaba boca para arriba, tirando sangre por todos los sitios. Y se iba a ahogar, pero pesaba mucho y no podía. Me fui corriendo al cuerto dll padre Carlos, que es un fraile de 95 años. Aquello era un espectáculo dantesco: el padre Carlos, en un charco inmenso de sangre, pero consciente... Le puse una almohada, como pude, y volví a ver a Juan Antonio. Ya estaba allí Ángel volteándolo e intentando reanimarlo.

-¿Qué ocurrió entonces?

En ese momento llegó un amigo nuestro a la casa, que se encontró con todo. Y entré Ángel y él, llamaron a la Policía, a la ambulancia... y en cinco minutos ya estaban allí. Intentaron reanimar a Juan Antonio, pero se les iba. Y sacaron a Carlos, y Albert, que no recuerdan nada. A Juan Antonio se lo llevaron directamente al Clínico de Valencia, a cuidados intensivos, y a nosotros tres al hospital de Sagunto. Me hicieron un TAC, pero solo tenía magulladoras, hematomas y el ojo morado. Albert sí tuvo un pequeño coágulo en el cerebro, y al padre Carlos le tuvieron que hacer una reconstrucción de parte de la oreja.

Incunables en el monasterio de Gilet

-¿Por qué? ¿Hay alguna explicación? Se dice que es un perturbado. ¿Lo conocían?

No, esto no tiene explicación. En España tenemos un problema grave con la salud mental. No hay recursos, no hay centros. Esta gente está como está, y en un momento en que se les cruzan los cables, pues ya está. Coincidió que pasaría por aquí, que estaba la iglesia abierta, se escondió y pudo acceder, no hay más. Esta persona era un perturbado. No era un asesino, ni un yihadista... Estaría drogado, o lo que fuese. Nosotros no lo conocíamos de nada.

-¿Cómo se encuentran el resto de hermanos, tanto los que están ingresados como el resto de la comunidad?

A Juan Antonio le golpearon con una botella y le hundió el cráneo. Lo mató: quedó en muerte cerebral, y murió a los pocos días. Alberto y Carlos siguen en el hospital, mejorando. Están cuidados, atendidos y controlados. Vamos esperando.

-¿Y usted? ¿Cómo se encuentra?

Yo estoy tranquilo, sereno. Lo cierto es que en ningún momento tuve miedo, no me dio tiempo. Esas cosas son tan surrealistas, tan absurdas, tan increíbles, que no da tiempo a reaccionar. Estas cosas, o te hunden en la desesperación y en la angustia, o te elevan al cielo, por decirlo de una forma. ¿Yo?, pues me siento con Dios, en manos de Dios. Estoy vivo, pues porque Dios ha querido, porque la intención de ese chico era que estuviese muerto. Dios sabrá.

Comunidad de los franciscanos de Gilet

-Si pudiera hablar con el agresor, ¿qué le diría?

No sé: nada. Dios sabrá. En el momento de la agresión no pensaba nada, en salir corriendo, qué sé yo. Después, sentado en una mecedora a la espera de la ambulancia, y viendo todo el espectáculo macabro y dantesco, a mí solo me salía rezar: 'Bienaventurados los que son perseguidos por mi nombre', o una frase de San Francisco, cuando mataron a los primeros hermanos en Marruecos: 'Ahora tengo verdaderos hermanos menores'. Esto nos sitúa entre los vulnerables: los poderosos, los fuertes, ya tienen sus medidas de protección. Esta vez nos ha tocado a nosotros.

-¿Se han sentido arropados por la sociedad de Gilet?

Sí, claro que sí. Y eso que todo el mundo está volcado en la DANA. Yo llamé inmediatamente a Salva, el alcalde de Gilet, que estaba repartiendo comidas por los pueblos afectados. Llamé a su padre, y le avisó. Tambioén llamé al convento de Valencia. Y vinieron todos. También la policía municipal, patrullando y buscando al agresor. Nos hemos sentido muy arropados. Esa es la pura verdad. El domingo por la tarde se presentó aquí don Enrique, el arzobispo de Valencia: justo ese domingo empezaba aquí la tanda de ejercicios con el clero. Ha habido mucha solidaridad de la gente, muchas llamadas. En estos momentos te das cuenta que la gente te aprecia y te quiere. Eso es así.

La Guardia Civil, en el monasterio de Gilet
La Guardia Civil, en el monasterio de Gilet RD/Efe

-¿Qué harán ahora?

-Pues mira, ahora que son las siete, de aquí un cuarto de hora vamos a rezar. Después la misa. Después desayunaremos. Después trabajaremos. Quiero decir, vamos a hacer nuestra vida. Yo no voy a dejar de hacer mi vida. Somos una pequeña comunidad de franciscanos, en un paraje precioso, en mitad del monte, con un grupo grande de gente que nos aprecia. Esto no puede cambiar nuestra vida. Esto en todo caso la tiene que mejorar o profundizar. Pero nuestra vida tiene que ser, con nuestras luces y con nuestras sombras, intentar vivir el Evangelio con sencillez, en acogida, en serenidad. Nosotros procuramos ser una casa acogedora. Una casa con los brazos abiertos. Sí que nos vamos a ver obligados a tomar medidas de seguridad, pero lo que es la vida y nuestra misión aquí, pues Dios sabrá. Dios es el Señor de la vida y de la muerte. En un segundo podríamos estar muertos y estamos vivos. En las manos de Dios.

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