Constantemente, a lo largo de toda la Biblia, se nos revela el principio de sabiduría que es vivir en humildad. Los primogénitos son desplazados por los segundones, y las mujeres fértiles por las estériles. Dios escogió a su pueblo por compasión y no porque lo mereciera. Para siempre, en el discernimiento espiritual, donde hay humildad hay verdad.
El profeta afirma: “Confiad siempre en el Señor, porque el Señor es la Roca perpetua. Doblegó a los habitantes de la altura, a la ciudad elevada; la abatirá, la abatirá hasta el suelo, hasta tocar el polvo. La pisarán los pies, los pies del oprimido, los pasos de los pobres” (Is 26, 4-6). Y Jesús se hace eco de la profecía cuando enseña: “El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca” (Mt 7, 24).
En el camino espiritual no cabe la presunción. El papa Francisco reitera en muchas de sus alocuciones la llamada de atención sobre la nueva mundanidad, que en vez de dar gloria a Dios, se busca la vanagloria. El humilde, el pobre, el que busca al Señor, ese es quien acierta la dirección del camino. Por el contrario, el vanidoso, el engreído o el prepotente, perecen en su propio orgullo.
¿Te sabes menesteroso, o presumes de tus dones?