(Números 21,4-9; Salmo 101; Juan 8,21-30)
«Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que “Yo soy”, y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada». Cuando les exponía esto, muchos creyeron en él (Jn 8, 28-30).
El secreto de Jesús es saberse no solo amado por los suyos, por su madre, los apóstoles, los discípulos y las mujeres que le acompañaban, sino también, y sobre todo, por su Padre. La llamada más radical al seguimiento evangélico no pide un intento sobrehumano, sino una opción de seguir detrás de Jesús.
Desde el principio de la revelación, Dios se compromete a acompañar al pueblo: “No tengas miedo ni te acobardes, que contigo está el Señor, tu Dios, en cualquier cosa que emprendas” (Jos 1,9). En varios momentos, Jesús comunica a los suyos la razón de saberse acompañados: “El que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él.”
“Fijaos bien cómo andáis; no seáis insensatos, sino sensatos, aprovechando la ocasión, porque vienen días malos. Por eso, no estéis aturdidos, daos cuenta de lo que el Señor quiere. Dejaos llenar del Espíritu. Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y tocad con toda el alma para el Señor. Dad siempre gracias a Dios Padre por todo, en nombre de nuestro Señor Jesucristo” (Ef 5,15-20).