“Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús aunque oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en los lienzos con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos” (Jn 19, 38-40).
Hemos contemplado el abrazo de María a Jesús, en el que hemos intuido la imagen de la Alianza consumada. Precisamente, el entierro de Jesús es descrito, según el Cuarto Evangelio, con los perfumes de la noche de bodas al mencionar la mirra y el áloe, junto con las sábanas, en correspondencia con el salmo de la boda del príncipe real: “A mirra y áloe huelen tus vestidos” (Sal 44).
Jesús ha consumado su entrega total y descansa, habiendo llevado a término el amor de Dios por la humanidad. Gracias a la carne y la sangre entregadas en favor de toda la humanidad, podemos dirigirnos a Dios y llamarlo Papá. Todo se ha consumado, y el Esposo ha entregado su cuerpo como expresión del amor divino.
Contempla hasta dónde llega el amor de Dios