“Jesús les dijo: «Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre, diciendo: “Yo soy”, o bien: “Está llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida»” (Lc 21, 6-9).
La Liturgia ofrece textos que iluminan la perspectiva del final del tiempo. Cuando se habla del fin del mundo, suele orquestarse todo un escenario apocalíptico. Sin embargo, Jesús nos invita a mantener una actitud serena: “No tengáis miedo”. Quienes dan fe a la revelación cristiana saben que el encuentro con Jesucristo es una buena noticia. El ser humano está llamado de manera personal e individual al encuentro con su Hacedor y esta verdad afecta al sentido de la vida.
El momento presente se caracteriza por el silenciamiento de las postrimerías. Aquellos que viven teniéndolas en cuenta saben valorar la realidad, a la vez que saben que la existencia es una peregrinación. Reza el salmista: “Enséñanos a calcular nuestros años, | para que adquiramos un corazón sensato” (Sal 89, 12). El peregrino no se detiene en la imagen placentera, avanza hacia la meta con el despojo permanente de lo que debe dejar atrás. San Pablo nos da ejemplo cuando dice: “Solo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús” (Flp 3, 13-14).
¿Caminas ligero hacia la meta, o hipotecado por dependencias?