"¿Es este el camino anticatólico por el que transita el presidente de Neos?" ¡Un respeto para la teología de la creación!

Mayor Oreja, durante la VI Cumbre Transatlántica
Mayor Oreja, durante la VI Cumbre Transatlántica @PNfValues

"Jaime Mayor Oreja, con sus desafortunadas afirmaciones en el Senado —contraponiendo en términos disyuntivos y belicistas creación y evolución— se ha hecho eco, irresponsablemente, de tesis sostenidas por ciertas publicaciones recientes que pretenden invertir el superficial y polarizado diagnóstico imperante en la cultura de masas sobre la ciencia y la religión"

"El primer artículo del Credo contiene, en su sencillez, una densa profundidad metafísica que no puede ser abaratada en formulaciones simplistas y reductivas que convierten a Dios en un mero accionador del mecanismo del universo"

"Es, pues, muy lamentable que un cristiano pretendidamente católico, que ejerce la política activamente, nutra su discurso público sobre la fe con una teología tan precaria que acerca decididamente sus posiciones sobre la creación al creacionismo beligerante del pentecostalismo protestante"

"Es igualmente penoso que un bioquímico de una universidad española pontifique airadamente sobre cuestiones teológicas de las que, según parece, no conoce más que sus caricaturas más superficiales"

La teología de la creación, cuando se la comprende bien, es una disciplina extraordinariamente bella, profunda y seria. Los mejores espíritus de la humanidad han dicho cosas, sobre este inabarcable misterio, difícilmente superables por su agudeza, hondura y creatividad. Pero cuando se la malinterpreta y se la manosea es fuente de violenta confusión, burdo enconamiento y hasta de ridículo intelectual.

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Jaime Mayor Oreja, con sus desafortunadas afirmaciones en el Senado —contraponiendo en términos disyuntivos y belicistas creación y evolución— se ha hecho eco, irresponsablemente, de tesis sostenidas por ciertas publicaciones recientes que pretenden invertir el superficial y polarizado diagnóstico imperante en la cultura de masas sobre la ciencia y la religión.

Un ejemplo algo hiperbólico, pero muy iluminador de este disparatado estado de cosas lo tenemos en las declaraciones de un conocido tertuliano de radio con motivo de la muerte de Stephen Hawking. El periodista sentenció que lo que más valoraba de las investigaciones del astrofísico británico era haber demostrado la inexistencia de «Dios». Como si «Dios» o su «existencia» pudiesen ser objeto de empíricas observaciones científicas que, por fin, decantasen la balanza de una vez por todas.

Que la ciencia aleja de la religión es una banalidad tan errónea e ideológica como erróneo e ideológico es pensar que, tras el Big Bang, encontraremos evidencias de una acción categorial de Dios.

No, señor Oreja, la antropología cristiana no opone ni enfrenta creación a evolución, sino que distingue ámbitos de conocimiento y respeta la legítima autonomía de las realidades temporales, como explícitamente reconoce la Gaudium et spes, 36. Allí mismo podemos leer: «son, a este respecto, de deplorar ciertas actitudes que, por no comprender bien el sentido de la legítima autonomía de la ciencia, se han dado algunas veces entre los propios cristianos; actitudes que, seguidas de agrias polémicas, indujeron a muchos a establecer una oposición entre la ciencia y la fe». ¿Es este el camino anticatólico por el que transita el presidente de Neos?

Es precisamente este dislate —que la existencia o inexistencia de Dios es una tesis científica susceptible de ser probada o negada con nuevas evidencias de la ciencia— lo que comparten quienes ignoran el trasfondo y la verdadera naturaleza de aquello de lo que hablan, es decir, quienes creen que la teología de la creación es mero creacionismo.

Y esto lo asumen, implícitamente, los autores franceses que, con mucha probabilidad, ha leído Mayor Oreja, pero también —aunque en sentido contrario— quienes, como Juan Antonio Aguilera Mochón, descalifican de forma tan poco amable al político vasco —y con él a todos los cristianos— al tildar de cuento anticientífico, irracional y reaccionario el primer artículo del Credo.

A este respecto, es indiferente que el uno tenga la intención de defenderlos cerrilmente en una nueva guerra cultural contra la ciencia o que, por el contrario, el otro los vitupere con malos modos en una nueva guerra cultural contra la religión. Los extremos se tocan

Que la fe cristiana confiese que Dios es el creador del cielo y de la tierra nada tiene que ver con una comprensión fundamentalista de la Escritura ni con banalidades literalistas sobre Adán y Eva. Es un fundamentalista —reconózcalo o no— quien defiende que la verdad de los relatos genesíacos de la creación —tanto el primero como el segundo— es de orden científico. A este respecto, es indiferente que el uno tenga la intención de defenderlos cerrilmente en una nueva guerra cultural contra la ciencia o que, por el contrario, el otro los vitupere con malos modos en una nueva guerra cultural contra la religión. Los extremos se tocan.

Contra ese fundamentalismo advierte en términos muy claros y contundentes el documento de la Pontificia Comisión Bíblica, La interpretación de la Biblia en la Iglesia (1993), cuando dice: «El fundamentalismo tiene tendencia también a una gran estrechez de puntos de vista, porque considera conforme a la realidad una cosmología antigua superada, solamente porque se encuentra expresada en la Biblia. Esto impide el diálogo con una concepción más amplia de las relaciones entre la cultura y la fe. Se apoya en una lectura acrítica de algunos textos de la Biblia para confirmar ideas políticas y actitudes sociales marcadas por prejuicios, racistas, por ejemplo, y completamente contrarias al evangelio cristiano». Y concluye diciendo que «el fundamentalismo invita tácitamente a una forma de suicido del pensamiento». El problema está, pues, en la base, es decir, en los presupuestos y en el método.

La teología de la creación no nos habla del origen más remoto del universo, sino de su fundamento constante, de su enraizamiento protológico y de su plenitud escatológica.

Cosmos
Cosmos

El origen más remoto del cosmos que habitamos, así como su futuro más lejano, se sitúan en la horizontalidad secuencial del tiempo. Este es el plano de investigación y significación de la astrofísica. Es ahí donde la ciencia debe explicar los procesos de constitución, evolución y expansión de la energía y la materia.

Por su parte, la teología de la creación trasciende la totalidad del tiempo y, sea cual sea el modo en el que la astrofísica se represente el pasado más distante o el mañana más lejano, hace una afirmación de alcance metafísico cuando dice: la totalidad de lo que existe tiene en el amor omnipotente de Dios su raíz y su consistencia, su sentido originario y su orientación última, su principio más íntimo (arché) y su culminación absolutamente definitiva (télos).

La teología de la creación no nos habla de una acción puntual de Dios en un pasado muy remoto, sino de una profundísima relación ontológica que apunta hacia un modo de dependencia absoluta que acompaña siempre al todo de las figuras creadas

No es esta una afirmación horizontal, sino vertical. No intenta informarnos, de forma neutra y aséptica, sobre acontecimientos temporales alejados, sino anclar el sentido de la vida sobre el fundamento y la presencia que todo lo envuelve, todo lo supera y todo lo penetra, porque en él vivimos, nos movemos y existimos (Hch 17, 28). La teología de la creación no nos habla de una acción puntual de Dios en un pasado muy remoto, sino de una profundísima relación ontológica que apunta hacia un modo de dependencia absoluta que acompaña siempre al todo de las figuras creadas. Ser creado es estarlo siendo. Es tener conciencia de no haberse dado el ser a sí mismo, sino de recibirlo gratuitamente a cada instante.

Un conocido literato inglés lo expresa extraordinariamente bien: «Por un lado no se puede decir que tenga religión un hombre que no reconozca a Dios como diverso de él. Pero, de otro lado, si tengo a Dios en el mismo sentido como diverso de mí como los objetos en general y como los demás hombres, estoy comenzando a convertirlo en un ídolo y me atrevo a tratar su existencia como paralela en cierta medida con la mía. Pero Él es la razón de mi ser. Está siempre frente a y por encima de nosotros. Nuestra existencia posee tanto de la suya cuanto Él a cada momento proyecta en nosotros. Cuanto más profundo es el manantial radical que hay en nosotros y del que se eleva nuestra oración o cualquier otra acción, tanto más ese manantial es suyo; pero no por ello es menos nuestro. Más bien es máximamente nuestro cuando es máximamente suyo (C. S. Lewis, Letters to Malcom).

Edith Stein
Edith Stein

Edith Stein verbalizó también de forma admirable esta «originación» absoluta y constante que se encuentra en el corazón de toda teología de la creación cuando dijo, en Ser finito y ser eterno: «mi ser, tal como yo lo encuentro y tal como yo me encuentro en él, es un ser nulo; yo no existo por mí mismo y por mi mismo nada soy, me encuentro a cada instante ante la nada y tengo que recibir el don del ser momento a momento. Y, sin embargo, este ser vano o nulo es ser y por eso toco a cada instante la plenitud del ser».

El primer artículo del Credo contiene, en su sencillez, una densa profundidad metafísica que no puede ser abaratada en formulaciones simplistas y reductivas que convierten a Dios en un mero accionador del mecanismo del universo.

Es, pues, muy lamentable que un cristiano pretendidamente católico, que ejerce la política activamente, nutra su discurso público sobre la fe con una teología tan precaria que acerca decididamente sus posiciones sobre la creación al creacionismo beligerante del pentecostalismo protestante. Y es igualmente penoso que un bioquímico de una universidad española pontifique airadamente sobre cuestiones teológicas de las que, según parece, no conoce más que sus caricaturas más superficiales.

La retórica de la competición y la guerra —tan querida por el presidente de Neos— traicionan el mensaje fundamental de la antropología cristiana

La teología de la creación —como toda teología— debe estar, ciertamente, abierta al diálogo, a la discusión y a la crítica. Juan Pablo II y Benedicto XVI ya alzaron su voz en su momento, pero ahora es Francisco quien llama a la teología a dialogar fructuosamente con la filosofía, la literatura, las artes, las matemáticas, la física, la historia, el derecho, la política y la economía.

Ahora bien, para dialogar sobre algo, para criticarlo eficazmente, así como también para defenderlo, es necesario tomarse en serio aquello que la naturaleza de la cuestión exige en toda su complejidad. Las simplificaciones mutilan la realidad y sólo engendran falsedad y polarización. La retórica de la competición y la guerra —tan querida por el presidente de Neos— traicionan el mensaje fundamental de la antropología cristiana. En su centro está el infinito amor de Dios que nos ha creado a su imagen y semejanza. Sostener que esta afirmación teológica es incompatible con la teoría científica de la evolución implica no haber comprendido ni la una ni la otra.

Un respeto, pues, para la fe cristiana y para la teología de la creación.

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