“Dios es negra”
| Victorino Pérez Prieto
"Dios es negra" fue el grito de teólogas feministas de la liberación norteamericanas por los años 70-80 del pasado siglo. Un acierto genial que he recordado al ver una foto de una reinterpretación de la creación de Miguel Angel en la Capilla Sixtina, que me sirve para un apunte de urgencia, como mi granito de arena en este 8 de marzo, día de reivindicación de los derechos de las mujeres, que es importante también para los hombres, pues toda injusticia y opresión nos afecta a todos.
Este cuadro que recorre ya las redes, es obra de la artista norteamericana Harmonia Rosales (Chicago).
En mis clases sobre el misterio de Dios en una universidad de la Iglesia, una de las manifestaciones que m ás incomodidad generó en mis alumnos -hasta el punto de abandonar alguno de los frailes la clase en señal de desacuerdo- fue que Dios es tanto madre como padre, y que el olvido de esta realidad evidente ha llevado a una idea patriarcal de Dios, nefasta, como “padre-padrone”. Me replicaban que al decir que Dios es Padre ya estaba dicho de Dios todo lo más maravilloso que se puede decir. Fue sobre todo una de las pocas alumnas, una monja, la que agradecía y aplaudía oír eso en mi clase de teología, pues no lo había oído en ninguna otra clase; afortunadamente otros muchos alumnos secundaban esta opinión, incluso cuando no lo decían.
Dios/ Divinidad tiene la dimensión femenina al menos tanto como la masculina, porque supera toda dimensión antropomorfa; pero el hecho de reducir nuestra imagen de Dios a un Dios padre con venerables barbas, como lo pintó Miguel Angel, ha afectado y sigue afectando negativamente a nuestro imaginario y a nuestra idea o teología de Dios.
Decir “Dios es negra” siempre me ha parecido genial, porque une de modo admirable dos vectores fundamentales: Dios es mujer, contra el patriarcalismo trasnochado que vuelve a resurgir, y que sigue manteniéndose como habitual en nuestras ideas de Dios. Y es negra, contra la idea de Dios que corresponde al hombre-blanco, poderoso y dominador. Dios no hace distinciones de sexos ni de razas, ni tiene dentro de sí mismo esa distinción típica de la teología occidental. Más aún, el Dios de Jesús siempre se pone sobre todo del lado de los más débiles, marginados y aplastados de la sociedad y la historia.
Dios no tiene sexo y nuestras imágenes parciales, hechas durante siglos sobre todo por varones, desfiguran su verdadera imagen. Dios es amor, pura comunión infinita, pura relación –los cristianos decimos Trinidad- hacia dentro y hacia fuera. Es paternidad, maternidad y filiación; es “hombre”/“mujer”, es “padre”/“madre”, “hijo”/“hija”. Todas palabras limitadas en sí mismas, símbolos, metáforas, porque es puro espíritu (la divina ruah dice la Biblia). Pero, sobre todo, Dios no es el macho dominador, déspota y arbitrario; es relación de todo con todo, porque no está separado de nada; es “lo más íntimo de mis mismo” (Agustín) y el misterio de mundo (Jüngel).
Por otra parte, liberación feminismo, ecologismo, fraternidad/sororidad, diálogo intercultural e interreligioso, etc. forman parte del mismo “paquete” de quien quiere entrar en caminos de liberación, salvación de todo relación opresora, frente a la herencia histórica de opresión de los poderosos, del antropocentrismo que está destruyendo la naturaleza. Por eso repetimos desde hace años, que el Jesús liberador que anunciamos los cristianos entra en estos conceptos, avant la lettre, antes de que fueran definidos modernamente así. Su vida y sus palabras manifiestan claramente este compromiso de liberación con el “grito de la tierra y grito de los podres” (Boff) y con el grito de las mujeres.
Porque liberación feminismo, ecologismo no son modas pasajeras sino que corresponden a las mayores sacudidas a la conciencia de la humanidad, y por tanto a la de la Iglesia, hacia un futuro más humano. Particularmente, el feminismo no solo afecta a la liberación y dignificación total de la mujer, sino a la liberación de todos los seres humanos; también a esa otra mitad de la humanidad que ejerce desde hace siglos el dominio patriarcal. El machismo patriarcal, aunque afecta particularmente a las mujeres, sobre todo las más débiles, nos afecta a todos, pues degrada a los varones: no existe un futuro verdaderamente común mientras una parte de la humanidad (varón, blanco poderoso) acapare privilegios a costa de robar los derechos a la otra.