El veto de Ladaria al sacerdocio femenino y la intercomunión es poner puertas al viento
El cardenal prefecto de Doctrina de la Fe, Luis Ladaria ha hecho recientemente dos afirmaciones con las que estoy en desacuerdo y que han levantado una inmediata polémica. En la primera -en un artículo de L’Osservatore Romano- intentaba de nuevo cerrar la puerta al sacerdocio para las mujeres: “La Iglesia se reconoció siempre vinculada a la decisión de Cristo de conferir este sacramento a hombres”, escribió. En la segunda -en una carta como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe- afirma que la intercomunión, o comunión entre católicos y protestantes, “no está madura” para convertirse en norma de la Iglesia universal, particularmente en el caso de la comunión de cónyuges no católicos, en matrimonios mixtos. En ambos casos, sus palabras son como poner puertas al viento, pues no se puede ir contra la historia. Pero además, hay poderosas razones en contra.
1. Empezando por la segunda de las afirmaciones enunciadas, la intercomunión, otro colega en el colegio cardenalicio, el cardenal Marx, arzobispo de Munich y presidente del Episcopado alemán,
se declaró “sorprendido” tras la publicación de la carta; recordando en una conversación mantenida en Roma en mayo pasado, “se dijo a los obispos participantes que ellos debían encontrar en lo posible, un resultado unánime, en espíritu de comunión eclesial”, y que ésta le resultaba sorprendente antes de haber encontrado ese consenso… Y, lo que es más grave, el cardenal alemán señalaba que la cuestión tiene efectos en las relaciones ecuménicas con las otras iglesias y comunidades eclesiales “que no son de subestimar”.
La polémica venia ahora por el documento pastoral de la última Sesión Plenaria de la Conferencia Episcopal de Alemania “Caminando con Cristo; sobre los pasos de la unidad. Matrimonios mixtos y participación común en la Eucaristía” (febrero de 2018); más de las tres cuartas partes de los miembros de la Conferencia Episcopal estaban de acuerdo, pero la media docena de obispos que no lo estaban reclamaron a Roma.
En realidad, la intercomunión se refiere a mucho más que a la comunión entre católicos y protestantes en matrimonios mixtos; es la participación de católicos en una eucaristía celebrada en una comunidad cristiana de confesión distinta a la propia, o en una eucaristía católica con participación de no católicos. La cuestión es vieja y desde hace años, tanto por parte evangélica como por parte católica, aumentan las voces que claman por una “hospitalidad eucarística”. Se trata de orar, hablar, servir y poder celebrar juntos todos los que nos confesamos cristianos, a pesar de nuestras diferencias.
Pero en esto se ha avanzado mucho más en el terreno de la praxis y la teología, que en el terreno de las normas eclesiásticas.
La intercomunión lleva realizándose desde hace décadas, pero en el terreno teórico doctrinal queda todavía mucho por andar. Cuando uno ha participado en celebraciones eucarísticas con hermanos de una confesión diferente, ve que no hay ningún problema. Recuerdo las misas en Taizé hace más de 30 años, en las que participé con otros presbíteros católicos y pastores protestantes. Y más recientemente la participación en la eucaristía en la catedral de Skära y en alguna pequeña iglesia rural con hermanos de la Iglesia Luterana sueca; sus celebraciones de la eucaristía son muy semejantes a la nuestra, incluida la consagración y la comunión (http://www.alandar.org/hemeroteca/cantar-en-tierra-extrana/una-semana-ecumenica-en-suecia/). Comprendíamos que Jesús sacramentado estaba tan “presente” en esas eucaristías como en la que haría un sacerdote católico. Esto ya no se puede impedir; es ya una hermosa realidad ecuménica.
2. Con respecto al tema del sacerdocio para las mujeres –mejor que “sacerdocio femenino”, como algo aparte-, Ladaria afirmó que considera “definitivo” el “no” al sacerdocio de la mujer: “Cristo le quiso conferir este sacramento a los doce apóstoles, todos hombres –escribe-, que, a su vez, se lo comunicaron a otros hombres. La Iglesia se reconoció siempre vinculada a esta decisión del Señor de conferir este sacramento a hombres; la cual excluye que el sacerdocio ministerial pueda ser válidamente conferido a las mujeres”. Y al cardenal le “produce seria preocupación ver surgir aún en algunos países voces que ponen en duda lo definitivo de esta doctrina”, que “se trata de una verdad perteneciente al patrimonio de la fe”.
Pero lo que nos produce “seria preocupación” a otros muchos teólogo y no teólogos, presbíteros, religiosos/as y laicos/as católicos es este empecinamiento de la Iglesia en impedir que las mujeres puedan acceder como los varones a esta responsabilidad en las comunidades y poder ejercer en ellas como presbíteras ordenadas. No es cierto lo que dice el cardenal prefecto que “la diferencia de funciones entre el hombre y la mujer no comporta consigo ninguna subordinación”, pues la posibilidad de acceder a los puestos de más responsabilidad en el servicio de la Iglesia –tal como está organizada hoy, una organización que es más que discutible, y que no viene de Jesús de Nazaret- pasa necesariamente por el sacramento del orden: si las mujeres no pueden acceder a él, no podrán ser párrocas, ni obispas ni –por qué no- papas. Muchas pequeñas comunidades de base ya han solucionado el problema por vía propia; aunque a veces a costa del valor del sacramento del orden en la presidencia de la eucaristía, sobre todo en la consagración, lo cual es cuestionable.
El teólogo Jesús Martínez Gordo recordaba recientemente en Religión Digital que el posicionamiento del magisterio más reciente con respecto a la (im)posibilidad de que las mujeres puedan acceder al ministerio ordenado se encuentra en tres documentos “de desigual valor”: la Declaración Inter Insigniores de la Congregación para la Doctrina de la Fe (1976), la Carta Apostólica Ordinatio sacerdotalis de Juan Pablo II (1994) y el Responsum sobre la autoridad de dicha Carta Apostólica firmada por la Congregación para la Doctrina de la Fe al año siguiente (1995).
La primera es un documento en el que no se compromete la infalibilidad o la irreformabilidad; por tanto, no pertenece al depósito de la fe. El Responsum sobre la autoridad de la Carta Apostólica es un texto de la Congregación, su autoría es responsabilidad de la Congregación y el Papa se limita a autorizar su publicación. En fin, la Carta Apostólica de Juan Pablo II pretende “disipar dudas” al respecto y manifestar un posicionamiento en contra del sacerdocio femenino, pero tampoco tiene autoridad dogmática. Este teólogo afirma algo evidente: “El grado de autoridad es menor en el texto de Juan Pablo II que en los de Pío XII o de Pío IX sobre la Asunción de María y la Inmaculada Concepción”; para concluir con toda la razón del mundo. “Pocas veces en la historia de la Iglesia se ha dado un embrollo dogmático y canónico como el expuesto”.
Lo cierto es que en el Nuevo Testamento no tenemos ninguna afirmación clara en contra del sacerdocio de las mujeres –en realidad, Jesús no ordenó sacerdotes ni a varones ni a mujeres-; y más bien encontramos indicios -corroborados por otros escritos extrabíblicos de las primeras iglesias cristianas y frescos de las catacumbas- de que las mujeres también presidian la eucaristía.
Y lo cierto es que las mujeres han sido y han vuelto a ser sacerdotes en la Iglesia. No solo en las confesiones cristianas no católicas, donde ya abundan hasta las obispas -a pesar del rechazo de algunos sectores que llegaron a “pasarse” a la Iglesia católica por ello, como fue el caso de presbíteros anglicanos- sino también en la propia Iglesia Católica. Es el caso de la ARCWP-RCWP (Asociación de Presbíteras Católicas Romanas, por sus siglas en inglés), que ya cuenta con cerca de 300 presbíteras y cerca de una docena de obispas; que atienden gozosamente a numerosas comunidades, sobre todo en América del Norte, pero también en Sudamérica y en países de Europa. No es que quieran “poder” como los varones, sino realizar aquello a lo que se han sentido llamadas.
Las comunidades cristianas están demandando este servicio femenino en cuanto tienen noticia de él. Y las vocaciones de numerosas mujeres, respondiendo a un llamamiento interior bien discernido –por lo menos igual que los varones, y en algunos casos bastante mejor-, manifiestan que el sacerdocio de las mujeres es una realidad en la Iglesia católica, y que no es más que cuestión de tiempo que sea aceptado por la jerarquía.
Bien es cierto que noticias como esta, que viene de un hombre nombrado por el papa Francisco, desconcierta a muchas mujeres y hombres y cuestiona la renovacion de la Iglesia que viene anunciando. Sobre todo ellas, siguen teniendo que llorar en silencia esta discriminación en su Iglesia; otras ya empiezan a no callarse y gritar en voz alta y con voz profética lo que consideran legítimo y evangélico. “Si ellos se callan gritarán las piedras”, dijo el Maestro.
1. Empezando por la segunda de las afirmaciones enunciadas, la intercomunión, otro colega en el colegio cardenalicio, el cardenal Marx, arzobispo de Munich y presidente del Episcopado alemán,
La polémica venia ahora por el documento pastoral de la última Sesión Plenaria de la Conferencia Episcopal de Alemania “Caminando con Cristo; sobre los pasos de la unidad. Matrimonios mixtos y participación común en la Eucaristía” (febrero de 2018); más de las tres cuartas partes de los miembros de la Conferencia Episcopal estaban de acuerdo, pero la media docena de obispos que no lo estaban reclamaron a Roma.
Pero en esto se ha avanzado mucho más en el terreno de la praxis y la teología, que en el terreno de las normas eclesiásticas.
La intercomunión lleva realizándose desde hace décadas, pero en el terreno teórico doctrinal queda todavía mucho por andar. Cuando uno ha participado en celebraciones eucarísticas con hermanos de una confesión diferente, ve que no hay ningún problema. Recuerdo las misas en Taizé hace más de 30 años, en las que participé con otros presbíteros católicos y pastores protestantes. Y más recientemente la participación en la eucaristía en la catedral de Skära y en alguna pequeña iglesia rural con hermanos de la Iglesia Luterana sueca; sus celebraciones de la eucaristía son muy semejantes a la nuestra, incluida la consagración y la comunión (http://www.alandar.org/hemeroteca/cantar-en-tierra-extrana/una-semana-ecumenica-en-suecia/). Comprendíamos que Jesús sacramentado estaba tan “presente” en esas eucaristías como en la que haría un sacerdote católico. Esto ya no se puede impedir; es ya una hermosa realidad ecuménica.
2. Con respecto al tema del sacerdocio para las mujeres –mejor que “sacerdocio femenino”, como algo aparte-, Ladaria afirmó que considera “definitivo” el “no” al sacerdocio de la mujer: “Cristo le quiso conferir este sacramento a los doce apóstoles, todos hombres –escribe-, que, a su vez, se lo comunicaron a otros hombres. La Iglesia se reconoció siempre vinculada a esta decisión del Señor de conferir este sacramento a hombres; la cual excluye que el sacerdocio ministerial pueda ser válidamente conferido a las mujeres”. Y al cardenal le “produce seria preocupación ver surgir aún en algunos países voces que ponen en duda lo definitivo de esta doctrina”, que “se trata de una verdad perteneciente al patrimonio de la fe”.
El teólogo Jesús Martínez Gordo recordaba recientemente en Religión Digital que el posicionamiento del magisterio más reciente con respecto a la (im)posibilidad de que las mujeres puedan acceder al ministerio ordenado se encuentra en tres documentos “de desigual valor”: la Declaración Inter Insigniores de la Congregación para la Doctrina de la Fe (1976), la Carta Apostólica Ordinatio sacerdotalis de Juan Pablo II (1994) y el Responsum sobre la autoridad de dicha Carta Apostólica firmada por la Congregación para la Doctrina de la Fe al año siguiente (1995).
La primera es un documento en el que no se compromete la infalibilidad o la irreformabilidad; por tanto, no pertenece al depósito de la fe. El Responsum sobre la autoridad de la Carta Apostólica es un texto de la Congregación, su autoría es responsabilidad de la Congregación y el Papa se limita a autorizar su publicación. En fin, la Carta Apostólica de Juan Pablo II pretende “disipar dudas” al respecto y manifestar un posicionamiento en contra del sacerdocio femenino, pero tampoco tiene autoridad dogmática. Este teólogo afirma algo evidente: “El grado de autoridad es menor en el texto de Juan Pablo II que en los de Pío XII o de Pío IX sobre la Asunción de María y la Inmaculada Concepción”; para concluir con toda la razón del mundo. “Pocas veces en la historia de la Iglesia se ha dado un embrollo dogmático y canónico como el expuesto”.
Lo cierto es que en el Nuevo Testamento no tenemos ninguna afirmación clara en contra del sacerdocio de las mujeres –en realidad, Jesús no ordenó sacerdotes ni a varones ni a mujeres-; y más bien encontramos indicios -corroborados por otros escritos extrabíblicos de las primeras iglesias cristianas y frescos de las catacumbas- de que las mujeres también presidian la eucaristía.
Y lo cierto es que las mujeres han sido y han vuelto a ser sacerdotes en la Iglesia. No solo en las confesiones cristianas no católicas, donde ya abundan hasta las obispas -a pesar del rechazo de algunos sectores que llegaron a “pasarse” a la Iglesia católica por ello, como fue el caso de presbíteros anglicanos- sino también en la propia Iglesia Católica. Es el caso de la ARCWP-RCWP (Asociación de Presbíteras Católicas Romanas, por sus siglas en inglés), que ya cuenta con cerca de 300 presbíteras y cerca de una docena de obispas; que atienden gozosamente a numerosas comunidades, sobre todo en América del Norte, pero también en Sudamérica y en países de Europa. No es que quieran “poder” como los varones, sino realizar aquello a lo que se han sentido llamadas.
Las comunidades cristianas están demandando este servicio femenino en cuanto tienen noticia de él. Y las vocaciones de numerosas mujeres, respondiendo a un llamamiento interior bien discernido –por lo menos igual que los varones, y en algunos casos bastante mejor-, manifiestan que el sacerdocio de las mujeres es una realidad en la Iglesia católica, y que no es más que cuestión de tiempo que sea aceptado por la jerarquía.
Bien es cierto que noticias como esta, que viene de un hombre nombrado por el papa Francisco, desconcierta a muchas mujeres y hombres y cuestiona la renovacion de la Iglesia que viene anunciando. Sobre todo ellas, siguen teniendo que llorar en silencia esta discriminación en su Iglesia; otras ya empiezan a no callarse y gritar en voz alta y con voz profética lo que consideran legítimo y evangélico. “Si ellos se callan gritarán las piedras”, dijo el Maestro.