Raimon Panikkar y el pensamiento complejo de Edgar Morin
Raimon Panikkar, “uno de los pensadores paradigmáticos de la Segunda Era Axial” por su interdisciplinariedad e interculturalidad, como llegó a decir Ewert Cousins (Christ of the 21st Century, 1992), tuvo una gran amistad con Edgar Morin, el padre del pensamiento complejo, con el que coincide en perspectivas fundamentales y aún en conceptos muy semejantes, y que califico a Panikkar como “un grand esprit du siècle” en uno de los correos que me escribió hace años. Ambos han sido estudiosos de la ciencia y han elaborado un pensamiento muy original. Los primeros estudios universitarios de Raimon Panikkar fueron de Ciencias, doctorándose en esta disciplina en 1958 en la Universidad de Madrid. Entre sus primeros trabajos científicos, es necesario destacar por su extensión y profundidad: “El indeterminismo científico” y “La entropía y el fin del mundo. Un problema de cosmología”. Para Panikkar, “la Física aspira a la Metafísica” y “el proceso completo de cualquier verdad debe terminar necesariamente en la Filosofía”. “Lo que interesa no es la Filosofía, ni la Teología, ni la Ciencia en cuanto tales. Interesa la solución armónica de todos los problemas que la vida del hombre sobre la tierra y su complejidad presenta... fundir la síntesis personal [la unidad del hacer del hombre] con la síntesis objetiva [restablecer el orden cósmico]”. Más aún: “En la construcción de una síntesis total prescindiendo de la fe no sólo no se llegará tan lejos como con ella, sino que desembocará en el error” (“Visión de síntesis del universo”, en Humanismo y cruz).
Edgar Morin (1921-) escribe en Mis demonios (Barcelona 1995)
“Me reconocí en la aspiración a la totalidad, que no es la búsqueda de un imposible saber total y absoluto… sino la incitación a conectar las verdades dispersas y las verdades antagónicas. (…).
El pensamiento complejo tiene la tarea, no de substituir lo cierto por lo incierto, lo separable por lo inseparable, la lógica deductivo-identitaria por la transgresión de sus principios, sino de efectuar una dialógica cognoscitiva entre los cierto y lo incierto, lo separable y lo inseparable, lo lógico de lo meta-lógico… es el ejercicio de una dialógica incesante entre lo simple y lo complejo. (…)
Mi singularidad estriba en haber querido vincular lo diverso, sparsa colligo, y haber levantado mi obra sobre este principio...”.
En una crítica de la investigación y el conocimiento contemporáneo especializado, parcializado, reducido, opuesto a la concepción global humanista, Morin ve la necesidad de conocer el mundo como es: un todo indisociable.
“Todo neófito que entra en la Investigación ve como se le impone la mayor renuncia al conocimiento. Se le convence... de que es imposible constituir una visión del hombre y del mundo... Se le integra en un equipo especializado...
Especialista partir de ahora, el investigador ve como se le ofrece la posesión exclusiva de un fragmento del puzzle, cuya visión global debe escapara a todos y cada uno” (El Método, vol.1, “La Naturaleza de la Naturaleza”, Madrid 2008,).
Para Morin, la elección no es entre el saber particular, preciso limitado, y la idea general abstracta o la teoría unitaria, que rechaza, sino entre el reduccionismo y la búsqueda de un método “que pueda articular lo que está separado y volver a unir lo que está desunido”. Por eso, propone abordar el conocimiento de la realidad de manera multidisciplinar y multirreferenciada para la construcción del pensamiento, abordando los fenómenos como una totalidad orgánica en “relación de interdependencia”, y quebrando las “falsas claridades”, en que “la incertidumbre deviene viático” para el camino. El pensador francés desarrolló una investigación de carácter filosófico y científico marcado por sus tesis de la transdisciplinariedad. Morin no sólo busca un pensamiento en el que estén insertos los intercambios interdisciplinares entre ciencias físicas, biológicas y humanas, sino que favorezca y desarrolle un pensamiento verdaderamente transdisciplinar. “Hace falta reaprender a aprender”, repite; pues cómo dijo Antonio Machado en un conocido verso que gusta repetir: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”.
Raimon Panikkar (1918-2010), de modo semejante a Morin, buscó toda su vida intelectual la relación de todo con todo, más allá de la substancia como realidad estática. Morin busca reunir lo esparecido, “vincular lo diverso”, sparsa colligo, consciente de que “no sólo la parte está en el todo, sino que el todo, está en la parte” (principio hologramático, uno de los tres principios fundamentales del pensamiento complejo, junto con el principio dialógico y el principio discursivo o de recursividade). De la misma manera, Panikkar busca la integración del conjunto de toda la realidad en todas sus dimensiones; y repite una expresión latina semejante, muy querida para él colligite fragmenta. “Colligite quae superaverunt fragmenta, ne pereant” son las palabras de Jesús de Nazaret, con las que Juán pone fin al relato de la multiplicación (Jn 6,12). La frase resume algo fundamental en su pensamiento: la necesidade de recoger los fragmentos esparcidos, hasta los más pequeños, que nada se pierda, para reconstruir el todo armónico.Como escribe:
“Nada se desprecia, nada se deja de lado. Todo está integrado, asumido, transfigurado... Pensar todos los fragmentos de nuestro mundo actual para reunirlos en un conjunto armónico” (La intuición cosmoteándrica. Las tres dimensiones de la realidad, Madrid 1999).
Una de las características más importantes de su pensamiento es esta obsesión por el todo; por una armonía entre los diversos aspectos de la Realidad, los diversos puntos de vista que componen la Realidad, siempre compleja: “No es cuestión de parte alguna. No es cuestión de parcialidades... Es cuestión del todo” (Prólogo de El silencio del Buddha).
Por eso, Panikkar hizo el triple doctorado en Ciencias, Filosofía y Teología:
“Empecé estudiando la materia. Durante siete años fueron la física y la química mis ocupaciones intelectuales más serias. Al mismo tiempo empecé los estudios de filosofía, pero no porque me sintieses desengañado de mi trabajo científico. Más bien era debido a una continuidad de mis intereses” (“Autobiografía intelectual. La filosofía como estilo de vida”).
Incluso, a nivel de lenguaje, hay conceptos originales que usan ambos. Aunque con significado algo distinto en cada uno. Es el caso de dialógico: Morin habla del principio dialógico, y Panikkar del pensamiento dialógico.
Para Morin, la dialógica ocupa el lugar de la dialéctica en la relación “entre instancias antagónicas y complementarias a un tiempo”; va más allá de una racionalidad que quiere eliminar las contradicciones, y reconoce la irreductibilidad de estas. El principio dialógico es “la asociación compleja (complementaria, concurrente, antagonista) de instancias necesarias juntas para la existencia, el funcionamiento y el desarrollo de un fenómeno organizado”; un principio que es para el conscientemente distinto de la dialéctica hegeliana y de la racionalización. Llega a decir que “la vida es ininteligible si no se apela a la dialógica” (Mis demonios).
Para Panikkar, también en contraposición al diálogo dialéctico, el diálogo dialógico o diálogo-dialogal es lo que está “abierto a otras visiones filosóficas; y no sólo a la confrontación dialéctica y al diálogo racional”. Por eso, no pretende vencer ni siquiera convencer, sino buscar juntos la verdad desde diferentes posiciones, para ir llegando a un entendimiento mutuo y a una verdad más completa (“¿Donde está el fulcro de la filosofía comparativa?”, Sobre el diálogo intercultural).
“El diálogo-dialogal... es la búsqueda conjunta de lo común y lo diferente, es la fecundación mutua con lo que cada uno aporta... es el reconocimiento implícito y explícito que no somos autosuficientes” (“¿Mística comparada?”, en VVAA La mística en el siglo XXI).
No es, pués, extraño que Edgar Morin me haya dicho acerca de Raimon Panikkar en otro de sus correos: “Je me sens très proche de ce grand esprit”.
“Me reconocí en la aspiración a la totalidad, que no es la búsqueda de un imposible saber total y absoluto… sino la incitación a conectar las verdades dispersas y las verdades antagónicas. (…).
El pensamiento complejo tiene la tarea, no de substituir lo cierto por lo incierto, lo separable por lo inseparable, la lógica deductivo-identitaria por la transgresión de sus principios, sino de efectuar una dialógica cognoscitiva entre los cierto y lo incierto, lo separable y lo inseparable, lo lógico de lo meta-lógico… es el ejercicio de una dialógica incesante entre lo simple y lo complejo. (…)
Mi singularidad estriba en haber querido vincular lo diverso, sparsa colligo, y haber levantado mi obra sobre este principio...”.
En una crítica de la investigación y el conocimiento contemporáneo especializado, parcializado, reducido, opuesto a la concepción global humanista, Morin ve la necesidad de conocer el mundo como es: un todo indisociable.
Especialista partir de ahora, el investigador ve como se le ofrece la posesión exclusiva de un fragmento del puzzle, cuya visión global debe escapara a todos y cada uno” (El Método, vol.1, “La Naturaleza de la Naturaleza”, Madrid 2008,).
Para Morin, la elección no es entre el saber particular, preciso limitado, y la idea general abstracta o la teoría unitaria, que rechaza, sino entre el reduccionismo y la búsqueda de un método “que pueda articular lo que está separado y volver a unir lo que está desunido”. Por eso, propone abordar el conocimiento de la realidad de manera multidisciplinar y multirreferenciada para la construcción del pensamiento, abordando los fenómenos como una totalidad orgánica en “relación de interdependencia”, y quebrando las “falsas claridades”, en que “la incertidumbre deviene viático” para el camino. El pensador francés desarrolló una investigación de carácter filosófico y científico marcado por sus tesis de la transdisciplinariedad. Morin no sólo busca un pensamiento en el que estén insertos los intercambios interdisciplinares entre ciencias físicas, biológicas y humanas, sino que favorezca y desarrolle un pensamiento verdaderamente transdisciplinar. “Hace falta reaprender a aprender”, repite; pues cómo dijo Antonio Machado en un conocido verso que gusta repetir: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”.
“Nada se desprecia, nada se deja de lado. Todo está integrado, asumido, transfigurado... Pensar todos los fragmentos de nuestro mundo actual para reunirlos en un conjunto armónico” (La intuición cosmoteándrica. Las tres dimensiones de la realidad, Madrid 1999).
Una de las características más importantes de su pensamiento es esta obsesión por el todo; por una armonía entre los diversos aspectos de la Realidad, los diversos puntos de vista que componen la Realidad, siempre compleja: “No es cuestión de parte alguna. No es cuestión de parcialidades... Es cuestión del todo” (Prólogo de El silencio del Buddha).
Por eso, Panikkar hizo el triple doctorado en Ciencias, Filosofía y Teología:
“Empecé estudiando la materia. Durante siete años fueron la física y la química mis ocupaciones intelectuales más serias. Al mismo tiempo empecé los estudios de filosofía, pero no porque me sintieses desengañado de mi trabajo científico. Más bien era debido a una continuidad de mis intereses” (“Autobiografía intelectual. La filosofía como estilo de vida”).
Para Morin, la dialógica ocupa el lugar de la dialéctica en la relación “entre instancias antagónicas y complementarias a un tiempo”; va más allá de una racionalidad que quiere eliminar las contradicciones, y reconoce la irreductibilidad de estas. El principio dialógico es “la asociación compleja (complementaria, concurrente, antagonista) de instancias necesarias juntas para la existencia, el funcionamiento y el desarrollo de un fenómeno organizado”; un principio que es para el conscientemente distinto de la dialéctica hegeliana y de la racionalización. Llega a decir que “la vida es ininteligible si no se apela a la dialógica” (Mis demonios).
Para Panikkar, también en contraposición al diálogo dialéctico, el diálogo dialógico o diálogo-dialogal es lo que está “abierto a otras visiones filosóficas; y no sólo a la confrontación dialéctica y al diálogo racional”. Por eso, no pretende vencer ni siquiera convencer, sino buscar juntos la verdad desde diferentes posiciones, para ir llegando a un entendimiento mutuo y a una verdad más completa (“¿Donde está el fulcro de la filosofía comparativa?”, Sobre el diálogo intercultural).
“El diálogo-dialogal... es la búsqueda conjunta de lo común y lo diferente, es la fecundación mutua con lo que cada uno aporta... es el reconocimiento implícito y explícito que no somos autosuficientes” (“¿Mística comparada?”, en VVAA La mística en el siglo XXI).
No es, pués, extraño que Edgar Morin me haya dicho acerca de Raimon Panikkar en otro de sus correos: “Je me sens très proche de ce grand esprit”.