La guerra de Ucrania sigue cada día acabando cruelmente con la vida de cientos de inocentes ¿Qué diría Tolstói de lo que está ocurriendo?
| Victorino Pérez Prieto
La guerra de Ucrania sigue cada día acabando cruelmente con la vida de cientos de inocentes, con sus casas, sus pueblos, ciudades y todo el país. Lo último fueron las horrorosas masacres de Bucha y los pueblos cercanos a Kiev. Las imágenes de los cadáveres tirados en las calles, maniatados, torturados o enterrados en fosas comunes golpean nuestros ojos y nuestras conciencias, hasta las de los más indiferentes a los que estas imágenes no son más que una película violenta de algo que ocurre lejos. Yo recordaba la sabiduría de los jainas, una religión pacifista que afirma repetidamente en sus textos: “La violencia es la raíz de todas las miserias del mundo”, por eso, no tiene ninguna justificación, haga quien la haga y contra lo que sea: hombres, mujeres, niños, animales y todos los seres vivos. Y recordaba también a Lev Tolstói (1828-1910), el gran escritor ruso y uno de los más grandes de literatura mundial de todos los tiempos, que acabó sus años como un hombre radicalmente pacifista, tras haber estado en el ejército en su juventud, que dio lugar a sus Relatos de Sebastopol (1855), novela basada en sus experiencias en la Guerra de Crimea (1853-1856). Como la historia parece repetirse, conviene recordar que esta guerra fue entre Rusia y una liga formada por el Imperio otomano, Francia y Reino Unido; fue desencadenada por el expansionismo imperial ruso y se saldó con la derrota de Rusia (Tratado de Paris de 1856).
El evangelio utópico de Tolstói, conocido en Europa en las primeras décadas del siglo pasado y admirado por muchos cristianos como el “evangelismo ruso”, y en el que se incluían Dostoievski, Gogol, Berdiaef y otros escritores rusos, fue su manera de vivir el cristianismo. “La lejana Rusia, que admirábamos tanto por su literatura, su orientalismo y su cristianismo evangélico, dice el escritor gallego Florentino Cuevillas en los años 20 (“Dos nosos tempos”); otro destacado escritor gallego, Ramón Otero Pedrayo, habla fascinado de la “ejemplaridad de los Evangelios menores”, como llama a la obra de Tolstói (“Verbas evanxélicas”).
El gran escritor ruso habla de este evangelio utópico en obras como Confesión (1884), ¿En qué consiste mi fe? (1884), Evangelio de Tolstói (1894), y sobre todo El Reino de Dios está en vosotros (1894). Esta última era el libro preferido de Gandhi, del que llega a escribir: “Me marcó para siempre”; a raíz de su lectura mantuvo una correspondencia con el escritor ruso, y habían fijado un encuentro, frustrado por la muerte de éste.
Tolstói había experimentado una profunda crisis moral hacia 1870, poco después de publicar su gran obra Guerra y paz (1865-1869). A esta siguió lo que consideraba un profundo despertar espiritual, que describe en su obra Confesión (1884) y está presente en varios de sus cuentos (Donde está el amor está Dios, El padre Sergio, Divino y humano...) y en su última novela Resurrección (1899). Su lectura del Sermón de la Montaña lo llevó a un ferviente cristianismo evangélico más allá de las iglesias y un radical pacifismo.
El Reino de Dios está en vosotros vio la luz en Alemania en 1894, tras ser censurado en su país, a pesar de ser Tolstói el escritor más admirado en Rusia. Las razones de esta censura eran evidentes; la obra era un ataque radical a las mayores instituciones de la sociedad rusa: el estado, el ejército y la Iglesia. Pero la obra no vio la luz en una edición española hasta el año 2010, publicada por Kairós en el centenario de la muerte de Tolstói.
Tolstói desenvuelve aquí una idea que manifiesta de modo repetitivo a lo largo de más de 400 páginas: la mejor sociedad posible es la que Jesucristo manifiesta en el Evangelio, sobre todo en el Sermón de la Montaña. Una sociedad basada en el pacifismo radical, en el respeto del otro; por lo tanto renunciando a los castigos –tan habituales en la Rusia de su tiempo- y la pena de muerte, aboliendo el ejército que lleva a los pueblos a los mataderos de las guerras. Insiste Tolstói en que la misma Iglesia traicionó ya en los primeros siglos este ideal evangélico, desde la mis tradición apostólica; y carga contra los poderes civiles, que siempre utilizaron y justificaron el empleo de la violencia. Cristianos, fieles de otras religiones y ateos le parecen igualmente culpables en esto. Por eso llega a decir que hay que abolir el estado represor, que ejerce siempre la violencia contra los ciudadanos; llamando a una desobediencia civil que luego practicaría ampliamente Gandhi.
Tolstói repite que la Iglesia es particularmente culpable de esta violencia, pues pervirtió las enseñanzas de Jesús conciliando dos conceptos irreconciliables: violencia y religión. Por ello, dice que no cree en la doctrina que predica su Iglesia, que no reconoce el mandamiento evangélico acerca de la no resistencia al mal con otro mal que es siempre la violencia, cosa que practicó siempre en su historia. No es de extrañar que fuera excomulgado por las autoridades de la Iglesia ortodoxo el mismo año de su muerte.
¿Qué diría hoy Tolstói de esta matanza, de las de las semanas pasadas y de toda esta absurda guerra? ¿Qué diría de la antievangélica postura de la máxima jerarquía de la que fue su iglesia, el patriarca Kiril de Moscú, apoyando la invasión? ¡Maldeciría a las autoridades políticas de su país que iniciaron la invasión y a las autoridades religiosas que la justificaron! Y… lloraría de impotencia. Pero, además, llamaría al pueblo ruso a rebelarse pacíficamente contra todo esto, como está haciendo minoritariamente con el precio de ir a las cárceles de Putin. Ese nuevo Atila, autócrata despiadado que prefiere que Rusia sea temida y odiada a ignorada y amada, al que ya comenzaron a llamar “Vladimir el terrible”, por Iván el terrible, el primer zar forjador del imperio ruso; la periodista rusa Anna Politkóvskaya, lo llamó ya en 2004 en su libro La Rusia de Putin “el zar de Dios” y le costó la vida.
“No nos odien por lo que hacen nuestros líderes gubernamentales”, ya están diciendo muchos rusos en las últimas semanas. Ojalá ese pueblo pueda echar a este nuevo implacable zar de su trono de hierro, y vayan creciendo los seguidores de lev Tolstói.
¿Cómo acabar con la guerra “repugnante y sacrílega”, como la llamó Francisco, y con todas las otras guerras que siguen activas, aunque hayan sido olvidadas ahora en los noticiarios? ¿Con “más armas, armas y armas”, como pedía en Bruselas el embajador de Ucrania? ¿Combatir los cañonazos con más cañonazos que lleven a una escalada bélica inacabable que destroce más el país y mate a más gente inocente? Como decía el amigo poeta Deme Orte lo que son realmente necesarios son “más brazos y abrazos”, más acogida y solidaridad con el otro, el hermano. Hay que poner vida donde no hay más que muerte. Frente a la crueldad y la espiral de violencia solo caben compasión, paz y armonía.