¿Está moribunda la fe, la religión, la espiritualidad?
Leía recientemente en RD sobre el deceso de las creencias religiosas de los jóvenes europeos, y particularmente de los españoles: el 55% de los españoles entre 16 y 29 años no confiesan ninguna religión, el 60% no asisten a oficios religiosos fuera de las ocasiones especiales y el 64% afirman que no rezan nunca. Eran las principales conclusiones en lo que se refiere a España de un estudio de la Universidad de St. Mary de Londres, "Jóvenes adultos de Europa y la religión". En palabras de su responsable Stephen Bullivant, el informe demuestra que “la religión está moribunda”, no solo en España sino en todo el viejo continente. Estaba elaborado en base a una encuesta social europea del periodo 2014-2016.
Después de la Semana Santa, recibí un correo de un amigo cura que atiende varias parroquias, Rubén Aramburu, donde decía: “Veño de falar con varios curas; tristes. A Semana Santa que non hai moitos anos enchía as parroquias rurais cae en picado. So acoden os máis vellos, 10, 12 ou 15... contan os curas. A mocidade desapareceu tempo hai. Con botarlle un ollo aos libros de confirmación: quince anos atrás atopabas grupos de 50 ou 60 mozos...agora se chegan a 10 é un éxito, hai anos nos que non hai confirmacións... Baixan as vodas relixiosas, menos bautismos, comuñóns, e déixanse de celebrar cabodanos, misas de defuntos...”
Rubén hacía referencia a un trabajo de Javier Elzo, publicado recientemente en RD, con un diagnóstico semejante, que apuntaba razones de este derrumbe con argumentos extra-eclesiales e intra-eclesiales; algún comentarista intervino para decir que la culpa la tiene, sobre todo, el Vaticano II y la progresía de la Iglesia.
Elzo publicó el año pasado Morir para renacer. Otra Iglesia posible en la era global y plural. Un libro que defiende que lo mejor del catolicismo no está en el pasado, sino que podría estar en el futuro, delante de nosotros y no detrás; demanda otra Iglesia más allá de la era de la cristiandad. En la era global y plural en la que vivimos, necesitamos superar la fractura entre creyentes y no creyentes, de tal forma que todos los que tengan inquietud por un mundo mejor puedan trabajar de la mano y desde sus propias creencias personales.
No voy a pretender apuntar aquí presuntas soluciones incontrovertibles para el problema; pero quiero decir algunas cosas que considero importantes, y que no suelen apuntar ni los sociólogos ni los pastoralistas. Tienen algo que ver con el morir para renacer que también propone el buddhismo, sobre todo el zen; que consiste fundamentalmente con estar de pie en el acantilado frente al abismo, reunir coraje y dar el último salto, una muerte. El crecimiento espiritual surge de esa muerte (la muerte del ego), para renacer en una nueva consciencia, un nuevo ser: “Cuando mueres como ego, naces como Dios” (Osho).
¿Estamos realmente ante la muerte de la religión, y con ella de las creencias religiosas y aún de la espiritualidad? ¿No estaremos, quizás, ante la decadencia y apagamiento de formas religiosas institucionales obsoletas, más culturales que espirituales; formas sujetas a unas situaciones históricas que no tienen en cuenta el devenir y la mutación vertiginosa que se está experimentando en las personas y sociedades contemporáneas? ¿Más aún, no estaremos ante una muerte-resurrección?
Me resulta muy expresivo al respecto un dato que se apunta en el informe de la Universidad de St. Mary: En Inglaterra solo el 7% de los encuestados se definieron como anglicanos, mientras que el 10% dijo que era católico y el 6% musulmán. La explicación que se daba allí a este este fenómeno era que tenía que ver con la alta inmigración y con el hecho de que los musulmanes tengan más hijos. No digo yo que no tenga su parte de verdad, sobre todo desde el punto de vista sociológico, pero me resulta una explicación insuficiente. ¿No tendrá que ver más con el hecho de que la Iglesia anglicana es la iglesia oficial del país; tan vinculada al poder establecido que la Reina de Inglaterra es su máxima autoridad, lo que supone estar íntimamente vinculada a la corrupción política y económica que siempre acompaña al poder? ¿Non tendrá que ver con el deseo de una vivencia religiosa y espiritual libre y personal por parte de la mayor parte de la sociedad y sobre todo de los jóvenes?
Esto mismo se puede aplicar a países otrora mayoritariamente católicos como Francia, Italia y particularmente España, donde alrededor del 60% dicen según el informe que nunca iban a la iglesia, y entre el 63% y el 66% manifestaron que nunca rezaban. Como es sabido, el retroceso de la práctica y aun la identidad religiosa católica en Francia fue mucho antes que en los otros dos países, posiblemente a consecuencia de la Revolución Francesa, como apunta Elzo; la ruptura con el anciene régime supuso una rápida salida del régimen de cristiandad. Del mismo modo que en España ocurrió después del franquismo, que quiso restaurar ese régimen de cristiandad frente a la ruptura de la República con el viejo régimen. Muchos europeos y, particularmente, españoles son bautizados cuando nacen (en Francia ya menos), pero no vuelven a pisar una iglesia durante toda su juventud.
Yo creo que hombres y mujeres somos seres espirituales, el Espíritu está en nosotros y no muere nunca. Sin la fe, el pisteuma que llama Raimon Panikkar, no podemos sobrevivir. Esta fe universal se manifiesta en unas u otras creencias. Coincido desde hace muchos años con Panikkar en que no existen personas “creyentes” y personas “no creyentes”; más bien, hay personas creyentes “religiosas” y personas creyentes “no religiosos”. De modo semejante, hay teistas y a-teos; pero los "a-teos" no son necesariamente “no creyentes” y ni siquiera “no religiosos”, sino personas que tienen una fe, incluso religiosa, distinta de la de las personas "teístas", que creen en un Dios personal. ¿No consideramos el buddhismo como una de las grandes religiones, y sin embargo ésta no habla de Dios? Es necesario superar ya ese lenguaje que suelen utilizar los textos religiosos e incluso sigue siendo habitual a nivel social. Es necesario superarlo, como se fue ya superando en Occidente la distinción peyorativa entre “fieles” e “infieles”; una distinción tradicional durante años en las iglesias cristianas y que va quedando últimamente como un lenguaje casi exclusivo de los musulmanes (muslim).
Para conocer la realidad religioso-espiritual de nuestros hermanos y hermanas hoy, pienso que es más necesario que nunca distinguir entre fe, acto de fe y creencias, con sus sistemas de creencias que son las religiones.
La fe, como decía Martin Buber, “no es un sentimiento que está sólo en el alma del ser humano, sino una profundización en la realidad, en toda la realidad”. La fe es una afirmación permanente de la voluntad de ser y de vivir; sólo desde aquí podemos dar el salto a la fe religiosa, como decía Pau Tillich. De este modo, la fe es un constitutivo existencial del ser humano, para vivir una vida humana auténtica y plena. Todo ser humano, por el hecho de serlo, tiene fe, cultivada o no, consciente o inconsciente: unos creen en A (al que llaman “Dios”) y otros creen en B.
El acto de fe es poner esa fe en movimiento. Particularmente, la fe religiosa es “el acto que surge del corazón como símbolo de todo el ser humano y por el que se salta a la tercera dimensión” (R. Panikkar, Iconos del misterio).
Y la creencia es la expresión simbólica de la fe. La creencia no es la fe, pero es el vehículo para ella. La creencia es la formulación, la articulación doctrinal hecha por una colectividad, que fue cristalizando a lo largo del tiempo en proposiciones, frases, términos,... dogmas. Las creencias conllevan una institucionalización en sistemas de creencias (credos) que dan lugar a las religiones; estas sustentan la experiencia religiosa de los seres humanos, pero también pueden acogotarla, e impedirle avanzar.
¿Muere la fe? ¿No se será –y aún deberá- que, más bien, se transmuta? ¿No será que van muriendo unas formas institucionales, unas formas religiosas establecidas que ya no saben responder a la realidad social y antropológica de los hombres y mujeres de hoy? ¿Acaso no será que esas instituciones no saben responder a las necesidades espirituales de esos hombres y mujeres?
Después de la Semana Santa, recibí un correo de un amigo cura que atiende varias parroquias, Rubén Aramburu, donde decía: “Veño de falar con varios curas; tristes. A Semana Santa que non hai moitos anos enchía as parroquias rurais cae en picado. So acoden os máis vellos, 10, 12 ou 15... contan os curas. A mocidade desapareceu tempo hai. Con botarlle un ollo aos libros de confirmación: quince anos atrás atopabas grupos de 50 ou 60 mozos...agora se chegan a 10 é un éxito, hai anos nos que non hai confirmacións... Baixan as vodas relixiosas, menos bautismos, comuñóns, e déixanse de celebrar cabodanos, misas de defuntos...”
Rubén hacía referencia a un trabajo de Javier Elzo, publicado recientemente en RD, con un diagnóstico semejante, que apuntaba razones de este derrumbe con argumentos extra-eclesiales e intra-eclesiales; algún comentarista intervino para decir que la culpa la tiene, sobre todo, el Vaticano II y la progresía de la Iglesia.
No voy a pretender apuntar aquí presuntas soluciones incontrovertibles para el problema; pero quiero decir algunas cosas que considero importantes, y que no suelen apuntar ni los sociólogos ni los pastoralistas. Tienen algo que ver con el morir para renacer que también propone el buddhismo, sobre todo el zen; que consiste fundamentalmente con estar de pie en el acantilado frente al abismo, reunir coraje y dar el último salto, una muerte. El crecimiento espiritual surge de esa muerte (la muerte del ego), para renacer en una nueva consciencia, un nuevo ser: “Cuando mueres como ego, naces como Dios” (Osho).
¿Estamos realmente ante la muerte de la religión, y con ella de las creencias religiosas y aún de la espiritualidad? ¿No estaremos, quizás, ante la decadencia y apagamiento de formas religiosas institucionales obsoletas, más culturales que espirituales; formas sujetas a unas situaciones históricas que no tienen en cuenta el devenir y la mutación vertiginosa que se está experimentando en las personas y sociedades contemporáneas? ¿Más aún, no estaremos ante una muerte-resurrección?
Esto mismo se puede aplicar a países otrora mayoritariamente católicos como Francia, Italia y particularmente España, donde alrededor del 60% dicen según el informe que nunca iban a la iglesia, y entre el 63% y el 66% manifestaron que nunca rezaban. Como es sabido, el retroceso de la práctica y aun la identidad religiosa católica en Francia fue mucho antes que en los otros dos países, posiblemente a consecuencia de la Revolución Francesa, como apunta Elzo; la ruptura con el anciene régime supuso una rápida salida del régimen de cristiandad. Del mismo modo que en España ocurrió después del franquismo, que quiso restaurar ese régimen de cristiandad frente a la ruptura de la República con el viejo régimen. Muchos europeos y, particularmente, españoles son bautizados cuando nacen (en Francia ya menos), pero no vuelven a pisar una iglesia durante toda su juventud.
Para conocer la realidad religioso-espiritual de nuestros hermanos y hermanas hoy, pienso que es más necesario que nunca distinguir entre fe, acto de fe y creencias, con sus sistemas de creencias que son las religiones.
La fe, como decía Martin Buber, “no es un sentimiento que está sólo en el alma del ser humano, sino una profundización en la realidad, en toda la realidad”. La fe es una afirmación permanente de la voluntad de ser y de vivir; sólo desde aquí podemos dar el salto a la fe religiosa, como decía Pau Tillich. De este modo, la fe es un constitutivo existencial del ser humano, para vivir una vida humana auténtica y plena. Todo ser humano, por el hecho de serlo, tiene fe, cultivada o no, consciente o inconsciente: unos creen en A (al que llaman “Dios”) y otros creen en B.
El acto de fe es poner esa fe en movimiento. Particularmente, la fe religiosa es “el acto que surge del corazón como símbolo de todo el ser humano y por el que se salta a la tercera dimensión” (R. Panikkar, Iconos del misterio).
¿Muere la fe? ¿No se será –y aún deberá- que, más bien, se transmuta? ¿No será que van muriendo unas formas institucionales, unas formas religiosas establecidas que ya no saben responder a la realidad social y antropológica de los hombres y mujeres de hoy? ¿Acaso no será que esas instituciones no saben responder a las necesidades espirituales de esos hombres y mujeres?