El “Dios” de María realiza las mismas obras que ha hecho Jesús en nombre de su Padre y de nuestro Padre, el Padre de todos Asunción de la Virgen María (15.8.2020): “Ver al Amor sin enigmas ni espejos”
Somos hermanos de María, transformada por el Espíritu
| Rufo González
Comentario: “¡Dichosa tú que has creído!”(Lc 1, 39-56)
El viaje de María a casa de Zacarías e Isabel está provocado, según la señal ofrecida por el ángel, por el avanzado estado de gestación de Isabel (Lc 1,36). La fe en el amor de Dios le lleva a María a ayudar a quien lo necesita. Su amor es expresión de la fe en Dios, Padre todos. Ofrece a su prima la ayuda propia de su situación. Así ve ratificado su propio misterio. La tradición localiza el pueblo en Ain-Karim, siete kilómetros al oeste de Jerusalén, en la montaña de Judá. El texto subraya que va“de prisa”. No se refiere a la velocidad de su marcha física. Poco podría influir ella en la marcha de la caravana. La “prisa” está en su interior: animada, pronta, alegre, dispuesta a compartir y ayudar.
El encuentro de las dos mujeres es profundamente humano. El saludo de María conmueve a Isabel y al hijo nonato (vv. 41.44). Éste salta de alegría en las entrañas de Isabel, y aquella “se llena de Espíritu Santo” y grita como profetisa: “¡Bendita tú entre las mujeres!”.Recuerda la bendición de Ozías a Judit tras matar a Holofernes: “Hija, que el Dios Altísimo te bendigaentre todas las mujeres de la tierra”(Judit 13,18).La expresión “Bendito el fruto de tu vientre”, es un anticipo del requiebro que recibió Jesús de labios de una mujer:“¡Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!”(Lc 11,27). Isabel se siente agraciada: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”. Y manifiesta la alegría profunda que la embarga y afecta a hijo concebido en sus entrañas: “en cuento tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre”. Y termina expresando su deseo más profundo: “Bienaventurada la que ha creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. Es la primera bienaventuranza del evangelio, dirigida a una mujer, a María, la madre de Jesús, “la que escucha la palabra de Dios y la cumple” (Lc 11:28). Contrasta con la falta de fe de su esposo, Zacarías, que “no ha dado fe a las palabras del ángel Gabriel, que se cumplirá en su momento oportuno” (Lc 1,18-20). Conviene advertir que el título de “Señor”, recogido en estos relatos, surge en el grupo cristiano a partir de la experiencia de la resurrección: “con seguridad conozca toda la casa de Israel que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías” (He 2, 36). Es una muestra más de que los capítulos 1 y 2 de Lucas son elaborados e interpretados desde la fe pascual.
Un canto de alabanza recoge la respuesta agradecida de María. Una composición literaria, el “Magníficat”, puesta en labios de María. Tejida con paralelismos propios de la poesía hebrea, deja ver un alma llena de profunda religiosidad, alegre y agradecida por lo que el Señor ha hecho en ella: elegirla madre del Mesías. Recuerda el canto de Ana, la madre de Samuel (1 Samuel 2, 1-10), y los salmos que hablan de los pobres asistidos por Dios, y de la ayuda especial a Israel (Sal 98,3; 103,17; 107,9; 111,9). El Dios santo, omnipotente, misericordioso, sigue realizando “proezas” con su brazo, dispersando a los soberbios, derribando poderosos, enalteciendo humildes, colmando hambrientos, vaciando ricos, auxiliando a Israel. El “Dios” de María realiza las mismas obras que ha hecho Jesús en nombre de su Padre y de nuestro Padre, el Padre de todos (Jn 14,10).
Las fiestas de María cumplen su promesa: “desde ahora me felicitarán todas las generaciones”. En la Asunción la felicitamos por incorporarse a la resurrección de Cristo. Y celebramos con ella nuestra esperanza de ser absorbidos un día -el día de nuestra muerte- por la Vida con mayúsculas, por el Espíritu que resucitó a Jesús, quien se proclamó a sí mismo: “yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11,25). “En María, la Iglesia admira y ensalza el fruto sobresaliente de la Redención, y contempla en ella con gozo, como en una imagen purísima, lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser” (SC 103). Con María “seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es” (1Jn 3,2). Su asunción al cielo realiza el proyecto divino: “esta esla voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucite en el último día” (Jn 6,40).
Oración: “¡Dichosa tú que has creído!” (Lc. 1,39-56)
Hoy, Jesús, una vez más, cumplimos la profecía de tu Madre:
“desde ahora me felicitarán todas las generaciones”.
Nos unimos a su prima Isabel para felicitarla:
“¡Bendita tú entre las mujeres!”.
“¡Bendito el fruto de tu vientre!”,
“¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”.
“¡Dichosa tú que has creído!”.
Nos unimos también contigo, Jesús, su Hijo:
“Dichosa más bienpor escuchar y guardar la palabra de Dios” (Lc 11,27-28).
es decir, por llevarte “en su corazón más que en su seno” (S. Agustín, PL 40,398).
Hoy los cristianos celebramos una fiesta de esperanza:
recordamos a tu madre que “superado el curso de su vida terrena,
fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial...
para que se configurara más plenamente con su Hijo” (LG 59).
“Contemplamos en ella con gozo, como en una imagen purísima,
lo que nosotros mismos, todos, ansiamos y esperamos ser” (SC 103).
Por eso renovamos nuestra su profesión de fe:
Creemos en su mismo Dios, que nos mira con infinita ternura,
aunque para el mundo seamos tan poca cosa...
Creemos que para Él somos un tesoro, un hijo, una hija...,
“tras quien va hasta encontrarnos;
enciende una lámpara y barre la casa;
nos vey se le conmueven las entrañas” (Lc 15, 4.8.20).
Creemos que sigue “haciendo obras grandes” a favor de todos:
desde darnos la vida, acompañar nuestro crecimiento...
hasta darnos a su Hijo, que nos iguala en dignidad y destino.
Jesús, hijo de María:
auméntanos la fe, la confianza, en el Dios de tu madre María.
Como Tú, como ella, queremos llenarnos de Espíritu Santo:
que nos llame a la construcción del Reino;
que nos haga “evangelio” para los pobres y los que sufren;
que nos libere de la enfermedad y la esclavitud;
que nos guíe a la mesa de la palabra y del pan de los sencillos;
que despida vacíos de corazón y sentido a los acaparadores;
que disgregue en soledad a los soberbios de corazón;
que derribe los tronos de quienes no aceptan la fraternidad,
y quieren vivir dominando y oprimiendo.
Queremos, como María, sintonizar nuestro corazón con el tuyo:
percibir la grandeza del amor de Dios;
sentir su misma “alegría en Dios nuestro salvador”;
creer que Dios “mira la humildad” de nuestra vida;
prestarnos a hacer “obras grandes” de amor (Jn 14,12);
inundarnos de la esperanza de compartir el cielo contigo,
Hermano de todos y con tu madre María Asunta.
Preces Fieles (Asunción Virgen María 15.08.2020): “Ver al Amor sin enigmas ni espejos”
Celebramos la Asunción de la Virgen María a los cielos. “Contemplamos en María, como en una imagen purísima, lo que nosotros mismos, todos, ansiamos y esperamos ser” (SC 103). Celebremos esta esperanza diciendo: “se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador”.
Por la Iglesia:
- que siga proclamando el evangelio de la Vida que no termina;
- que todos nos sintamos hermanos de María, transformada por el Espíritu.
Roguemos al Señor: “se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador”.
Por las intenciones del Papa (agosto 2020):
- que valoremos a “todas las personas que trabajan y viven del mar”;
- que “los marineros, los pescadores y sus familias” vivan dignamente.
Roguemos al Señor: “se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador”.
Por nuestro mundo:
- que valore la vida como trabajo fecundo de humanidad;
- que interprete la muerte como entrega de la vida a favor de los demás.
Roguemos al Señor: “se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador”.
Por las fiestas de nuestros pueblos:
- que María, Absorbida por la Vida, alegre el corazón;
- que los más débiles recobren la esperanza al sentir nuestro amor.
Roguemos al Señor: “se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador”.
Por nuestra parroquia, comunidad:
- que la fe de la Virgen María contagie nuestra fe;
- que su preocupación por los que están en apuro sea nuestra preocupación.
Roguemos al Señor: “se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador”.
Por esta celebración:
- que nos anime a entregar la vida en favor de los hermanos;
- que nos acreciente nuestra comunión en la vida y en la muerte.
Roguemos al Señor: “se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador”.
Terminemos nuestra oración con un poema (de Martín Descalzo), dedicado a la Vida eterna, de la que goza María, la madre de Jesús, Vida que también nosotros esperamos:
“Y entonces vio la luz. La luz que entraba por todas las ventanas de su vida.
Vio que el dolor precipitó la huida y entendió que la muerte ya no estaba.
Morir sólo es morir. Morir se acaba. Morir es una hoguera fugitiva.
Es cruzar una puerta a la deriva y encontrar lo que tanto se buscaba.
Acabar de llorar y hacer preguntas; ver al Amor sin enigmas ni espejos;
descansar de vivir en la ternura; tener la paz, la luz, la casa juntas
y hallar, dejando los dolores lejos, la Noche-luz tras tanta noche oscura”.
Esta es la esperanza de nuestra fe, de nuestro amor. Esperanza y Amor que nos da tu Espíritu, que vive por los siglos de los siglos.
Amén.
Jaén, 15 agosto 2020