En la oración, el Espíritu del Padre “muestra todo lo que él hace”, ayuda a “ver” sus obras, a “oír” lo que dice, a “aprender lo que enseña” Domingo 19º TO (09.08.2020): En Jesús vieron la presencia de Dios
Jesús actúa como creemos que actúa Dios: estando cerca de nuestra vida, saliendo a nuestro encuentro en toda ocasión
| Rufo González
Comentario: “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!” (Mt 14, 22-33)
La primera parte del texto enumera una serie de hechos:
- “Apremia a sus discípulos” a subir a la barca e ir a otra orilla. El alejamiento obligado tiene su explicación: evitar el falso mesianismo triunfal. La ayuda evangélica no busca aprovechamiento interesado ni aplauso. Busca ayudar al necesitado, compartir fraternalmente.
- “Despide a la gente”. La despedida les haría conscientes del regreso a casa y al trabajo con un corazón dispuesto a compartir. Llevan el Espíritu de Jesús: la fraternidad.
- “Subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo”. Jesús logra estar solo, orar, serenarse tras la muerte del Bautista. Es un hecho incuestionable la oración de Jesús. Ese trato con el Padre tiene una expresión muy viva en el evangelio de Juan. Jesús dice a los dirigentes judíos: “el Hijo no puede hacer nada por su cuenta sino lo que viere hacer al Padre. Lo que hace este, eso mismo hace también el Hijo, pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que él hace, y le mostrará obras mayores que esta, para vuestro asombro” (Jn 5,19-20). “Yo no puedo hacer nada por mí mismo; según le oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Jn 5,30). “Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido llevar a cabo, esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado” (Jn 5,36). “`El que me ha enviado es veraz, y yo comunico al mundo lo que he aprendido de él´. Ellos no comprendieron que les hablaba del Padre. Y entonces dijo Jesús: `Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que “Yo soy”, y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada´” (Jn 8,26-29). En la oración, el Espíritu del Padre “le muestra todo lo que él hace”, le ayuda a “ver” sus obras, a “oír”lo que dice, a “aprender lo que le enseña”.
La segunda parte narra la aventura de la barca, “sacudida por las olas” (lit.: “atormentada”). En la Biblia, el mar representa el poder terrible, las fuerzas caóticas, amenazantes (Jonás 1,4-16), el abismo de fieras feroces (Dan 7,2 ss).Como criatura, Dios le ha puesto límites (Sal 103,9),apacigua sus tormentas (Sal 106,23-30), lo domina para liberar a su pueblo (Ex 14,15-31). En’ la madrugada, Jesús va al encuentro de los suyos andando sobre el agua. Esto recuerda hechos de la historia de salvación (Sal 76,1721; Is 43,16; 51,10). Los discípulos gritan de miedo. Jesús los tranquiliza: “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!”.El episodio termina con dos confesiones de fe: la de Pedro (exclusiva de Mateo) y la de los discípulos. Pedro es el discípulo que duda, teme y cree: pide a Jesús llegar hasta él caminando sobre el agua; un golpe de viento le tambalea; ve que se hunde y grita: “Señor, sálvame”.Jesús le dice: “¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?”.Juntos suben a la barca, el viento se calma. Todos se postran ante Jesús diciendo: “Realmente eres Hijo de Dios”. En Jesús vieron la presencia de Dios que les sale al encuentro en momentos de dificultad. A dios nadie le ha visto nunca. Los humanos no tenemos idea de Dios en sí mismo. Nuestra idea sobre Dios es una realidad mental nuestra. El ser trascendente escapa a nuestro conocimiento. Jesús, ser histórico, es reconocido como Hijo de Dios, porque actúa como creemos que actúa Dios: estando cerca de nuestra vida, saliendo a nuestro encuentro en toda ocasión. Jesús aporta la seguridad de que nunca estamos abandonados de Dios. Nada “podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8,39). Eso mismo siguen haciendo hoy muchos cristianos saliendo y ayudando a quien lo necesitan.
Oración: ¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo! (Mt 14, 22-33)
Jesús, zarandeado por la vida:
también a ti te resulta complicado buscar lugar y tiempo “a solas”;
la muerte del Bautista te “retira a un lugar desierto”;
la gente, sus necesidades y dolencias, lo impiden;
a los discípulos: tienes que “apremiarles” a ir solos.
Tras despedir a la gente, “subes al monte a solas para orar”:
buscas la soledad para contactar con el Misterio, que llamas “Padre”:
cuyo Espíritu “te muestra todo lo que él hace”,
te ayuda a “ver” sus obras, y a “oír”lo que dice,
te mueve a“aprender lo que te enseña”;
cuya voluntad amorosa es tu “alimento” (Jn 4,34);
cuyo proyecto es hacer la vida, “reino de los cielos”;
cuyo amor está “siempre actuando” nuestro mundo (Jn 5,17);
cuya bondad universal sientes “en el sol y en la lluvia a justos e injustos(Mt 5,45);
cuya hermosura reviste las flores del campo;
cuya abundancia alimenta los pájaros del cielo;
cuyo corazón se conmueve por el sufrimiento de la gente;
cuya pasión enardece a profetas de amor y verdad;
cuya libertad rompe ataduras de esclavitud y violencia;
cuya justicia pone en pie mesas y vidas compartidas;
cuya paciencia siempre “disculpa, tolera, espera...” 1Cor 13,7).
Conel Padre compartes tu tristeza ante la muerte de Juan:
¿por qué tienen que tapar la boca a los críticos...?;
¿me espera a mí lo mismo?, preguntarías repetidamente.
Su amor incondicional alimentaba tu misión:
“Padre, te doy gracias porque me has escuchado,
yo sé que tú me escuchas siempre” (Jn 11,41-42);
comentabas los panes y los peces multiplicados;
le agradecías tu conmoción de entrañas comunes,
ante la gente sufriente, pobre, desorientada;
su amor y su libertad fortalecían tu espíritu.
Ante su mirada compasiva pondrías a los discípulos:
su expectativa de un Mesías triunfalista, fulminante;
sus peleas por ocupar los primeros puestos;
su dificultad para entender las cosas del Reino;
su miedo al fracaso;
su inmadurez en la fe;
su apego a las tradiciones, al templo, a la ley.
Tras fortalecer tu fe, tu amor, tu esperanza:
el Padre vuelve a enviarte al desierto de la vida;
donde su Espíritu actúa en la noche, en la tormenta...:
- “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!”.
- “¿Por qué dudas?, hombre de poca fe”.
En tu amistad, los discípulos fundamentan su fe:
experimentan tu amor hecho comprensión, escucha, acogida;
sienten fuerza y consistencia en medio de la debilidad;
a tu lado van percibiendo al Dios-Padre:
que les oye, les perdona, les ilumina, les ama;
que les va desmontando su afán de ser ricos, poderosos, distinguidos...;
que les despierta pasión por la vida de todos;
que les insta a poner sus talentos en favor de la vida;
que les anima a crear fraternidad.
Jesús de la oración, ayúdanos a buscar tiempo y lugar:
para el encuentro con el Padre, contigo y con el Espíritu;
para escuchar y sentir vuestro amor constante;
para entender y proyectar nuestra vida;
para ofrecerla, como Tú, al servicio de los hermanos.
Preces de los Fieles (Domingo 19º TO 09.08.2020): En Jesús vieron la presencia de Dios
Tener miedo es humano. Nos lo confirma rotundamente la situación actual con los virus que no somos capaces de controlar. La enfermedad, el paro, el fracaso amoroso, la muerte... No podemos tolerar que el miedo guíe nuestra vida. Cuando nos dejamos dominar del miedo, no podemos realizarnos. Escuchemos hoy a Jesús, diciéndonos: “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!”.
Por nuestro mundo:
- que le creamos “fundado y conservado por el amor del Creador” (GS 2);
- que oigamos su voz que pide respeto y colaboración.
Roguemos al Señor: “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!”.
Por la Iglesia:
- que no tenga miedo a reformas acordes con el Evangelio;
- que sea ámbito de ayuda mutua y desinteresada.
Roguemos al Señor: “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!”.
Por las intenciones del Papa (agosto 2020):
- que valoremos a “todas las personas que trabajan y viven del mar”;
- que “los marineros, los pescadores y sus familias” vivan dignamente.
Roguemos al Señor:“¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!”.
Por los que arriesgan su vida:
- que se dejen llevar por la fuerza del bien;
- que encuentren nuestra ayuda y colaboración.
Roguemos al Señor: “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!”.
Por los más necesitados: enfermos, parados, excluidos...:
- que sientan el Espíritu de Dios que les “habita” y acompaña;
- que sean el centro de preocupación de nuestras comunidades.
Roguemos al Señor: “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!”.
Por esta celebración:
- que escuchemos “la brisa” de Dios, aquí presente;
- que nuestra oración termine en compromiso y trabajo por el Reino.
Roguemos al Señor: “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!”.
Queremos, Padre, bendecir, como Tú, a la ciencia que humaniza; a los pensadores que buscan libremente la verdad; a los reformadores que pretenden un mundo mejor; a las religiones que, pacíficamente, ofrecen sentido a la vida; a quienes combaten el hambre, las guerras, los fanatismos... (Mc 9,38-40; Lc 9,49-50). Así sintonizamos también con tu Hijo Jesús, que vive por los siglos de los siglos.
Amén.
Jaén, 9 de agosto de 2020