Jesús está con los hijos de Dios para mostrarles y ayudarles a vivir la fraternidad El Espíritu de Jesús nos “consagra” a todos (Presentación del Señor 2ª lect. 02.02.2025)

“La unción del Espíritu Santo nos consagra como casa espiritual y sacerdocio santo” (LG 10)

Comentario: Tenía que parecerse en todo a sus hermanos” (Heb 2, 14-18)

Esta fiesta, antigua (s. IV), importante en la Iglesia Ortodoxa, se celebra cuarenta días después de Navidad. Otra epifanía: manifestación a su pueblo. En griego se llama Ὑπαπαντὴ τοῦ Κυρίου (Encuentro del Señor). En latín: Occursio o Susceptio Domini (Encuentro o Recepción del Señor). Simeón fue al encuentro de Cristo y lo recibió. A Simeón se le apoda en algunos textos “el receptor de Dios”. En la Iglesia Católica se instaura en el s. X, como “Purificación de la bienaventurada virgen María”. Destaca la mediación de María, por el hecho de poner a su hijo en los brazos de Simeón. María ofrece su Hijo a la humanidad y se compromete con él a realizar la voluntad divina, participando de su cruz, pues también “a ella una espada le traspasará el alma” (Lc 2,35). Tras el Vaticano II, al revisar el calendario romano (año 1969), se cambia por “La Presentación del Señor”. Sus padres lo llevan al templo cuarenta días después de su nacimiento para presentarlo al Señor y hacer una ofrenda por él, según ordenaba la ley (Lev 12,2-5; Éx 13,1-3; Núm 18, 15-16). Se manifestó como luz para alumbrar a las naciones y gloria de su pueblo, Israel.

Como segunda lectura leemos un texto de la carta a los Hebreos. Cinco versículos del capítulo 2º, en el que se contempla a Jesús como mediador. En versículos inmediatamente anteriores a los leídos hoy, dice: “Convenía que aquel, para quien, y por quien existe todo, llevara muchos hijos a la gloria” (v. 10ª). Jesús, siguiendo la voluntad divina, se siente enviado para “llevar muchos hijos a la gloria”. Realiza así el propósito creador del Padre: nuestra perfección. Así lo expresó claramente Jesús: “sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48). Conversando con Nicodemo, dirigente judío, le dice también: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). “Gloria, perfección, vida eterna” expresan lo mismo: la dicha, la felicidad humana, la vida realizada que Dios quiere para la humanidad.

Con esta finalidad, el Padreperfecciona mediante el sufrimiento al jefe que iba a guiarlos a la salvación. El santificador y los santificados proceden todos del mismo. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos, pues dice: Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré. Y también: En él pondré yo mi confianza. Y de nuevo: Aquí estoy yo con los hijos que Dios me dio” (Heb 2,10b-13). El Padre ha dado “sus hijos” al Hijo mayor para sean sus hermanos.

Este es el sentido de la fiesta de hoy:Aquí estoy yo con los hijos que Dios me dio”. Jesús indica su ocupación principal: estar con los hijos de Dios, regalo del mismo Padre, para mostrarles y ayudarles a vivir la fraternidad de los hijos de Dios. “Por tanto”,leemos hoy,lo mismo que los hijos participan de la carne y de la sangre, así también participó Jesús de nuestra carne y sangre” (v. 14a).Jesús vivió nuestra naturaleza: “trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejantes en todo a nosotros, excepto en el pecado” (GS 22). “Pecado” es precisamente vivir inhumanamente, rebajándose a comportamientos infrahumanos (salvajes) o suprahumanos (creyéndose por encima de los demás como dioses o ángeles).

Con su vida,aniquila mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo, y libera a cuantos, por miedo a la muerte, pasaban la vida entera como esclavos” (vv. 14b-15). Resuena el versículo 9, que anuncia la gloria definitiva:Al que Dios había hecho un poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor por su pasión y muerte. Pues, por la gracia de Dios, gustó la muerte por todos” (Heb 2,9). Con su resurrección nos quita el miedo a la muerte, nos hace libres de toda opresión, alimenta nuestra esperanza en el bien, enardece el amor desinteresado.

Termina proclamando el sacerdocio existencial de Jesús:Notad que tiende una mano a los hijos de Abrahán, no a los ángeles. Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote misericordioso y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar los pecados del pueblo. Pues, por el hecho de haber padecido sufriendo la tentación, puede auxiliar a los que son tentados” (2,16-18). Su vida es sacerdotal porque ama, cura, perdona, reaviva la esperanza, nos realiza como hijos de Dios y hermanos de todos. Así revela el reino de Dios, la vida que Dios quiere. Dándonos su Espíritu nos capacita para vivir como él, agradando a Dios y a los hermanos. Nos hace sacerdotes como él.

Oración:Tenía que parecerse en todo a sus hermanos” (Heb 2, 14-18)

Cristo Jesús, celebramos tu “presentación en el templo”:

Cuando se cumplieron los días de su purificación,

según la ley de Moisés,

lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor,

de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor:

«Todo varón primogénito será consagrado al Señor»” (Lc 2,23-23).

Tus padres, cumpliendo la ley, te ponen en los brazos de Simeón:

ellos, con su fe sencilla, no cuestionan las leyes religiosas;

eso lo harás tú, cuando, tras la muerte del Bautista,

proclames el Evangelio de la verdad y la vida;

una mujer no es impura por ser “madre”;

ni tú tienes que “presentarte” al Señor por ser “varón”;

mujeres y hombres son hijos del Padre,

dignos de ser presentados y ofrecidos a su amor,

dignos de respeto y consagración del Espíritu divino.

Tu Espíritu iluminó a Simeón, “el receptor de Dios”:

Ahora, Señor, según tu promesa,

puedes dejar a tu siervo irse en paz.

Porque mis ojos han visto a tu Salvador,

a quien has presentado ante todos los pueblos:

luz para alumbrar a las naciones

y gloria de tu pueblo Israel” (Lc 2,29-32).

Tu vida, Jesús, es laluz para alumbrar a las naciones

y gloria de tu pueblo Israel”:

tu vida es el “evangelio” que nos “lleva a la gloria”;

tu vida realiza el proyecto creador del Padre:

nuestra perfección;

a eso nos invitas constantemente:

sed perfectos, como vuestro Padre celestial…” (Mt 5,48).

Queremos, Jesús hermano, agradecer tu fraternidad:

elsantificador y los santificados proceden todos del mismo (Padre);

por eso no te avergüenzas de llamarnos hermanos;

tú dices: Anunciaré tu nombre a mis hermanos,

en medio de la asamblea te alabaré.

En él pondré yo mi confianza.

Aquí estoy yo con los hijos que Dios me dio” (Heb 2,11-13).

Lo mismo que los hijos participan de la carne y de la sangre,

así también participaste tú, Jesús, de nuestra carne y sangre” (2, 14a):

“trabajaste con manos humanas, pensaste con inteligencia humana,

obraste con voluntad humana, amaste con corazón humano;

nacido de la Virgen María, te hiciste verdaderamente uno de los nuestros,

semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado” (GS 22),

que es vivir de modo inhumano.

Tú, Cristo Jesús, eres nuestro único sacerdote:

nos traes la vida y la alegría que no terminan;

tu muerte y resurrección “aniquilan al señor de la muerte,

y liberan a cuantos, por miedo a la muerte,

pasan la vida entera como esclavos” (2, 14b-15);

a ti, Jesús, te vemos ahora coronado de gloria y honor

por tu pasión y muerte.

Pues, por la gracia de Dios, gustaste la muerte por todos” (Heb 2,9).

Tú, Jesús de todos,tiendes una mano a los hijos de Abrahán,

no a los ángeles:

por eso te pareces en todo a nosotros, tus hermanos;

así eres nuestro sumo sacerdote misericordioso y fiel

en lo que a Dios se refiere;

así perdonas nuestros pecados.

Por el hecho de haber padecido sufriendo la tentación,

puedes auxiliar a los que son tentados” (2,16-18).

Gracias, Cristo hermano:

tu vida nos ha mostrado el amor del Padre;

gracias a ti, hemos conocido lo que Dios quiere;

curando, perdonando, anunciando el reinado de Dios,

has logrado comunicarnos el Espíritu que movió tu vida;

el Espíritu que nos consagra a todos como Hijos de Dios,

como sacerdotes de vida entregada a la dicha de los hermanos.

rufo.go@hotmail.com

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