Respecto del celibato, los Papas tras el Vaticano II, sólo coinciden en mantener la ley “Preferir estar muerto, dimitir, dar la vida, antes que cambiar la ley del celibato” es una exageración perversa, contraria al Evangelio
Los Papas siguen prefiriendo la Ley antes que el Evangelio (2)
| Rufo González
San Pablo VI entendía que eran dos carismas distintos: “la virginidad «no es exigida por la naturaleza misma del sacerdocio”. Su vinculación obligatoria era “decisión de la autoridad eclesial”. La diversidad de la Iglesia de Oriente se debe a la diversa situación histórica” (Enc. Sacerdotalis caelibatus, nº 15, 17, 38).
San Juan Pablo II entiende esta ley como “voluntad de la Iglesia”. Fundada “en la relación que el celibato tiene con la ordenación sagrada, que configura al sacerdote con Jesucristo, Cabeza y Esposo de la Iglesia” (Exhort. apostólica `Pastores dabo vobis´, nº 29). No es cierto que el sacramento del Orden configure como “esposo” de la Iglesia. “Su carácter especial configura con Cristo Sacerdote, de tal forma, que pueden obrar en nombre de Cristo Cabeza” (PO 2). La Iglesia no exige que quienes actúan “en persona de Cristo” sean sus esposos vírgenes. Contradice la disciplina oriental católica.
Benedicto XVI piensa que celibato y sacerdocio se autoexigen según “la conciencia colectiva de Israel”. “Salvo el carácter hereditario, Jesús asumió y conservó la esencia del sacerdocio levítico en los ministerios de su comunidad, en los que, lógicamente, se incluía la abstinencia matrimonial”. “La abstinencia sexual, que antes era funcional (en periodos del ejercicio sacerdotal) se convierte por sí misma en abstinencia ontológica” (“Desde lo más hondo de nuestros corazones”, del Cardenal R. Sarah con J. Ratzinger, Benedicto XVI. Editorial Palabra Edición 2ª, marzo 2020. Pág. 49-50). Contradice la disciplina oriental católica y al mismo Vaticano II. Igual que su mentor Juan Pablo II.
El Papa Francisco, en el vuelo de regreso de Panamá (28 enero 2019), tras la Jornada Mundial de la Juventud, dijo: “En el rito latino, me viene a la mente una frase de San Pablo VI: “Prefiero dar la vida antes que cambiar la ley del celibato. Me ha venido a la mente y quiero decirla, porque es una frase valiente. En un momento más difícil que este, se estaba en los años 68-70”. Tras leer la transcripción de la audiencia de Pablo VIcon el cardenal arzobispo de Utrecht, Bernardo Juan Alfrink, en 10 y 11-VII-1970, ha dicho: “Esto se parece al ‘dar la vida’ [que recordaba]. Pienso lo mismo que San Pablo VI, sólo que con una diferencia: es un santo” (Leonardo Sapienza: “Pablo VI – Non esistono lontani”. Edizioni San Paolo 2020).
Según dicha entrevista, este es el pensamiento de Pablo VI:
- “hay que mantenerse firme”. Aquí coinciden. La ley por encima del Evangelio.
- “Sería algo que se extendería inmediatamente: no debe hacerse…”. No se fían de los célibes actuales. Da qué pensar: se cree más en la Ley que en el Espíritu Santo.
- “Pensaría que está traicionando a la Iglesia”. Clericalismo: nosotros, la autoridad, somos la Iglesia. El Pueblo fiel nunca fue consultado. Esto es una traición constante: “lo que afecta a todos debe ser tratado y decidido por todos”.
- “Tal tema debe reservarse para un sínodo”. Aquí disiente Francisco: ha decidido en contra del Sínodo de la Amazonía. Ahora lo ha retirado del orden del día del Sínodo.
- “Introduce un cambio de concepto, una decadencia de la que ya no se recupera”. Se pide cambio de la ley. El celibato opcional para el ministerio no es “decadencia”. El matrimonio cristiano es un don del Espíritu tan respetable como el celibato. Más aún, es sacramento del amor de Dios a su Iglesia. Jesús no es “decadente” por no exigir celibato a sus apóstoles. La sentencia evangélica: “no todos entienden esto, sólo los que han recibido este don” (Mt 19,11) no parecen entenderla los amigos de su Ley.
- “No está convencido. Que hagan el apostolado seglar”. Responde así al deseo de muchos sacerdotes casados que quieren seguir ejerciendo el ministerio. Para estos no hay perdón ni misericordia. Es la venganza clerical en toda crudeza. No se les concede evolución de conciencia ni posibilidad de ajuste ministerial. Llegaron a impedirles hasta enseñar en los centros eclesiales y materias bíblicas o teológicas en cualquier centro que necesitara su plácet. Hasta tocar el órgano en la parroquia, en algún caso.
- “Yo no tendría la conciencia tranquila. Sería un trastorno de la disciplina de la Iglesia latina. No puede haber doble clero. No habría clero célibe. Tendríamos sacerdotes absorbidos por otras tareas, familia, trabajo…”. Hasta esto llega la falta de fe en el Espíritu divino: ¡“no habría clero célibe”! Como si eso fuera una necesidad absoluta de la Iglesia. No creen que el Espíritu de Jesús pueda dar “el don de Dios, por la imposición de las manos, espíritu de fortaleza, de amor y de templanza” (2Tim 1,6s) a la mujer y a los casados para “actuar en nombre de Cristo Cabeza” de la Iglesia. ¿Sólo los célibes son capaces de presidir, transmitir la gracia y crear amor comunitario?
- “No quiero decidir solo, porque mi opinión sería negativa; pediré la opinión de los demás Hermanos en el Episcopado. Esto sería para casos extremos, no sería la regla, ni la norma.”. Los obispos sinodales mayoritariamente solicitaron, para la Amazonía. la ordenación de hombres casados. Pero el Papa decidió mantener la ley.
- “Sería la ruina. ¿Cree que una ley así de la Iglesia se mantendrá? ¿O se dirá ‘se puede estar casado y ser un buen sacerdote’? Prefiero estar muerto o dimitir”.
Aquí la coincidencia fundamental del Papa Francisco. No es santo el pesimismo: “sería una ruina”. “Prefiero estar muerto o dimitir” (Pablo VI) y “Prefiero dar la vida”, por la ley del celibato, no reflejan el pensar ni el sentir de Jesucristo ni del Nuevo Testamento.
La ley del celibato no es un componente fundamental del Evangelio. No pertenece a la Revelación divina. No equivale a la indisolubilidad del matrimonio. “Preferir estar muerto, dimitir, dar la vida, antes que cambiar la ley del celibato” supone juzgar esta ley como algo esencial, santísimo, intocable, básico, de salvación, de estar dentro o fuera de la Iglesia. Es una exageración perversa, errónea. Lo santo es “dar la vida” por la verdad y libertad evangélicas, eliminando la vinculación necesaria entre ministerio y celibato. Esta ley no está en el origen de la Iglesia, ni Jesús la practicó al elegir a sus apóstoles. Las comunidades neotestamentarias se opusieron a esta ley (1Tim 3,2ss; 4,3; Tit 1,6). San Pablo dice que “acerca de los célibes no tiene precepto del Señor” (1Cor 7,25). Es una ley siempre discutida. Norma disciplinar que puede cambiar y tener excepciones, tal como admitió Benedicto XVI con sacerdotes anglicanos incorporados al catolicismo.
¿Cómo se puede “preferir estar muerto, dimitir, dar la vida, antes que cambiar la ley del celibato”, sabiendo que dicha ley obliga al Espíritu a conceder vocación ministerial y vocación celibataria a la misma persona? En su origen hay ignorancia, superstición y tiranía (Papa Siricio: Directa a Himerio, obispo de Tarragona, 10 febrero 385). Colabora en sufrimiento, escándalo, hijos desprotegidos, mujeres invisibles, destierros impuestos, vicios “contra naturam”; abusos “con impúberes de cualquier sexo” ... Hasta ahora, ha sido más fuerte la imposición tiránica que la libertad evangélica.
Lógico que el cambio disciplinar trae problemas. Los problemas que viven los demás cristianos. Es ahí, en el espesor de la vida real, donde se anuncia y se contagia el Amor evangélico. Los ministros que vivan la vida real de sus hermanos harán nacer una vida cristiana creíble. Aislados en la casta celibataria, su predicación será teórica, vacía. Sólo el celibato opcional es evangélico y humanamente digno.