Servicios o ministerios distintos, pero igual dignidad y libertad de hijos del Padre Volvamos a la Iglesia que Jesús quería (Domingo 24º TO C 11.09.2022)
Para el Padre Dios somos todos ovejas queridas, monedas valiosas, hijos de sus entrañas
| Rufo González
Comentario: “Ese acoge a los pecadores y come con ellos” (Lc 15,1-32)
Los dos primeros versículos enmarcan tres parábolas de la misericordia. Destacan la apertura de Jesús a la gente poco religiosa: “solían acercarse... todos los publicanos y los pecadores a escucharlo”. Pocos clérigos la tienen. “Fariseos y escribas murmuraban diciendo: «Ese acoge a los pecadores y come con ellos»”. Hay quien dice: “son amigos de lo peor del pueblo”. También de Francisco murmuran: “El Santo Padre goza de un débil apoyo entre los seminaristas y los sacerdotes jóvenes... Intelectualmente, el nivel de los escritos papales va en descenso... Asistimos a un nuevo impulso en el despertar del protestantismo liberal en el seno de la Iglesia católica” (Memorándum anónimo sobre el próximo cónclave. M. Bernard en Riposte Catholique 24.04.2022). Tres parábolas explican el proceder de Jesús manifestando el Amor del Creador, al que llama “Padre mío y Padre vuestro, Dios mío y Dios vuestro” (Jn 20,17).
Jesús, en estas parábolas, explica su proceder según su concepto de Dios. Proceder que nos vincula con el amor y la libertad del Creador de todo bien. Actúa como pastor bueno que pierde una oveja, mujer diligente que extravía una moneda, padre de amor ilimitado que sufre la marcha voluntaria de un hijo. Para él, como para el Padre Dios, somos todos ovejas queridas, monedas valiosas, hijos de sus entrañas. Si nos recupera, se alegra e invita a los amigos: “Alegraos conmigo, porque he recuperado la oveja, la moneda, el hijo...”. Siempre nos respeta y espera. Nunca se venga, castiga, excomulga, amenaza, hiere... Él “excusa, cree, espera, soporta todo” (1Cor 13,7). Rechaza la práctica religiosa de dominio, mediatizada por una “institución” que dice actuar con el poder y en nombre de Dios. Institución que oculta su fragilidad, no permite discrepar ni opinar, tiraniza y oprime con “fardos pesados”. “Sepulcros blanqueados” llama a sus jefes. Aparentan bondad, pero viven en egoísmo, vanidad, hipocresía... (Mt 23, 27-28; Lc 11,37-53).
Todas las religiones, al institucionalizarse, caen más o menos en los vicios que Jesús denuncia. -Sus dirigentes se pretenden dueños de la verdad y la justicia, únicos maestros y jueces. -Sólo rinden cuentas a sus superiores, y éstos a Dios. -Hacen brillar dignidad y superioridad con signos llamativos: títulos, gestos, ornamentos, poder... -Se reservan el derecho de elección de sus sucesores e inferiores. -Defienden su poder a cualquier precio: marginan e incluso matan al disidente, si lo consideran un peligro para la supervivencia institucional. -Sus leyes las revisten de “santidad” y las dicen “sagradas”, inspiradas por Dios, aunque contradigan los derechos humanos. -Se ordenan en familias jerárquicas, autosuficientes, condenadoras de quien no piensa como ellos. -Proyectan sobre su organización y quehacer la bendición y el aval absoluto de la santidad de Dios.
La práctica de Jesús es servicio gratuito, sin poderío y ni dominación. Se dirige a los que menos vida tienen: pobres, enfermos, marginados, descreídos... Cree que “Dios” es Padre que ama desinteresadamente. Desde su Amor sin límites defiende la libertad y la realización humana. Propone la fraternidad universal en el Reino del Amor. Sencillez fraterna, ayuda mutua, pan compartido, perdón sin límites, puerta siempre abierta, trabajo para vivir, búsqueda, espera y abrazo incondicional... son las bases de sus comunidades. Nada de categorías de honor o privilegios. Servicios o ministerios distintos, pero igual dignidad y libertad de hijos del Padre. Jesús no rechaza ni excomulga a nadie. A todos manifiesta el Dios, amigo de la vida, especialmente a los más débiles, a los más alejados... Revelar este Dios “diferente”, le llevará a la muerte. El poder religioso no puede tolerarlo: “Si lo dejamos seguir, todos creerán en él, y vendrán los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación” (Jn 11,48).
Oración: “Ese acoge a los pecadores y come con ellos” (Lc 15,1-32)
Jesús, “amigo de publicanos y pecadores”,
“los acoges y comes con ellos”.
Hoy explicas tu conducta, criticada por personas religiosas:
ellos creen seriamente en el Dios de sus antepasados,
que los había acompañado e iluminado la historia;
que los había elegido como pueblo de su amor;
que les había inspirado leyes sabias;
que había bendecido sus instituciones:
sus sacerdotes y sus sacrificios;
su templo y sus leyes sagradas;
sus interpretaciones y sus costumbres.
Tú, Jesús de Nazaret, desde tu Dios vivo:
calificas su “templo” como “cueva de bandidos”;
los llamas “sepulcros blanqueados”:
por fuera aparentan ser personas brillantes de bondad,
por dentro están llenos de hipocresía y de maldad;
criticas su superioridad jerarquizada con títulos, gestos, ornamentos...;
llenos de autosuficiencia y desprecio a quien no piensa como ellos;
pasas de sus leyes, que buscan el bien de la institución, no de las personas;
confunden la santidad de Dios con su sus práctica religiosas.
Tu vida está en el amor incondicional del PadreDios:
“nadie ha visto a Dios”, dices,
pero “hace salir el sol y bajar la lluvia para todos”;
“yo hago las obras del Padre... el que me ve a mí, ve al Padre”;
“id y anunciad a Juan lo que habéis visto y oído:
los ciegos ven, los cojos andan,
los leprosos quedan limpios y los sordos oyen,
los muertos resucitan, los pobres son evangelizados” (Lc 7,22).
Tú “has venido para que tengamos vida abundante” (Jn 10,10b):
tu dedicación prioritaria es cuidar a los enfermos;
anuncias tu palabra primero a los más necesitados de vida:
los pobres, marginados, descreídos, esclavizados...;
llamas a conversión a quienes maltratan la vida:
a los llenos de avaricia, opresores, holgazanes, usureros...
Las parábolas de hoy explican tu conducta divina:
buscas personas desorientadas, perdidas;
rebuscas lo bueno que hay en todo corazón;
ofreces perdón, besas y abrazas sin pedir nada;
socorres a todos como “como a un hijo”.
Desde este Amor primero invitas a la mesa común:
mesa de sencillez y humildad fraternas;
mesa de ayuda mutua y de pan compartido;
mesa del perdón incesante y de puerta siempre abierta;
mesa sin categorías de honor, riqueza o privilegio;
mesa con servicios distintos, pero de igual dignidad.
Tú “no has venido para juzgar..., sino a salvar” (Jn 12,47):
que el perdón no sea “ajuste de cuentas”,
sino gracia ofrecida incondicionalmente,
amor gratuito como el padre del hijo pródigo.
Preces de los Fieles (D. 24º TO C 11.09.2022)
Hoy hemos contemplado el sueño de Jesús para la humanidad. A todos ofrece vivir la casa del Amor, la fraternidad universal: ayuda mutua, pan compartido, perdón sin límites, puerta siempre abierta, trabajo para vivir, abrazo incondicional... Pidamos vivir en la “casa del Padre”, diciendo: “no merezco llamarme hijo tuyo”.
Por la Iglesia:
- que imite de verdad la casa del Padre que ama y acoge a todos;
- que viva la igual dignidad, la fraternidad, la libertad guiada por el amor.
Roguemos al Señor: “no merezco llamarme hijo tuyo”.
Por las intenciones del Papa (septiembre 2022):
- que “la inviolabilidad y dignidad de la persona” sea respetada;
- que, por tanto, “la pena de muerte sea abolida en las leyes de todos los países”.
Roguemos al Señor: “no merezco llamarme hijo tuyo”.
Por la paz en nuestra sociedad:
- que crezca la conciencia contra toda violencia;
- que, como Jesús, “no hagamos frente al que nos agravia” (Mt 5,39).
Roguemos al Señor: “no merezco llamarme hijo tuyo”.
Por el mundo de la enseñanza:
- que busque educar en verdad, en libertad, en amor mutuo;
- que enseñe a trabajar, a cultivar el talento y la investigación.
Roguemos al Señor: “no merezco llamarme hijo tuyo”.
Por los “jueces de paz” de nuestros pueblos:
- que tengan un corazón justo y sean amigos de todos;
- que cuiden sobre todo de los más débiles.
Roguemos al Señor: “no merezco llamarme hijo tuyo”.
Por esta celebración:
- que sintamos el Amor del Padre que nos abraza a todos;
- que despierte la fraternidad universal.
Roguemos al Señor: “no merezco llamarme hijo tuyo”.
Es verdad: “no merecemos llamarme hijos tuyos” muchas veces. Reconocemos nuestra fragilidad. Miramos a tu Hijo que nos infunde su Espíritu de perdón y alegría compartida. Por eso confiamos siempre en tu Amor que nos acoge y mueve a seguir el camino de Jesús, que vive por los siglos de los siglos.
Amén.